Ahora que se acercan, en mi opinión y en la de muchos, las más hermosas fechas para un cofrade, es momento de rescatar y publicar este fragmento del capítulo de No sus fieis de las horquillas titulado Cuarenta días
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Todo está sin empezar. La saeta que todavía no ha rezado, la cruz que todavía no traspasa el dintel de la puerta, la horquilla que aún no se ha roto, el guante que aguarda inmaculado, la túnica surcada con arrugas aleatorias, las crónicas no escritas, la cámara sin cargar, la crítica sin apuntar a nadie, la ciudad a medio hacer, el suspiro que no sale, las lágrimas que nos estamos ahorrando. Las vísperas son como esas ruinas marchitas del futuro, los rescoldos de una gran verbena que todavía no ha sucedido. Una historia recóndita que permanece oculta en el último pliegue de la fosa más profunda de la memoria, y que ningún ser vivo todavía ha sido capaz de imaginar para narrarla. La historia de lo que aún está por existir, y de lo que solamente tenemos, por ahora… memorias. Las vísperas son lo que nos queda cuando la Semana Santa ha terminado. Los recuerdos que se acurrucan junto a la última estampita, de cuaresma a cuaresma, ansiando ser revividos una y otra vez. Esa burrina que pasta amarrada en San Juan, esperando a que llegue la hora de su traslado. Esas ramas que todavía nadie ha ido a arrancar de los olivos. Esa camisa por estrenar. Esos nervios por florecer. Las vísperas son aquello que queremos, y todavía no tenemos. Dejar de vivir las cofradías en Twitter para absorberlas por fin en la calle. El reloj que parece que avanza, pero no avanza. El dolor que parece que llega, pero no llega. Las imágenes en vía crucis huérfanas sin sus hermanos de escolta. Las antorchas y capuchas atezadas cruzando por Santa María, sin el gesto de muerte de su Cristo Negro. Los certámenes y los pasacalles, que aún no suenan a penitencia. Los intentos de procesión, que todavía no son procesión. Las vísperas. Cuánta desazón nos ahorraríamos sin sus idas y venidas, si tuviéramos siquiera la esperanza de que no iban a marcharse nunca, si no nos obligaran a vivir el año con prisas, descontando y no sumando hojas en el calendario. Las vísperas proclaman la venida de lo definitivamente hermoso, de un Domingo de Ramos en el que todo, por fin, comienza… a terminar. Qué plácida sería la existencia sin ellas. Pero también, qué aburrida.