— «¿Lo ves? Ya te lo dije…»
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— «¿Lo ves? Ya te lo dije…»
Hoy traemos a nuestras páginas una figura íntimamente ligada a las intrigas cofradieras y a esas invisibles luchas de poder que tienen lugar en el transcurso de un desfile procesional cacereño. Ella es parte indisoluble del catovismo cofrade. Nos referimos, cómo no, a la mantilla astuta.
La mantilla astuta no es cualquiera de entre todas las mantillas. Se trata de una mujer entrada en años, con muchas primaveras y kilómetros de experiencia en el paseo cofrade y que, básicamente, va a su bola. Hábil y escurridiza, el negro tiende a vestirla más de ninja que de luto. No tiene más objetivo que desfilar lo más cerca posible de su Virgen o de su Cristo, cualesquiera que sean las órdenes o el lugar establecido para ellas en el cortejo. Para ello no duda en molestar, exponerse a un horquillazo en el juanete o verse vituperada por compañeras mantillas envidiosas.
Su instinto de supervivencia es loable y digno de estudio. Año tras año se da maña para seguir ahí al pie del cañón, a sabiendas de que va en contra de todo el mundo. Estamos otra vez ante un problema de educación cofrade y respeto por la fe: si todos los que participan de una estación penitencial se creyeran con el derecho de estar más cerca que nadie de la Imagen, no tendríamos desfiles procesionales sino una suerte de peregrinación a La Meca en la que una marabunta deforme va dando vueltas alrededor de una improvisada Kaaba de faroles y almohadillas.
La mantilla astuta acecha y se esconde taimada al rebufo de alguna mantilla novata. Adelante o retrasa a conveniencia su posición en la fila con agilidad reptiliana. Ostenta la cátedra de hacerse la longui y desoír las indicaciones de los organizadores de la procesión. -«Adelante, adelante, no os quedéis ahí». En su semblante, una mentira. La mantilla astuta descentra la mirada, sus ojos se pierden en el horizonte y vuelve la cabeza hacia otro lado, aminorando el paso como sin querer hasta que ¡oh, sorpresa! en pocos metros ya la tenemos a la altura de la Sagrada Imagen. Cuando le obligan o no tiene más remedio que alejarse de las andas para ocupar su lugar reglamentario, lo hace a regañadientes, musitando alguna malvada letanía en la lengua de Mordor. Pero no se descuiden, amigos directivos: desde este mismo instante, la mantilla se transforma en huraño estratega y comienza ya a urdir el próximo plan para recuperar su sitio anclada junto al paso.
Los relevos de los hermanos de carga son el momento de mayor lucimiento en las pérfidas artes del escaqueo. En ocasiones mandan a las mantillas adelantarse más de lo normal y dejar hueco suficiente para ejecutar el cambio de relevo. En estas, la mantilla astuta exhibe toda su maestría para quedarse en el sitio o soltarse de la fila sin levantar sospechas. Ni en las etapas míticas del Tour de Francia se ha visto hacer la goma de esta manera. Un oportuno saludo a cualquier familiar o conocido del público, una breve conversación, et voilà! Cuando el paso echa a andar la sibilina mantilla emprende de nuevo su camino como quien no quiere la cosa. La maniobra está consumada, y nuestra mantilla no ha separado un solo metro de las andas.
¿Y qué me dicen de las calles estrechas? ¿Qué hermano de carga que se precie cacereño no ha lidiado alguna vez con una horda de mantillas remolonas? Allá en la angostura, donde hay que frenar la horquilla y maldecir para los adentros, ellas se obstinan en desfilar junto a la imagen, aunque el ancho sea insuficiente para tantos cuerpos y los roces rayen lo indecente. Este personaje, señero y zaíno, alcanza su máxima expresión cuando se junta una hostil camada de varias mantillas a cada cual más astuta. En este caso ejercen un poder dictatorial hasta el punto de dominar y casi ordenar a su voluntad los tiempos de la procesión. Se hacen fuertes junto a los varales y no hay directivo ni voluntad que las someta.Señoras mías: hágannos un favor a todos y respeten su lugar en la procesión como sus demás compañeras y como hacemos el resto de los hermanos penitentes.
Personajinos cofrades (III): El fotógrafo
Personajinos cofrades (II): el rezagado
Personajinos cofrades (I): El comepipas