Los que se mojan de verdad
¡Ah, la lluvia! Tan rápido como avanzamos en algunas cosas, seguimos anclados en el pasado siglo cuando sentimos la amenaza inminente del cielo. Gotita a gotita va limpiándonos el espejo opaco y mugriento, antifaz de nuestro reflejo verdadero, y pone en evidencia algunas de nuestras más profundas miserias. En este punto nuestra reacción me recuerda a cuando pisamos en la arena un camino de hormigas, y éstas pierden el rumbo correteando ciegas sin recordar cuál era su destino.
Yo creo que estamos un poco bastante atrasados en esta materia. Pocos se atreven a consultar en la red el pronóstico local para las próximas horas, y mucho menos a fiarse de él, aunque irónicamente después sí nos tomamos muy en serio los pronósticos del telediario con una semana de antelación o lo que unos pobres anónimos cobardemente vomitan en la sección de comentarios (que para mí es más «obituario») de los periódicos. Nos manejamos mal en entornos de incertidumbre. Apenas hay protocolos predefinidos sobre qué hacer en estas situaciones -ni cómo, ni quién. Reservamos amplio coto para la improvisación. En otras capitales, inclusive con peores climas o recorridos más largos, se negocian bastante mejor este tipo de situaciones, y digo yo que deberíamos dejarnos de tantísimo complejo de inferioridad y asumir de una vez por todas que estamos jugando en la Champions, con las exigencias morales y estéticas que ello conlleva.
En Cáceres, salvo excepciones muy puntuales, tenemos un clima muy benigno para Semana Santa, y cuando el tiempo viene malo apenas es por algún chubasco leve. ¿Qué haríamos aquí si nos cambiaran las latitudes? ¿Se imaginan enfrentarnos a fenómenos más crudos, tales como la nieve? ¿Nos quedamos en casa para que el cristo no se enfríe? ¿Sustituimos nuestros entrañables focos por faros antiniebla? Miedo me da pensarlo.
Tengamos la humildad suficiente para aprender. En este ejemplo, León ofrece una gran lección de madurez celebrando su Viernes Santo bajo la nieve con elegancia, sin perder ni un ápice de compostura, sin concesiones al apresuramiento, con su Plaza Mayor repleta de gente y ni un solo balcón sin la imponente y fría gala de luto. Igualito, igualito:
Al sur del sur : ¿Imitación o parodia?
El colmo de la osadía es cuando hablamos de las tendencias cofrades y empezamos a señalar con el dedo dividiendo a la Semana Santa en dos españas: Norte y Sur. Somos culpables de un delito terrible: enredamos la cultura para enemistar y confundir a pueblos vecinos. Levantamos una suerte de muro de Berlín, en alguna remota vereda entre el Tajo y Despeñaperros, y nos quedamos tan anchos ignorantes de que así reventamos la historia entera de las cofradías en nuestro país.
A veces hablamos como si nos creyéramos inventores o propietarios de algo, guardianes de la pureza académica y la ortodoxia en la tradición. Para certificar que el oficio de la carga no es de una orilla ni de la otra, que la fe no es propiedad de nadie y que la devoción no hay oro con qué pagarla, admiremos a estos esforzados costaleros sicilianos (festividad de Santa Ágata, en Catania) que colorean sus chicotás al son de los Gypsy Kings. Para que luego algunos se quejen del ritmo que llevan las bandas de aquí…
Yo soy de marchas más clásicas, todo hay que decirlo.
El observador observado
El público es un inocente juez que se siente observador y que no se sabe observado. En los ocho días -para mí siguen siendo ocho- que dura la Pasión, se acumulan muchas horas de paso frente a interminables filas de espectadores. Cuando uno camina frente a ellos, varal prendido en una mano y horquilla resonante en la otra, se abre de par en par un escaparate infinito que es el vivo reflejo de nuestra sociedad. Da tiempo a pensar, pero también a ver y a extraer muchas conclusiones. El público mirón, sin saberlo, se expone a la observación minuciosa. El mundo al revés.
Dudo mucho que alguien situado «al otro lado del cristal» llegue a leer estas líneas, pero por si acaso intentaremos aquí dibujar con la mayor precisión posible este singular bestiario social que los cofrades, escoltas y cargadores, van encontrándose a lo largo del recorrido.
– Sabelotodos: señoras y señores que se las dan de enteraillos soltando barbaridades sobre la cofradía. Muchas veces te quedas con las ganas de decirles algo, pero el estupor y la decencia actúan de freno.
– Novatos: gente boquiabierta que por sus graciosos gestos y comentarios se ve a la legua que están disfrutando de su primera vez.
– Holmes: niño que intenta averiguar si eres macho o hembra por la forma de tus zapatos.
– La calculadora: infantes por lo general acompañados cuya pasión es contar los hermanos de punta a punta del varal y calcular cuánta gente va debajo de todo el paso (no aciertan nunca).
– El cachondo: este socarrón se pasa todo el rato mirándote con ganas de decirte algo, y cuando por fin se arranca comprendes el verdadero sentido de la palabra penitencia.
– El locutor: señores acompañando a sus familias con el transistor a todo volumen, presencia que agradecen especialmente los cofrades aficionados al fútbol.
– Los miedicas: jóvenes que encogen los pies y se pasan más tiempo mirando al suelo que a la imagen. Tienen dificultades con los cálculos y mediciones de distancias.
– El locuaz: a la que te descuidas se pone a hablar contigo de las cuestiones más intrascendentes. No es preciso que te conozca de nada.
– Los risitas: bandadas de pavoadolescentes incapaces de disimular su temprana condición.
– Comepipas: ejemplares muy molestos que dan trabajo a los limpiadores. De corta edad aunque con excepciones, con frecuencia se mueven en manadas y contemplan los desfiles sentados en su bordillo.
– Balconeros y balconeras: esta curiosa especie acapara dos extremos opuestos. Hay un grupo muy piadoso que gusta de contemplar a las imágenes cara a cara, alargan la mano para tocar algún palio o alguna cruz, e incluso cantan saetas. Otros, por contra, ven pasar el desfile como quien ve pasar el tren, apoyados en la barandilla del balcón como si lo hicieran en un mostrador de tasca, y entretenidos en cualquier conversación que nada tiene que ver con el acto penitencial que se desarrolla frente a ellos.
– Los que te mandan callar: habitualmente señoras de cierta edad que se atreven a chistar con la boca para regañarte cuando la conversación se vuelve demasiado distendida.
– El que te conoce: yo paso mucha vergüenza en estos casos, tengo que decirlo. Algunos respetan lo que estás haciendo y te saludan con discrección. Otros parece que tienen un radar, te detectan desde varios metros de distancia y te aguantan la mirada hasta tal punto que no sabes si solo quieren ser simpáticos o directamente sacarte los colores.
– El fotógrafo: Señores de mediana edad que son capaces de recorrer tres, cuatro, cinco veces los desfiles de punta a punta, y encima tienen la puntería de enfocarte siempre a tí.
Hasta aquí seguro habrán llegado cofrades de trayectoria longeva. ¿Se les ocurre alguna tipología más?
Más chicha: