¡Mira cómo pasa el tiempo, buen amigo! Ya no sé las primaveras, que nos dejaste sin cuna y sin abrigo. No creo que al cielo lleguen estas letras que te escribo, porque allí con este infierno poca cuenta quieren ya.
¡Ay Jesús, qué mala suerte! Tú por irte antes que yo, yo por quedarme con las ganas de tenerte. Y de estos casi veinte siglos que llevo sin ti, mejor que solo te cuente que alguno sigue tu ejemplo y te tiene tan presente cual si estuvieras aquí.
Y del resto, amigo mío, qué poquito te has perdido…
La muerte sirve de poco, la vida es aun peor, y encima tu religión, ha hecho un voto a la miseria, al dinero, al sufrimiento, al delito y al horror. Solo se salva el corazón y la verdad del misionero, las tardes en el Nazareno, y algo de lo que leo en los blogs.
Y del resto, amigo mío, qué poquito te has perdido…
La Semana de Pasión, de lo poquito que nos quedaba ya para sentir, para soñar, para vivir y disfrutar, ahora es un triste culebrón, hogar de envidias y rencor, donde tus hombres se denuncian, se pelean, te guardan o te pasean, según las 30 monedas.
Si hoy regresaras a esta tierra de cobardes, y vieras lo miserable en que la hemos convertido, digo que antes de intentar siquiera arreglarla, te irías arrepentido.
Con la corona en la mano, muy despacito y de puntillas, remangándose la ropa sin decir nada quiso escapar. Dejando a su iglesia sola, tirando la cruz al suelo, se vino a nuestro corrillo y allí de pronto se puso a hablar:
“Me he bajado hoy de mi paso para escuchar alguna saeta, para gozar de tus sabores y oler el polvo de entre las grietas. Allí no hablaba con nadie, nada más que con el aire, hace tiempo que lo quería y ya más no he podido aguantarme. Cuando piso por esta acera hasta me creo que puedo ver, aunque sé que soy de madera y es imposible, no puede ser. Qué alegría si fuera niño, y tuviera sangre en las venas, y ensuciarme aquí las rodillas y despeinarme en ti mi melena. Qué alegría si fuera niño…” El muchacho nos repetía, “Pa poder jugar en la plaza, y en sus portales me perdería”.
Ya vale por Dios, chiquillo, qué estás diciendo… cállate ya ¡Si eres tan cacereño y tan humano como el que más! Y cuando sale tu paso, y te meces con la brisa, al niño pintas sonrisas y a los mayores haces llorar. Que aunque estés cansao de luchas cada vez eres más importante y tú, paisano, tienes el arte de encoger a la gente los corazones a tu manera, aunque tu cuerpo y tus entrañas, amigo mío, sean de madera.
No puede ser que me vaya del todo cuando me muera, que no quede ni la espera detrás de la voz que calla, no puede ser que solo haya ciclos de sombra y olvido en este amor desmedido que me yergue desde el pecho si hasta en el trino deshecho se salva el duelo del nido. G.Etchebehere
Detrás de la foto y los santos lugares, detrás de un montante de tantos millones, detrás de los críticos y autoridades, y de esos que tanto saben de nuestras tradiciones. Detrás de tantos siglos de piedra y de cultura, detrás del periodismo, y de la literatura. Detrás del alcalde y del concejal, De los campanarios, del museo y los laicos, de la tele y la radio. Detrás de los blogs y de la libertad, de tantas menciones, de tantos honores y tanto centenario.
No se ve, pero se hace presente a través de sudores. No se ve, la terrible labor y la dedicación de todos esos hombres.
Detrás de tanta flor, en otro escalafón, donan su corazón esos que toa su vida ponen patas arriba. Letrado y panadero, el peón y el banquero, pintor y electricista. Detrás del antifaz, usted descubrirá que hay todo un mundo debajo: tantísimos cacereños, haciendo milagros y poniendo empeño. No sea tan listo, que usted no ha visto, usted no ha visto a los hombres llorando.
Murallas de nuestra memoria. Memoria siempre al compás. Compás de la misericordia. Misericordia en soledad. Soledad triste en el adarve. Adarve que hay que bajar. Bajar el viernes a la plaza. Plaza que viene y que va.
Va caminando un nazareno, por la cuesta dice adiós. A Dios lo vamos a buscar cuando está cayendo el sol. Sol, brillo de mi querer. Querer, luna, catedral. Catedral, cruz del saber. ¡Saber cuánto es tu dolor!
Dolor de verte aburría, aburría de tu gente, gente que se vanagloria, pero nunca van a verte. Verte triste y olvidada, olvidada en las tinieblas, tinieblas desde la prensa a quien ya no le interesas.
Teresa, voz inmortal. Inmortal es tu pregón. Pregón, grande es la lección. Lecciones de libertad. Libertad pa mi creencia, creencia del mundo entero. Entero brilla el Calvario poderoso como el trueno. Trueno lejano de tambores, tambores de antigüedad, antigüedad tu santo y seña, Seña anclada en tu mirar. Mirar profundo en mis entrañas. Entrañas no quedan ya. Ya viene la borriquita, y quita días pa terminar.
Terminar amando un sentimiento. Sentimiento ya en la cuna. Cuna: alumbra mi pasión. ¿Pasión como ésta? Ninguna. Una tarde vi llover. Llover nunca es el final. Final del duelo entre palomas. Palomas que no volverán.
Volverán aquellas notas. Notas, colores, aromas. Aromas de un tiempo grande. Grande por la puerta se asoma. Asoma el paso de los siglos. Siglos hollados con pisadas. Pisadas piedras en un ciclo. Ciclo, tú me tienes encadenao. Encadenao pa siempre a tus murallas.
Cuando miro a nuestro cristo caminando hacia la tumba me pregunto dónde está, o en dónde se olvidaron, el arte de esa silueta recortada en la penumbra, mutilada sin piedad por un haz que la deslumbra.
¿Cómo algo tan artificial se atreve a presumir de hermoso? ¿Qué musa inspiró al creador de tal invento pavoroso? ¿Qué es lo que movió al directivo a lastrar las parihuelas? ¿Quién dejó que la electricidad se matricule en nuestra escuela?
Imagínate al Nazareno iluminado por las velas. Imagínate que no hay más luz que el sol saliendo en la ladera. Imagínate al Cristo Negro con dos faros en la cara. Imagina el rostro divino sin farol que lo manchara.
Alumbrar, distorsionar, y destruir la luz más pura, la de las sombras… la verdadera…
Si los rayitos de luna se convierten en tu cuna abrazando a la madera, ¿pa qué quieres la pamplina de esas luces de mentira? ¿no ves lo mal que te quedan? Si cuando vienes, paisano, no distinguen tu rostro claro, que te miren más despacio. Pero que no te disfracen con ese cruel embalaje estridente, cutre y rancio. Por eso, háganme caso, ¡fuera los focos y cables de nuestros pasos!
Las ocho y media, qué dolor, voy camino de la churrería. Un sábado y madrugando. Cuatro porras, venga, que es largo el día.
Aun falta gente habitual, siempre queda algún rezagado. A lo largo de la mañana, los iremos viendo por el traslado.
Tú, vete al coche aquél, sólo caben cuatro. Quedaos alguien aquí, que aún queda trabajo. ¡No gritéis todos a la vez! Ya no nos quedan na más que dos viajes, mecachis en la mar… me he manchao el traje. Este año pinta mal, dicen que lloverá. Me tengo que marchar, yo te acerco después, que me da igual…
A ver qué hora es, la una menos diez… siempre al final nos retrasamos. Ya me estoy cansando, la banda no la aguanto, este año me cambio de paso. Ahí subirse dos, ¿adónde está el farol? Pasa el agua que eche un trago. Un chiste socarrón, ¡cuidao, el escalón! Ya están los turistas mirando…
Venga, venga, un esfuerzo más y se acabó. Venga y a partirnos aquí el alma, que van a cerrar la iglesia. Luego llegarán los jetas al final, que no han sudado en toa la mañana; después querrán una cerveza… Y así pasamos las horas, y los días juntos siempre sin romper esta cadena. Hermanos en la procesión, y hermanos fuera.
Curramos como animales, orgullo de ser cofrades y de levantar tu fiesta. La Santa Semana da igual, que llueva to lo que quiera.
Tus viejas piedras son el marco donde el cristo, como en un cuadro antiguo de maestro mesetario, desencadena su grito ahogado y resalta su mortal palidez. A tus flores más hermosas les robé sus perfumes para brindárselos a mi pluma. A tus bravos cargaores desde el fondo de las venas arranqué los sentimientos. Tras el bruñido de tus torres pude hallar impasible la recia mirada del tiempo. Dibujé mi porvenir cuando me cambiaste la vida ese catorce de abril. Y con este amasijo de costumbres, aromas, risas y dolores, quiero verter mi corazón, como un tintero ante ti.
Cuida de estas letras, que adentro llevan mi alma.
I
Soy Camberos en penumbra. Soy el desgarro cornetero. Soy el guijarro traicionero, que por Bujaco te derrumba. Soy San Juan en trasera sombría. Soy Soledad que guarda mi tumba. Soy Pizarro, solitario y tenebroso. Soy Santa Clara, Puerta del nuevo día. Soy adarve, moruno y bullicioso, y en él camino por donde solía. Apoteosis cruzando Santa María, desayuno riendo luminoso.
II
Yo, retiro eterno del escriba, tanto lujo llevo como rehuyo. Soy suspiro de larga fatiga en los hombros de los hombres tuyos, Y te miro tragando saliva, y te asombro entre los murmullos. Soy violento claroscuro, poso de lo profundo y lo popular. Soy la inspiración de tu arte, de la nota, la palabra y el flash. Yo soy el cuarto centenario. Soy custodio y relicario. Soy aliento a medio escapar. Soy presente, futuro y pasado. Soy la huella de la antigüedad.
III
Soy el octavo pecado capital. Soy bostezo criminal en la mañana. Soy pasmo y rezo al contemplar el reo andando por la muralla. Yo te miro y nunca te miento, yo te hablo hondo con la mirada. Soy la ilusión a tu cuello anudada. Soy la fuente de tus pensamientos. Tierras de abolengo y espada, pudieron ver mi acunamiento. De nada ni de ninguno yo me siento patrimonio. Soy alarido quebrado de un poblado mansurrón, que pervive prendido de insomnio, que obedece silente al reloj.
IV
No preguntes Cáceres, quédate en la duda. Soy la plata que a mis faroles da tu luna. Yo soy aquello que te hace diferente. Soy tu resuello, fugaz y reverente. Soy lo nuevo y soy lo viejo, frío emboscado en pedernal. Soy el repiqueteo de horquillas, que al ritmo del tenso pellejo más que andar quieren bailar. ¡Que no me empadronen en Sevilla! ¡Que éste es mi carné de identidad!
V
Soy ídolo de atávicas hechuras. Poseo trazas de legendario. Llevo un gesto macilento, que nunca precisó de cura. Ni tengo ni quiero barrio. ¿Pa qué más barrio que mi gente, más cartel que la piedra caliente, ni más trono que la Extremadura? Soy el quinto día de la semana, motivo de esperanza cotidiana. Soy la gala que no halla balcón, y la pala que ahonda tu reflexión. Soy el miedo que existe en ti, clavo ardiendo si se acerca el fin. Soy la garra que tu palo amarra. Soy el que da el sentido a tu sentir.
VI
Acojo tu historia entre mis brazos. Muero a diario por tus calles. Transformo mi última costilla en preludio denso de tus detalles. Soy el lirio en tu penar, y el clavel en tu alegría. Soy enjundia por el día, y en la noche majestad. Soy tu conciencia atroz. Soy alivio en tu agonía. Soy crujido de rancia madera, boca de quien no tiene voz. Del rigor de la madrugada nadie sabe más que yo. Del rigor de mis hermanos, hablaremos en otra ocasión.
VII
Tengo el sueño por equipaje. Por mí ya sudan los chiquillos. Por mí se hacen personajes tantos tristes personajillos. Por mí se torna la plaza en un lienzo vivo de Murillo. Yo soy portones de caoba, los testigos de mi camino. Por mí callan los altos trinos. Por mí amamantó la loba. Enjambre de dilatada pena, hambre de pregón constante. Riscos mordidos de almena, faros de cera tremolante. Ventana que besas la escena pa ver mi estampa itinerante, abre tu pestillo a mi paso que yo soy el estandarte.
VIII
Soy el veterano huraño. Soy la espera sentida. Soy el amigo de por vida, que ves una vez al año. Donde yo piso con mi leño, ni los jefes de tu mundo ni la fuerza de la bulla osan cuestionar mi rumbo. Mira si soy cacereño, hombre que a mi vera arrullas, que hasta me puse en un segundo el nombre de una calle tuya, Y de tanto y tanto caminar, grito mas no me hundo Y mi madre se quiso llamar como las lindes de tu catedral. Tú que a pesar de la edad me paseas gemebundo, tú que me viste de nieto y vas a verme de abuelo, tú que naciste con la suerte, de poder besar este suelo. Soy en tu vida el anhelo, soy el consuelo en tu muerte.
IX
Renazco en albores de marzo, no cabe la gente en la plaza. Dos hermanos a mi lado escoltan sus capas blancas. Dedo gordo desgastado. Cambio besos por estampas. Soy tu sed, tu enfado y tus dolores, soy la razón de tu amanecer, soy el león junto a la torre, ave temprana y cordel. Soy tu mito y soy tu tiempo. Soy plegaria bajo el olivo. Yo disfruto el premio lento de morir mi muerte contigo.
X
Yo soy la nube sin cielo. Yo soy la noche sin luna. Yo soy el llanto sin ruego. Yo soy la nana sin cuna. Yo soy la rama leve que acaricia mis espinas, heridas de mi escarmiento. Yo soy la llama breve que detrás de mi camina, e ilumina mi tormento. Y acabado el gran dolor saco pinchos al momento, doy calor al sentimiento, enfrío cañas en el asador. ¡Jefe, rondas pal regimiento, que esta noche invito yo! Yo soy la lluvia que temes. Yo soy el aire que bebes. Yo soy cruz suspendida al viento. Yo soy el morao. Yo soy el silencio.
contra la acera. Acompaña prudente a mis hombreras. Ennegrece mis guantes estrenaítos, soniquete elegante de tantos siglos. Tírate a destrozar las viejas piedras. Sé por siempre el pilar de tantas guerras. Apuntala mis andas. Representa a mi pueblo. Marca tú estos compases que llevo dentro. Cuerpecito alargao, piel de madera, una cuna en lo alto es tu cabeza. Quédate, que tus primas las almohadillas se ponen si te arrimas muy nerviosillas. Quédate amontonada en sucios suelos, once meses de nada, hasta el tercero. Quédate, que mi gente te guarda aplausos. Sigue recta y valiente, quédate para siempre bajo mis pasos.
«Pero en lugar de llevar por bandera cosas nuestras un montón de bonitas, se nos van los ojos pa lo de afuera y queda mal la ciudad entera por cuatro mierdas de capillitas» J.C.Aragón, 1998.