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Ahora que se acercan, en mi opinión y en la de muchos, las más hermosas fechas para un cofrade, es momento de rescatar y publicar este fragmento del capítulo de No sus fieis de las horquillas titulado Cuarenta días
(…)
Todo está sin empezar. La saeta que todavía no ha rezado, la cruz que todavía no traspasa el dintel de la puerta, la horquilla que aún no se ha roto, el guante que aguarda inmaculado, la túnica surcada con arrugas aleatorias, las crónicas no escritas, la cámara sin cargar, la crítica sin apuntar a nadie, la ciudad a medio hacer, el suspiro que no sale, las lágrimas que nos estamos ahorrando. Las vísperas son como esas ruinas marchitas del futuro, los rescoldos de una gran verbena que todavía no ha sucedido. Una historia recóndita que permanece oculta en el último pliegue de la fosa más profunda de la memoria, y que ningún ser vivo todavía ha sido capaz de imaginar para narrarla. La historia de lo que aún está por existir, y de lo que solamente tenemos, por ahora… memorias. Las vísperas son lo que nos queda cuando la Semana Santa ha terminado. Los recuerdos que se acurrucan junto a la última estampita, de cuaresma a cuaresma, ansiando ser revividos una y otra vez. Esa burrina que pasta amarrada en San Juan, esperando a que llegue la hora de su traslado. Esas ramas que todavía nadie ha ido a arrancar de los olivos. Esa camisa por estrenar. Esos nervios por florecer. Las vísperas son aquello que queremos, y todavía no tenemos. Dejar de vivir las cofradías en Twitter para absorberlas por fin en la calle. El reloj que parece que avanza, pero no avanza. El dolor que parece que llega, pero no llega. Las imágenes en vía crucis huérfanas sin sus hermanos de escolta. Las antorchas y capuchas atezadas cruzando por Santa María, sin el gesto de muerte de su Cristo Negro. Los certámenes y los pasacalles, que aún no suenan a penitencia. Los intentos de procesión, que todavía no son procesión. Las vísperas. Cuánta desazón nos ahorraríamos sin sus idas y venidas, si tuviéramos siquiera la esperanza de que no iban a marcharse nunca, si no nos obligaran a vivir el año con prisas, descontando y no sumando hojas en el calendario. Las vísperas proclaman la venida de lo definitivamente hermoso, de un Domingo de Ramos en el que todo, por fin, comienza… a terminar. Qué plácida sería la existencia sin ellas. Pero también, qué aburrida.

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74 – Son vísperas

Quedémonos con las vísperas, con ese temblor de espera, con ese desperezo de capullo que ya no es yema y que ni aún es rosa. Quedémonos entre dos luces de aguardo, de una especie de impaciente lubrican , en las veras de la aurora. Estos días que ahora vivimos, tiene ese sabor de andén, en que ya sentimos el ruido de la máquina del tren, desde el que ya oímos su lejano pitido. ¡ Qué hay más grande que una espera, cuando se sabe que esa espera desembocará en la dicha plena! Nada.
Quedémonos aquí, cuando Sevilla, la Jerusalén del mundo, es la única que conoce el secreto de los Evangelios escritos por amanuenses callejeros, que se repartieron por los días de la ciudad. Ahora la caricia no tiene manos ni paisaje para desarrollarse, son vísperas.
Quedémonos aquí cuando la ciudad se llena las manos de flores, de velas, de detalles de última hora. Cuando vemos pasar a Sevilla en el trajín de las vísperas de la Pasión. Nada, por más grande que sea la dicha vivida, nos lo iguala. Mirémonos, pensemos en nosotros, sin salir más allá de nuestra unicidad. ¿Cómo estamos viviendo todos estos días? Como un niño aguarda un día señalado de primera comunión, como un novillero apura las horas en el hotel, como un jardín pasa hojas de noche a la espera de cubrirse una mañana entero, a la luz de un sol, que aunque sabe que vendrá nunca sabe exactamente cuándo.
Quedémonos aquí, cuando la saeta es todavía un pájaro volantón, viento sin cuerpo, ala acostumbrándose al aire, notas sin completar, grito haciéndose.
Quedémonos aquí, cuando los romanos no saben todavía que galas ponerse para esa semana en la que serán la única tropa a la que aplaudan quienes somos sus morales enemigos. Quedémonos aquí, cuando los sayones aún no saben abofetear, flagelar, señalar, mofarse de un muchacho nacido en Belén, ante el que los siglos siguen santiguándose.
Quedémonos aquí, cuando ninguno de los doce sabe que esa cena será la última, cuando nadie, salvo Él, sabe que la pernocta en el Getsemaní acabará rota de silencio cuando Judas por treinta monedas venda al hijo del Hombre. Quedémonos aquí, cuando las dolorosas no saben que manto ponerse para ir a llorar al llanto absoluto, ¿qué toca echarse por encima para cruzar una madrugá de frío, de luto? ¿con qué corona ceñir una frente ya marchita por la pena?
Quedémonos aquí, cuando Longinos no sabe todavía que la punta de su lanza va a ser cáliz goteante cuando salga del costado de Jesús. Quedémonos aquí, cuando el Nazareno no sabe que va a tropezar tres veces en la calle de la Amargura. Cuando Simón de Cirene no sabe que se encontrará un hombre que no puede con la cruz y tendrá que ayudarle.
Quedémonos aquí, Sevilla haciéndose, porque es así como se asiste al divino espectáculo del Génesis con una sola frase de Dios: hágase la Semana Santa de Sevilla.

A.García Barbeito