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1985 – Regresa el Cristo de las Batallas
San Mateo, abarrotado, noche del 30 de marzo. El Sábado de Pasión se celebra un certamen de saetas que el ayuntamiento enmarca dentro del ciclo “El canto y la música en la Semana Santa”. Participan la Banda de Música Municipal y la de CC y TT de la Cruz Roja, así como Teresa «La Navera», el Niño de la Ribera, Diego de Cáceres, Eugenio Cantero, «El Vivi» y Juan Corrales. Debemos detenernos aquí. Éste no es un acto más de los que jalonan y adornan las vísperas. La organización con éxito de estos eventos constituye ya en sí misma una novedad, frente a la desidia pretérita, y confirma que la Semana Santa de Cáceres remonta el vuelo con fuerzas renovadas.
El 1 de abril, Lunes Santo penitente, la hermandad de las Batallas retorna a las calles tras una insidiosa década de ausencia, refundada por un grupo de jóvenes cofrades con Alonso Corrales a la cabeza. Sale a las 20:30 de la S.I.C. de Santa María, con el mismo recorrido que mantiene en la actualidad y con el único paso del Cristo de las Batallas. Aún faltan primaveras para incorporar las tallas de Ntra. Sra. de los Dolores y del Fervoroso Cristo del Refugio. Este primer cortejo, aunque parco de efectivos, cuenta además con una banda infantil y la tradicional de la Cruz Roja. Mucho más que el lustre de la procesión, importa y perdura el esfuerzo de volver a poner la cofradía en la calle. Y Cáceres, expectante, responde y arropa. Ésta es la primera de aquellas hermandades que instituye con éxito el verduguillo como norma obligatoria para sus desfiles.
 Lunes, 1 de abril de 1985. El Cristo de las Batallas vuelve a tomar la calle
Una hora más tarde, a las 21:30, procesiona la cofradía de Jesús Nazareno con la Virgen de la Misericordia y La Caída, repitiendo recorrido y de nuevo con escaso público pese al adelanto horario.
Las procesiones de los Ramos, en Martes y Miércoles Santo, confirman con brillantez el despegue de la participación cofrade y el éxito tanto de público como de asistencia de mantillas. Por desgracia, a partir del Jueves Santo el tiempo da un giro de 180 grados y desluce la mayoría de desfiles, si bien solo el Santo Entierro tiene que suspenderse por la lluvia. La cofradía de la Vera Cruz, sintonía añeja de cobre y encina, se abre camino por entre un bosque paraguas y con una meritoria presencia de hermanos del Humilladero. Túnicas del color de nuestra sangre derramada que hacen de esta causa su sacrificio, y con el tiempo justo terminan en San Mateo y se desplazan hasta el barrio del Carneril para formar con su cofradía.
La madrugada golpea este año fría, desapacible, con ese rigor áspero de los aires del norte. El Cristo de las Indulgencias había sido restaurado hace poco, y la hermandad, aunque sale de Santiago, reside y opera durante todo el año en la ermita de La Paz por encontrarse en obras su sede canónica. Las lloviznas, dispersas e incómodas, no impiden la salida de Jesús Nazareno, pero el agua arrecia al paso por Pintores. ¡Siempre por Pintores! Se valora en ese instante dar la vuelta por San Juan y bajar por la Gran Vía para acortar el viaje. En una decisión valiente, la hermandad desafía a las aguas, a la manera de Moisés, y se adentra en los adarves para completar su recorrido de toda la vida sin mayores sustos. Hoy, albores del siglo XXI, ya lo estoy viendo: hubiéramos reaccionado tirándonos de los pelos y berreando como epígonos de Caifás rasgándose las vestiduras. Me da a mi la impresión de que las hermandades y sus responsables eran entonces más decididos, o acaso entendían de otro modo el significado de una estación de penitencia. Se percibe también un aumento significativo de los penitentes cargando con cruces, descalzos o incluso encadenados, no ya solo tras el Nazareno, sino en todas las procesiones. Nuevos elementos que llegan para vestir de éxito nuestra Semana Santa.
El Cristo de los Estudiantes procesiona por la mañana con muchísimo frío y bajo un cielo encapotado y plomizo, que continua empeorando durante la tarde hasta suspender la salida del Santo Entierro. La Virgen de la Soledad iba a estrenar ese día un nuevo manto de procesión. Tras el descanso del sábado, Resucitado y Virgen de la Alegría tampoco escapan del mal tiempo, y después del encuentro frente al ayuntamiento deben apremiar su paso cuando comienza a descargar la lluvia, otra vez, por la calle Pintores. ¿Qué tiene esta calle que siempre nos trae el disgusto pasado por agua?
En 1985, la creciente presencia de jóvenes hermanos de carga ahuyenta por siempre los fantasmas de la escasez, que venían años atrás asustando impunemente a las hermandades. Incluso, quién lo diría, llegan a comprometerse las existencias en algunas tiendas de prendas y complementos cofrades. La nómina de hermandades activas aumenta a siete, y los desfiles programados vuelven a programarse en número de once. Crece la ilusión como crece también el protagonismo de las jóvenes bandas de las barriadas periféricas de la ciudad, que participan en casi todas las procesiones. Se oxigena por fin el escenario musical cofrade, diezmado y arrastrado en pasadas épocas por la corriente general de apatía que nos venía consumiendo a todos. La presencia de público, sobre todo visitante, se resiente este año por culpa del mal tiempo en los días más importantes de la semana. Mas nadie repara en ello. Cofrades, ciudadanos, generaciones de Romualdos, todo Cáceres acomoda ya sus miras en horizontes bastante más ambiciosos y duraderos.

Continuará con el capítulo: 1986 –  Santa Bárbara bendita…
Consulta el índice de la serie: Semana Santa de Cáceres – Los años perdidos (1970-1986)

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1984 – El pueblo por fin volcado
El ímpetu llama a las iniciativas, y quizás por ello el ayuntamiento de Cáceres tiene a bien convocar un concurso para elaborar el cartel de la Semana Santa de 1984. Resulta vencedor Fernando García Muñoz con una impactante fotografía del Cristo de los Estudiantes, y la iniciativa del concurso queda viva hasta nuestros años. Encontramos otro punto de inflexión en la cofradía del Nazareno, que en la Junta General de hermanos del día 10 de abril reelige por aclamación al mayordomo Germán González para el trienio 1984-87. En esta misma asamblea se acuerda trasladar la procesión del Silencio a las 10 de la noche del Lunes Santo, aprovechando el vacío que desde hace años había dejado la cofradía de las Batallas, y sacar también este día el paso de «La Caída». Un cortejo que sigue reinventándose sin terminar de encontrar su lugar dentro de la semana de Pasión cacereña. La Cruz Vacía queda desde este año ubicada definitivamente tras el Cristo de las Indulgencias, en la procesión de la madrugada.
Un Domingo de Ramos tardío, 15 de abril, la burrina abre los desfiles desde el templo parroquial de San Juan, sin variaciones en su itinerario. Tras la Cruz Guía marcha la banda de cornetas y tambores de la Asociación de Las Trescientas, dando música al paso de la Entrada de Jesús en Jerusalén. La presencia de nuevas bandas ofrece también indicios de que algo anda pataleando en las tripas cofradieras de la ciudad.
La Virgen de la Misericordia se estrena en Lunes Santo con un novedoso recorrido casi idéntico al de la madrugada, y acompañada por unas cuarenta mantillas, cifra que por entonces suena escasa y hoy día más bien suena a ciencia-ficción.  Completan el cortejo las bandas de la Cruz Roja, de Pinilla y de las Barriadas Unidas. También este lunes, 18 de abril de 1984, se celebra un recital de saetas en  la S.I.C de Santa María a cargo de Teresa «La Navera» y de Juan Corrales, acompañados a la guitarra por Antonio Conde.
Dos primaveras en forma de Martes y Miércoles Santo reafirman el preclaro realce que la Pasión cacereña viene ganando en los últimos dos años. Las mantillas acompañan a la Virgen de la Esperanza en número cercano a las 400, casi lo mismo que ahora… si añadimos claro está a los penitentes, relevos, filas de niños, presidencias y bullicioso séquito post-procesional. El público colma callejas y abarrota las aceras con ganas de sumarse a este renacido fervor semanasantero, animado también por la tarde y la temperatura idílicas a la manera de un lienzo de Coubert. En aquel tiempo, los titulares de los Ramos transitan aún por Moret, Concepción, Santo Domingo y Ríos verdes, subiendo por Sancti Spiritu hasta la Plaza. Y sumándose al boom de las nuevas agrupaciones, en la noche del Jueves Santo acompaña a la cofradía del Humilladero la banda del grupo de majorettes “Hispanidad”.
La madrugada, dama interminable y sutil quintaesencia cofrade, luce de nuevo atiborrada de gente, sobre todo en la Plaza Mayor. Nunca supe si el Nazareno sale en la madrugada, o si es la madrugada quien llega para salir con el Nazareno. La literatura hecha paso de Semana Santa. Este Viernes Santo de azul triste, limpio y dorado, con tremendo calor, la cofradía de los Estudiantes recupera su recorrido por la calle Pizarro, y ya no pisaría la Ciudad Antigua hasta la visita que realiza en 2008 al Palacio Episcopal, con motivo del 50º aniversario de la hermandad.
 Viernes, 20 de abril de 1984. Cristo de los Estudiantes por San Pedro
Este año, el encuentro entre el Resucitado y la Virgen de la Alegría se celebra frente al atrio del ayuntamiento, y no en mitad de la plaza como venía ocurriendo hasta entonces. En este punto, la Semana Santa de 1984 es ya una de las más espléndidas que se recuerdan. Van tres años seguidos en que la tendencia negativa se ha invertido, y se puede empezar a hablar de recuperación. En las tripas de la pasión comienzan a moverse algunos jóvenes, no mucho mayores que yo, con ganas de agitar conciencias y animar un poco el cotarro. ¿Adónde irán?

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1983 – Reencuentro con la Semana Santa
Al modo que sugiere el refrán de que aquello que funciona no debes cambiarlo, todos los actos en torno a la Semana Mayor se desarrollan este año utilizando las mismas –e improvisadas- bases organizativas que tan inesperado éxito obtuvieran en 1982. Quizás, por vez primera en mucho tiempo, los cofrades alumbran estas fechas de cuaresma con un gesto de sonrisa y esperanza.
En un domingo 27 de marzo soleado y frío como el mármol, la cofradía de los Ramos vuelve a poner en la calle a la burrina desde el templo parroquial de San Juan. El Asilo de las Hermanitas de los Pobres, en el paseo de Cánovas, continuaba en obras. Al finalizar la procesión, el fervor popular y las ganas de coger las flores del paso están a punto de provocar un incidente cuando las andas pierden por un momento su equilibrio sobre las burrillas. Sucedió justo enfrente de mí. Yo no supe muy bien qué hacer, pero la rápida actuación de los hermanos permitió que no ocurriera nada grave. De haberme visto mi abuelo Romualdo seguro que no estaría orgulloso de mí, pero comprendería que aún padezco la timidez del novato. Poco me importa. Siendo testigo de nuestra historia y teniendo memoria para contarla, me doy por bien retribuido.
En los desfiles del martes y el miércoles vuelve a notarse una gran participación de público, confirmando los buenos presagios del año anterior, así como una nutrida presencia de mantillas, costumbre que también se consolida en la ciudad tras unos años más que decaídos. Y no solo los Ramos están de enhorabuena. Con la llegada del Jueves y Viernes Santo arriban también a Cáceres el frío y el viento, si bien los desfiles no llegan nunca a verse amenazados por la lluvia. Aparecen asímismo nutridos grupos de turistas en mayor número que antaño, cual avanzadilla de hordas invasoras, que o bien se encuentran de paso o directamente copan las plazas hoteleras de la ciudad, insuficientes por demás. De este modo la procesión del Nazareno registra una masiva afuencia de público, especialmente en la Plaza Mayor, y la madrugada volvía a encontrarse con aromas de flores y café con porras. Tanto nobles como llanos, conciliábase el pueblo de Cáceres con el gremio de los churreros, que tornaban a hacer su agosto en Viernes Santo.
 Viernes, 1 de abril de 1983. El Calvario, novelesco, rubrica el pie de los adarves.
La cofradía de los Estudiantes, tras el paréntesis de 1982, vuelve a recuperar la subida a San Jorge y realiza allí la estación del Vía Crucis con todo el brillo y el postín acostumbrados, mientras que por la tarde el Santo Entierro retrasa su salida hasta las ocho, y estrena nuevo mayordomo: D. Jose María Crespo. Los días centrales de la Semana Santa transcurren bajo un denominador común: el pueblo de Cáceres vuelve a echarse a la calle en masa, y se refleja que el despegue inesperado del 82 no fue obra de la casualidad. Vieja amiga, ¡Quién te ha visto y quién te ve!

– Continuará con el capítulo: 1984 – El pueblo por fin volcado
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1982 – Inesperado renacer cofradiero
Ahogados en un océano de dudas, un modo de suicidio como otro cualquiera, los actos que giran en torno a la Pasión los organiza este año la «Comisión de Cofradías Penitenciales de Cáceres». Éste es un organismo de nuevo cuño cuya misión parece más salir del paso que promover un verdadero realce y difusión de la Semana Santa a largo plazo. Podemos recordar, como ejemplo del clima enrarecido que se vive por estas fechas, la insólita pastoral que el obispo Jesús Domínguez Gómez dirige, el día 1 de abril de 1982, a todos los cofrades cacereños, animándoles a participar en los desfiles y a hacerlo con el máximo orden y respeto. Es para pensárselo: el mismísimo obispo pidiendo a los cofrades que cumplan con su obligación para que esta historia no se pierda. De camino, el prelado subraya en su escrito el papel catequético de las procesiones como expresión de fe popular.
Del antiguo asilo de Cánovas solo queda un poso de polvo y escombro, sobre el solar donde pronto se levantará el actual edificio de las Hermanitas de los Pobres. Por este motivo la burrina asoma el hocico, a las 11:15 horas del Domingo de Ramos, por la puerta principal de San Juan -estampa perdida y rescatada para nuestros días con el traslado procesional hacia ASCIJF el Viernes de Dolores-. Comienza a llover tras la bendición de palmas, y la plaza de San Juan tórnase lunar mosaico de plásticos y paraguas. Quizá sea el momento propicio para guarecerse al calor de las gambas a la plancha que nos seducen astutamente calle abajo, con el aroma y la ayuda inestimable de un extractor bien orientado. El agua no impide que la hermandad de los Ramos complete un cómodo itinerario por Pintores, Moret, Concepción, General Ezponda (un eje urbano aquél mucho más habitual que hoy día en los recorridos procesionales), Plaza Mayor y vuelta por Pintores hasta San Juan. Por fortuna, tampoco impide que a estas alturas veamos en el plato más que un amasijo grasiento de bigotes, cáscaras y servilletas arrugadas. ¿Cuántos apaños, cuántas locuras, cuántas cofradías no habrán nacido garabateadas sobre estas servilletas? Y cuántas no habrán quedado olvidadas después de pedir de la cuenta, durmiéndose para siempre sobre los mostradores del Adarve.
El Lunes Santo, tras la desaparición de la conocida como «Procesión de los Caballeros Mutilados» –la del Cristo de las Batallas- se viene celebrando un vía-crucis al santuario de la Montaña con animosa participación popular. El Martes Santo el Cristo del Perdón realiza su recorrido estándar, adarve abajo, acompañado de numerosos fieles que aguardan con bastante antelación la llegada del cortejo, sobre todo en la Plaza Mayor. Buena nueva, vive Dios. Un megáfono sirve para que la presidencia eclesiástica dirija las estaciones del vía-crucis hacia la muchedumbre.
El Miércoles Santo sorprende la masiva afluencia de mantillas acompañando a la Virgen de la Esperanza. Las féminas responden de esta manera al llamamiento que la cofradía de los Ramos proclama por Cuaresma, y recuperan una costumbre que venía consumiéndose en franca decadencia. Como observamos en la foto, también escolta a la Virgen de la Esperanza una escuadra de la Policía Nacional. Persisten, empero, los problemas para completar las procesiones y turnos de carga. Ya era norma común entre las hermandades el trasvase de hermanos, sin importar naturaleza, túnicas o distintivos.
 Miércoles, 7 de abril de 1982. Virgen de la Esperanza por Moret. Ilustres cabezas de varal (y I)
La Vera Cruz procesiona el Jueves Santo sin incidencias pero nuevamente con tres pasos, ya que el misterio del prendimiento sigue maldito por el gafe. Antes de Semana Santa un grupejo de tunantes, se cree que drogadictos en busca de cobijo, acceden y prenden fuego al almacén de la cofradía. El Beso de Judas sufre graves desperfectos y quedan inútiles las otras dos figuras secundarias, sayón y soldado romano. Como nota más alegre, debuta aquí en San Mateo la banda de cornetas y tambores del grupo de Barriadas Unidas, que después se sumaría también a otros cortejos. Barriadas Unidas era el nombre de un conjunto de majorettes que germina en el barrio de Llopis, compuesto por un grupo de chicas –encargadas de las coreografías- y una banda de cornetas y tambores, que interpretaba marchas de ordinario y participaba también en los principales festejos populares de la ciudad. Este grupo quedará disuelto en 1985, pero algunos de los muchachos se animarían a seguir adelante con la banda, dando lugar al embrión de lo que más tarde sería la histórica banda de CC y TT del Stmo. Cristo del Humilladero.
Amparada por la fe inquebrantable de su barriada, la cofradía del Humilladero no tiene problemas para sacar sus pasos a la calle. Sale a las 23 horas de la iglesia del Buen Pastor (desde donde hoy procesiona el mismo Cristo de la Preciosa Sangre en silente vía crucis) para recorrer Costa Rica, Colombia, Avda. de Cervantes, Avda. de la Hispanidad, Avda. de la Bondad, Colombia y Costa Rica. Venancio Rubio, el escultor cacereño cuya gubia dio la vida a María Corredentora, había fallecido pocos meses antes. No faltan las saetas a cargo del Casares y de Dieguino de Cáceres, por entonces junto a la Navera y al Niño de la Ribera los únicos que mantenían viva la tradición saetera en Cáceres.
La Madrugada cubre también con holgura los turnos tanto de carga como de escolta en todos los pasos. En un desfile muy lucido, por primera vez son cuatro bandas las que acompañan al Nazareno: la Banda Municipal, la Cruz Roja, la de Pinilla y la de Barriadas Unidas. De alguna forma viajan por entre las frías brisas de la amanecida una corriente de cambio, un color más vivo, un indicio de fervor renacido. El Cristo de las Indulgencias ha tocado su paso con el cariño y la nostalgia en recuerdo a Guillermo Pache, jefe de paso que también había fallecido pocas fechas antes de la procesión. Su vara de mando y su carnet viajan este año con el Cristo. Al filo de las 9 de la mañana del Viernes Santo tiene lugar el tradicional desayuno de hermandad en la cafetería de la facultad de Filosofía y Letras, costumbre que si fuera por este que escribe ya estaría recogida en los estatutos de la hermandad.
Viernes, 9 de abril de 1982. El Calvario, por Santiago. Ilustres cabezas de varal (y II)
El Cristo de los Estudiantes, bajo un sol espléndido, define un nuevo recorrido casi idéntico al que conservaría hasta bien entrado el siglo XXI: Santo Domingo, Concepción, Moret, Pintores, San Juan, San Pedro, Donoso Cortés, Sergio Sánchez, San Juan, bajada por Gran Vía hasta Plaza Mayor. De ahí, en lugar de regresar ya por General Ezponda, bajaba por la Plaza del Duque hasta Margallo y Ríos Verdes. Abandona de este modo la subida hasta San Jorge que mantuviera por espacio de cuatro años. El aumento de la participación cofrade y ciudadana queda también patente por la tarde en el cortejo del Santo Entierro.
La cofradía del Nazareno mantiene su desfile a las 22:30 horas del Viernes Santo, con la Virgen de la Misericordia y la Cruz Vacía por Godoy, Zapatería, Gabriel y Galán, Plaza Mayor, Pintores, Moret, Concepción, Santo Domingo, Sancti Espíritu, Muñoz Chaves y Camberos hasta Santiago. La procesión del silencio duraba poco más de dos horas, y cada vez contaba con menos público, sin duda desubicada a causa de su horario inoportuno. Y concluye la semana de pasión con la procesión del encuentro, que partía a las 11 horas de una mañana más gris que las jornadas precedentes. Tanto la Virgen de la Alegría como el Resucitado realizan el mismo recorrido, juntos y por separado, que disfrutamos en la actualidad.
Sin poder precisar ningún motivo con certeza, lo cierto es que la mejora en la Semana Santa del 82 es palpable y calificada de «inesperada» por propios y extraños. Y seguramente percibamos con mayor nitidez este efecto ahora, con la perspectiva del tiempo, que lo que los propios cofrades intuían en el transcurso de aquella semana. Sabemos que, por lo acuciante de las circunstancias, las hermandades realizan llamamientos a la implicación y piden ayuda casi desesperada, pero tal vuelco en la tendencia participativa no encuentra explicación lógica ni aparente. La gente de Cáceres retorna a las aceras para arropar sus devociones. Los hermanos dejan crecer su barba y sus ganas de cargar, sin importar en cada golpe de horquilla dejarse un golpe de su vida. El ayuntamiento pone su granito de arena enviando representación institucional a todos los desfiles procesionales, sin excepción. Incluso la Audencia Provincial, por medio del magistrado Crespo, manda representación institucional a las procesiones. Al calor de esta feliz noticia asoman ya las primeras voces pidiendo nuevas miras y un mayor aprovechamiento turístico de la Semana Santa, un festejo que trasciende ya el ámbito religioso para convertirse en un gran acontecimiento a nivel local. Estamos asistiendo, sin dudas y sin miedos, a un hermoso proceso de resurrección espontánea.

– Continuará con el capítulo: 1983 – Reencuentro con la Semana Santa
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1981 – Cristo de la Atonía y Hermandad del Desentendimiento
Atravesamos una Cuaresma triste en cuyo discurrir la Semana Santa viene resoplando ahíta de palos y agujeros. Ante el vacío legal que lastra y se arrastra en la organización de los festejos cofrades, es el ayuntamiento quien decide encargarse, a través de la comisión de cultura, ferias y fiestas, de elaborar un cartel anunciador para este año. Para ello se escoge una imagen del Cristo de las Indulgencias obra de Jose María Parra Talavero, fotógrafo entonces del Periódico Extremadura. Al mismo tiempo, el alcalde Manuel Domínguez Lucero certifica el compromiso municipal de ayuda para evitar la inminente desaparición de la Semana Santa como celebración social. Por no haber sepan que no hay ya ni pregón, ni oficial ni clandestino.
Así se inician los desfiles procesionales el día 12 de abril, bajo un ambiente apático y con ese temblor inquieto de no saber muy bien cómo se van a desarrollar los acontecimientos. En este Domingo de Ramos la burrina se ve sorprendida por algunas gotas de agua que obligan a recortar su recorrido: Cánovas (ésta es la última salida desde el asilo de ancianos), San Antón, San Pedro y recogida en San Juan.
 Asilo de ancianos “Mi Casa”,  sustituido en 1982 por el actual edificio de las Hermanitas de los Pobres.
El resto de cortejos, muy tibios, salen adelante con la acostumbrada escasez participativa y sin novedades de alcance. El Martes Santo, 14 de abril, el Cristo del Perdón modifica su itinerario y vuelve a bajar a la Plaza por los adarves, deshaciendo el cambio del año anterior. El Jueves Santo, un fugaz chubasco obliga a recortar de súbito el recorrido de la procesión de la Vera Cruz, que da media vuelta en la Plaza de San Juan y vuelve aprisa por Pizarro.
En un lance inesperado, la madrugada del 81 se torna oscura como oscura resulta la memoria de todo este año entero. El alumbrado público de los adarves falla minutos antes de que amanezca, provocando que el cortejo de Jesús Nazareno marche entre penumbras por el tramo comprendido entre el adarve de la Estrella y la Plaza de Santa María, donde se encuentra por fin con la primera luz del alba. Fue tan cruel el destino como hermoso el espectáculo. Rotas las riendas de padres y abuelos, acompaño la procesión hasta la recogida dispersa en Santiago. Y según me despubertizo, mi mente despierta al sano vicio de cuestionarse las cosas. Cada vez que clavo mis pies en estos santos lugares, me pregunto quién hace a estos hombres divinos o humanos. Por qué unos llevan coronas de oro y otros bonete de alambre y espino. Por qué unos contemplan los siglos en una sombra de piedra y otros fundan pasiones con su pueblo cada primero de abril. Qué es lo que nos enseñan y qué es lo que nosotros en verdad aprendemos de ellos. Por qué igual los veneramos a golpes de pecho que venimos dándoles la espalda de unos años a esta parte.
La hermandad de los Estudiantes continúa haciendo su estación del Vía-Crucis en la Plaza de San Jorge, situando el paso en la explanada frente a la escalinata de la Preciosa Sangre, mirando hacia el Palacio de los Golfines. Ocurre aquí una anécdota esperpéntica, cuando el público y los hermanos congregados tienen que hacer callar el estruendo de una banda de rock que se encontraba ensayando en un local próximo, a todo volumen y al aire libre… solo de esta forma se puede escuchar al Padre Pacífico en su plática de Viernes Santo. Un ejemplo sin duda ilustrativo del peso específico que la Semana Santa había perdido dentro de la vida social cacereña.
Por la tarde, el Santo Entierro abandona el eje Hornos-Gallegos y recupera su tradicional descenso hasta la plaza por los adarves, libres ya de vallas y hormigoneras. Retrasa en esta ocasión su salida hasta las 19:30 horas. La procesión del Silencio de la cofradía del Nazareno, con la Virgen de la Misericordia y el paso alegórico de la Exaltación de la Cruz, pasa de nuevo casi desapercibida en su novedoso y tardío horario del viernes. Me disculpen la brevedad, pero termina la semana y es imposible contar aquello que no ocurre.
Como novedad más visible en los desfiles, a las habituales bandas de CC y TT de los romanos y de la Cruz Roja se suma este año la banda de la recién creada asociación de majorettes de Pinilla. Una nota de color en una Semana Santa plomiza que así cierra su trienio más lúgubre, anclada en una supervivencia anodina y con perspectivas de futuro mucho más que inciertas.


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1980 – Un pregón clandestino
La Semana Santa Cacereña de 1980, dubitativa, interrogada, se despereza en la tarde del 31 de marzo con un pregón cuasi clandestino, que no se recoge en los anales cofrades porque no está organizado de manera oficial ni por el ayuntamiento ni por ningún organismo competente (claro que no existía ninguno por aquel entonces). Huimos también del Gran Teatro o cualesquiera grandes auditorios. Carlos Entrena Klett, quien ya fuera pregonero en 1974, pronuncia en el salón de actos del colegio de las Carmelitas un pregón de Semana Santa organizado por la Asociacion de Padres del propio centro. Presentado por su hija Blanca, Entrena centra su discurso en una vehemente reivindicación del concepto de «cristiano» frente a las corrientes imperantes que intentan transformarlo en humanismo. El acto, acaso carente de la pompa y el boato de ediciones anteriores, resultó más que digno y contó con una notoria afluencia de público.
Esta Semana Santa transcurre anodina sin conocer novedades hasta el Martes Santo. Aquí el Perdón modifica su recorrido ante la previsible –y demostrada- escasez de hermanos de carga, abandonando los adarves para transitar por Pintores, Moret, parte baja de la Concepción, General Ezponda, Plaza Mayor, Pintores y San Juan. Itinerario liviano para salir del paso, durante el cual se reza como es tradicional el santo Vía-Crucis. En la Vera Cruz, el beso de Judas se vuelve a quedar en el templo por falta de efectivos cargadores, aunque esto hace ya tiempo que dejara de ser noticia. Y en la hermandad del Humilladero la principal novedad es la escuadra de gastadores de la Cruz Roja que este año acompañan a su banda.
Este año se palpa, se ve y se comenta la descarada pérdida de respeto y compostura del público al presenciar los desfiles, sobre todo en el de Jesús Nazareno, tradicionalmente el de más empaque de la ciudad. Conservo la imagen del abuelo Romualdo indignado, ya en sus últimos estertores, poniendo el grito en el cielo ante las repetidas muestras de agravio y desdén contra las costumbres de la más recta moral. Para rematar el cuadro, la grúa situada en mitad de los adarves continúa un año más poniendo en aprietos a los esforzados, ahora más que nunca, hermanos de carga.
La cofradía de los Estudiantes vuelve a salir a las 12 de la mañana del Viernes, recorriendo Santo Domingo directamente hacia Margallo (evitando en esta ocasión el tránsito por Ríos Verdes), Plaza del Duque, Plaza Mayor, Pintores, San Juan, y vuelta para bajar por la Gran vía hasta la plaza, Arco de la estrella y desde ahí enfilar hasta San Jorge, donde se vuelve a realizar la estación del Vía Crucis. Ya no son muchos los fieles que acuden a los pies de la Preciosa Sangre para presenciar tan peculiar acto. A su término, la hermandad regresa por el Arco de la estrella y la Plaza Mayor hasta general Ezponda, y desde ahí a Santo Domingo.
La cofradía de la Soledad evita los adarves debido al mencionado inconveniente de las obras. Sale a las siete de la tarde hacia Hornos y Gallegos, bajando por la Gran Vía hasta la Plaza Mayor, volviendo por Pintores, traseras de San Juan, Sergio Sánchez y Pizarro. Y sin solución de continuidad, a las once de la noche del viernes sale la cofradía del Nazareno, que adelanta su procesión del silencio para intentar acercarla más al público, en una jornada mucho más cofradiera que el Sábado Santo. Sin embargo, lo avanzado de la hora deja de nuevo muy pocas personas en la calle para contemplar los pasos de la Virgen de la Misericordia y la alegoría de la Exaltación de la Cruz en el siguiente recorrido: Camberos, Muñoz Chaves, Sancti Spiritu, Santo Domingo, Plaza de la Concepción (parte baja), Moret, Pintores, Plaza Mayor, Gabriel y Galán, Zapatería, Godoy y Santiago.
Tras el paréntesis del sábado terminamos la Semana de Pasión con la procesión del Encuentro, que culmina en la Plaza mayor a los sones del himno nacional interpretado por la banda de la Cruz Roja. El acto congrega a menos público que otras veces, quizás distraído por el cambio horario de la madrugada anterior.
La tónica general de este año, además de la bonanza climatológica, es la falta de penitentes, y sobre todo de hermanos de carga, quizás en mínimos históricos. Aunque no se suspende ningún desfile por este motivo, sí que pueden verse numerosos hermanos de otras cofradías -y distintos hábitos, cual serpiente multicolor- completando los turnos de carga de algunos pasos que de otro modo se hubieran quedado sin salir. Esta circunstancia, dentro de su gravedad, se toma entonces como un ejemplo de la unión y solidaridad que reina entre las  cofradías, ayudándose unas a otras. El seguimiento en las calles sigue estando por encima de la participación en las procesiones, aunque ya se percibe un leve incremento de los hermanos más jóvenes, incluso de los niños. Lo han adivinado: Aldo Torres era uno de ellos. También se acentúa la carencia de mantillas, en beneficio de una mayor participación femenina en las filas de capuchones. Este cambio no siempre resulta bien entendido en unos tiempos en que la presencia de mantillas, y de la mujer en general, poseía en las cofradías un simbolismo muy distinto al que hoy conocemos.
Para terminar de remover las heridas, los factores externos lejos de ayudar se multiplican en perjuicio de las celebraciones cofrades. Valgan como muestra dos ejemplos: la Banda Municipal vuelve a ausentarse de muchos desfiles debido al excesivo caché que las hermandades, en precario, son incapaces de asumir. Además, las nuevas disposiciones políticas impiden que las bandas militares participen en los eventos religiosos como otrora venía sucediendo. En este lóbrego escenario, la banda de CC y TT de la Cruz Roja y la de los romanos de los Ramos sostienen en exclusiva y sin remedio todo el peso musical de los desfiles cacereños.
El cambio político-social en España contribuye a provocar un creciente desinterés, cuando no rechazo, hacia cualquier tradición que estuviera arraigada en épocas pasadas, y que ahora algunos sectores equívocamente asocian al extinto régimen franquista. La Semana Santa aún tardará años en sacudirse este lastre indeseado. Y como remate, la no reparada disolución de la comisión Pro-Semana Santa es la puntilla que acelera esta penosa decadencia tras un par de años (77 y 78) en los que se avistaba, quizás no una recuperación, pero sí al menos un frenazo en la caída libre.
En este punto de la historia, el temor a que las procesiones desaparezcan se hace más que latente. Se alzan los primeros toques de aviso y serios llamamientos a la unidad de todos los cofrades para avivar una Semana Santa que, en este 1980, sale adelante más por la rutinaria inercia de los acontecimientos que por cualquier otro motivo. Quo Vadis?

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