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Este año han tocado marchas de ordinario al Cristo Resucitado, entre ellas el popular Redoble (tres veces: en la Plaza Mayor, San Juan y a la entrada de la Soledad) y el invento ha derivado en opiniones para todos los gustos. A mí personalmente no me acaba de llenar el ojo, sobre todo cuando en vez de hacer un baile elegante nos abandonamos a una sucesión de botecitos bastante inestéticos. 
Sin embargo, pensemos que siempre podría ser peor: 

Eu si te pego, Waka Waka, Paquito el chocolatero… pero esto qué es? ¡ESTO QUÉ ES!

Para quitarnos el susto, una delicatessen excepcional:

85 – Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño (III)

Los que se mojan de verdad
¡Ah, la lluvia! Tan rápido como avanzamos en algunas cosas, seguimos anclados en el pasado siglo cuando sentimos la amenaza inminente del cielo. Gotita a gotita va limpiándonos el espejo opaco y mugriento, antifaz de nuestro reflejo verdadero, y pone en evidencia algunas de nuestras más profundas miserias. En este punto nuestra reacción me recuerda a cuando pisamos en la arena un camino de hormigas, y éstas pierden el rumbo correteando ciegas sin recordar cuál era su destino.
Yo creo que estamos un poco bastante atrasados en esta materia. Pocos se atreven a consultar en la red el pronóstico local para las próximas horas, y mucho menos a fiarse de él, aunque irónicamente después sí nos tomamos muy en serio los pronósticos del telediario con una semana de antelación o lo que unos pobres anónimos cobardemente vomitan en la sección de comentarios (que para mí es más «obituario») de los periódicos. Nos manejamos mal en entornos de incertidumbre. Apenas hay protocolos predefinidos sobre qué hacer en estas situaciones -ni cómo, ni quién. Reservamos amplio coto para la improvisación. En otras capitales, inclusive con peores climas o recorridos más largos, se negocian bastante mejor este tipo de situaciones, y digo yo que deberíamos dejarnos de tantísimo complejo de inferioridad y asumir de una vez por todas que estamos jugando en la Champions, con las exigencias morales y estéticas que ello conlleva.
En Cáceres, salvo excepciones muy puntuales, tenemos un clima muy benigno para Semana Santa, y cuando el tiempo viene malo apenas es por algún chubasco leve. ¿Qué haríamos aquí si nos cambiaran las latitudes? ¿Se imaginan enfrentarnos a fenómenos más crudos, tales como la nieve? ¿Nos quedamos en casa para que el cristo no se enfríe? ¿Sustituimos nuestros entrañables focos por faros antiniebla? Miedo me da pensarlo.
Tengamos la humildad suficiente para aprender. En este ejemplo, León ofrece una gran lección de madurez celebrando su Viernes Santo bajo la nieve con elegancia, sin perder ni un ápice de compostura, sin concesiones al apresuramiento, con su Plaza Mayor repleta de gente y ni un solo balcón sin la imponente y fría gala de luto. Igualito, igualito:
Al sur del sur : ¿Imitación o parodia?
El colmo de la osadía es cuando hablamos de las tendencias cofrades y empezamos a señalar con el dedo dividiendo a la Semana Santa en dos españas: Norte y Sur. Somos culpables de un delito terrible: enredamos la cultura para enemistar y confundir a pueblos vecinos. Levantamos una suerte de muro de Berlín, en alguna remota vereda entre el Tajo y Despeñaperros, y nos quedamos tan anchos ignorantes de que así reventamos la historia entera de las cofradías en nuestro país.
A veces hablamos como si nos creyéramos inventores o propietarios de algo, guardianes de la pureza académica y la ortodoxia en la tradición. Para certificar que el oficio de la carga no es de una orilla ni de la otra, que la fe no es propiedad de nadie y que la devoción no hay oro con qué pagarla, admiremos a estos esforzados costaleros sicilianos (festividad de Santa Ágata, en Catania) que colorean sus chicotás al son de los Gypsy Kings. Para que luego algunos se quejen del ritmo que llevan las bandas de aquí…
Yo soy de marchas más clásicas, todo hay que decirlo.



El observador observado
El público es un inocente juez que se siente observador y que no se sabe observado. En los ocho días -para mí siguen siendo ocho- que dura la Pasión, se acumulan muchas horas de paso frente a interminables filas de espectadores. Cuando uno camina frente a ellos, varal prendido en una mano y horquilla resonante en la otra, se abre de par en par un escaparate infinito que es el vivo reflejo de nuestra sociedad. Da tiempo a pensar, pero también a ver y a extraer muchas conclusiones. El público mirón, sin saberlo, se expone a la observación minuciosa. El mundo al revés.
Dudo mucho que alguien situado «al otro lado del cristal» llegue a leer estas líneas, pero por si acaso intentaremos aquí dibujar con la mayor precisión posible este singular bestiario social que los cofrades, escoltas y cargadores, van encontrándose a lo largo del recorrido.
– Sabelotodos: señoras y señores que se las dan de enteraillos soltando barbaridades sobre la cofradía. Muchas veces te quedas con las ganas de decirles algo, pero el estupor y la decencia actúan de freno.
– Novatos: gente boquiabierta que por sus graciosos gestos y comentarios se ve a la legua que están disfrutando de su primera vez.
– Holmes: niño que intenta averiguar si eres macho o hembra por la forma de tus zapatos.
– La calculadora: infantes por lo general acompañados cuya pasión es contar los hermanos de punta a punta del varal y calcular cuánta gente va debajo de todo el paso (no aciertan nunca).
– El cachondo: este socarrón se pasa todo el rato mirándote con ganas de decirte algo, y cuando por fin se arranca comprendes el verdadero sentido de la palabra penitencia.
– El locutor: señores acompañando a sus familias con el transistor a todo volumen, presencia que agradecen especialmente los cofrades aficionados al fútbol.
– Los miedicas: jóvenes que encogen los pies y se pasan más tiempo mirando al suelo que a la imagen. Tienen dificultades con los cálculos y mediciones de distancias.
– El locuaz: a la que te descuidas se pone a hablar contigo de las cuestiones más intrascendentes. No es preciso que te conozca de nada.
– Los risitas: bandadas de pavoadolescentes incapaces de disimular su temprana condición.
– Comepipas: ejemplares muy molestos que dan trabajo a los limpiadores. De corta edad aunque con excepciones, con frecuencia se mueven en manadas y contemplan los desfiles sentados en su bordillo.
– Balconeros y balconeras: esta curiosa especie acapara dos extremos opuestos. Hay un grupo muy piadoso que gusta de contemplar a las imágenes cara a cara, alargan la mano para tocar algún palio o alguna cruz, e incluso cantan saetas. Otros, por contra, ven pasar el desfile como quien ve pasar el tren, apoyados en la barandilla del balcón como si lo hicieran en un mostrador de tasca, y entretenidos en cualquier conversación que nada tiene que ver con el acto penitencial que se desarrolla frente a ellos.
– Los que te mandan callar: habitualmente señoras de cierta edad que se atreven a chistar con la boca para regañarte cuando la conversación se vuelve demasiado distendida.
– El que te conoce: yo paso mucha vergüenza en estos casos, tengo que decirlo. Algunos respetan lo que estás haciendo y te saludan con discrección. Otros parece que tienen un radar, te detectan desde varios metros de distancia y te aguantan la mirada hasta tal punto que no sabes si solo quieren ser simpáticos o directamente sacarte los colores.
– El fotógrafo: Señores de mediana edad que son capaces de recorrer tres, cuatro, cinco veces los desfiles de punta a punta, y encima tienen la puntería de enfocarte siempre a tí.
Hasta aquí seguro habrán llegado cofrades de trayectoria longeva. ¿Se les ocurre alguna tipología más?
Más chicha:

84 – Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño (II)

Burro grande ande o no ande
Ahora, ahora que la cosa está cortita es cuando empezamos a valorar en su justa medida subvenciones, patrocinios y otras propinas, un cálido colchon sobre el que descansábamos muy cómodos y que nos eximía año tras año de buscar una sostenibilidad económica para nuestras hermandades. Sí, sé que hay excepciones, pero en este asunto está feo decir nombres. Por cierto, que lo que no hemos hecho en 20 años lo queremos hacer ahora en 2 días, pero ese es otro cantar.
Cáceres, dama vieja y pedigüeña en las puertas de los pudientes, si algo tiene son recursos y personalidad suficientes para dejar de ejercer el culto a lo ostentoso, la religión de lo grande, el rezo de lo material. Otra cosa es que no los veamos o no los queramos o no los sepamos aprovechar.
Se me vienen a la mente varios tesoros, empezando por ese Dios nos manda cada tarde cuando el sol se pone por cada adarve, o por cada plaza, o por cada alto callejón. Podríamos acordarnos de esa moneda gigante que todos los días nos echa en la hucha más hermosa que es nuestra ciudad antigua, un museo al atardecer, una limosna tan valiosa que viste de oro las almenas, que cada piedra es un lingote y cada torre vale un millón. Y es que más allá de este botín, de los besos de colores y su alba de mil quilates, la riqueza está en el sentido y el sentimiento con que se hacen las cosas.
Nosotros, qué pena, nos seguimos agarrando a otros tesoros más banales y bastante menos cristianos, tesoros que no aportan nada nuevo y que se pueden ver en cualquier lugar de España. ¡Qué nos gusta un autobús! ¡Qué nos gusta un paso cuanto más largo más bonito, cuanto más ancho más espectacular y cuanto más grande y más flores y más oro y más plata y más de todo, mucho mejor! Después, tarde, torpemente, reparamos en que estas hipérboles dimensionales limitan los recorridos, nos encarcelan afuera de nuestras benditas murallas y provocan fatigas ante los obstáculos más cotidianos, pongamos por ejemplo un puentecillo:

Claro que aquí tampoco tenían a Galiche mandando.
Denuncio también la penosa facilidad que tenemos para olvidar que los que vamos debajo somos per-so-nas, y las personas tienen la mala costumbre de cumplir años, uno cada doce meses, y se aburren, se quitan, se ponen, se van y se vienen. Llevo muchísimo tiempo escuchando que faltan hermanos de carga, pero no recuerdo haber oído nunca que sobre metros de varal… no sé, seguro que mi memoria comienza ya a pecar de volátil.
En un ejemplo exagerado, imagínense a estos nobles cofres de Guatemala protestando porque un año fueran escasos de relevo:

Sin embargo, y en el otro extremo de la soga, tampoco podemos renunciar a guardar las proporciones en aras de la estética y la dignidad que una celebración como la nuestra merece:

¿WTF?
Bueno, como decía el sabio, in medio virtus, aunque a veces yo también digo que in medio mediocris.
¿Todos por igual?
¡Despacito y todos a la vez! ¡Toooodos por igual valientes! … he aquí la utopía hecha arenga cofradiera.
Para justificar el muy frecuente desorden entre varales solo podemos presentar dos causas: o titubeos en la orden del jefe de paso, o desatención por parte del colectivo de hermanos. He sufrido ambas, pero cuando la levantá se desequilibra para mí tiene bastante más culpa la segunda que la primera.
No sé si somos conscientes del riesgo que estas maniobras conllevan. Durante unas décimas de segundo, como cuando alternamos potentes pedaladas encima de la bici, todo el peso de la carga se lanza sobre uno de los lados, multiplicándose además por la inercia del movimiento. Si este tiempo fugaz se alarga más de la cuenta, o el peso es mayor de lo habitual, entonces peligra la integridad física de mucha gente.
Tampoco estamos lo que se dice muy atentos a la hora de sostener el paso en el suelo, ratinos en los que gustamos de protagonizar posturas y conversaciones de vergüenza ajena en un acto de penitencia. Los cacereños ostentamos cátedra en la cultura de dominar apoyos invisibles y mantener las cosas en su sitio dentro de un caos ordenado que solo nosotros entendemos. ¿Qué me dicen de esos graciosos y provocados vaivenes adelante y atrás cuando el paso está sobre las horquillas? Si uno lo piensa fríamente, la candela que le damos empujando con saña sin saber ni preocuparnos siquiera si hay alguien sujetando en la otra parte… ¡Qué más da! Nuestras leyes no escritas nos garantizan que en algún momento alguien hará el contrapeso necesario para evitar un desagradable deceso por aplastamiento.
Observemos las consecuencias de un posible vuelco, con la debida circunspección, en este inquietante pero veraz documento:
Hay que fichar al responsable de anclar esa talla.
Ojo, cable
Y el tema de los cables ya es punto y aparte. Podemos manejar excusas mil, pero la falta de previsión no la acepto: es de una irresponsabilidad absoluta que un jefe de paso o algún organizador del desfile desconozcan la existencia de un obstáculo en el itinerario, o las referencias aproximadas de altura de su paso. Esto es, o debería ser, lo mínimo que se despacha. A mí lo que más me inquieta es que el desentendimiento de muchos jefes de paso (si alguien se molesta lo podemos llamar también «identificación moderada») está, si no bien visto, sí al menos asumido como normal dentro de la comunidad cofrade. Esto ocurre así y lo sabe todo el mundo.
Bueno, asumamos pues el inconveniente del cableado como conocido y previsto. Ahora solo queda apelar a la pericia o buen tino del mando al cargo, y aquí no tomaremos en consideración utensilios suplementarios como pértigas y similares, a los cuales en Cáceres padecemos una extraña variante alérgica todavía en fase de estudio. Todos somos humanos y sería injusto subestimar la dificultad de estas operaciones, pero cuidado con bajar la guardia porque podríamos vernos, y se me ocurren varios puntos negros así a bote pronto, en experiencias tan enrevesadas, tortuosas y desafortunadas como la que aquí mostramos. Le puede pasar al más pintado.

(Continuará próximamente…)

Más chicha: 

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El hecho diferencial de la Semana Santa reside allí donde no llega la razón y las palabras quedan lejos de ser suficientes.

Nazarenos de Valencia en la playa
Foto: K.Försterling