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Últimamente miramos con nostalgia no muchas décadas atrás, y nos recreamos en el recuerdo de los pesados murmullos en la lejanía y la muchedumbre en las aceras con el relente de las claritas. Cuando se citaban más personas que grajos viendo la Madrugada. ¿Saben la diferencia? Que antes había fe. Y antes sabían lo que significaba la Madrugada del Viernes Santo. Hoy ya no lo sabemos.

Hemos reducido la Semana Santa a unos colores y a un reloj, y hemos construido un monstruo tan grande que ya no lo dominamos. Más bien al revés. Estamos tiranizados por reglas que nos hemos impuesto nosotros mismos, por un llegar a tal hora a tal punto, que si falta dinero, que si vamos muy despacio, que si fulanito no ha venido, que si tengo que estar en tal sitio para cumplir con no sé quién. Y todo eso se va transmitiendo, claro. Y al final tanto cofrades como espectadores acabamos contagiados del mismo y ridículo atontamiento.

A la Madrugada no le hacen falta innovaciones, ni ideas brillantes, ni mucho menos cambios. Lo que hace falta, si acaso, es más Madrugada. Los que debemos de cambiar somos nosotros, tanto los que la disfrutamos como los que se quedan en casa.

Déjese de excusas absurdas y piense en lo que realmente significa todo esto. No me cuente milongas de que si una cofradía termina, que si la otra empieza, que si hay media hora muerta, que si los bares están cerrados… ¿Nos estamos volviendo idiotas o qué? La Madrugada no es una cofradía, ni una procesión, ni un paso, ni un horario. La Madrugada es de Viernes Santo, y es Santa también. En la Santa Madrugada y en la Resurrección termina y empieza toda nuestra razón de ser. El resto de los días, la Cuaresma, los otros once meses del año, solo son un camino para llegar hasta aquí. Si usted tiene sueño, piense en qué tormentos no estaría pasando Jesús a esa misma hora. Qué no estaría maldiciendo en su interior pidiendo que aquello terminase pronto. Puestos a sufrir, oiga, un par de torrijas y un café bien cargadito resucitan a cualquiera. Jesús no tuvo tal ocasión. Métase en la ducha y salga a la calle. Si hace frío déjese el pijama debajo. Póngase guantes aunque no vaya a procesionar. Venga en zapatillas si tiene los pies cansados. El Lunes de Pascua pídale al jefe baja por devoción. Lo que usted disponga. Pero por Dios, no me sea tan quejica. Está usted conmemorando el martirio de un hombre, sobre el que se supone que sustenta sus creencias. Dé ejemplo con el sacrificio, usted que se dice cofrade, si es que para usted fuera un sacrificio quedarse despierto y acudir a velar en Santiago en una noche tan hermosa.

Hay que recuperar el sentido de lo que estamos haciendo. Debemos recuperarlo primero nosotros, y después ser capaces de contárselo a la gente. El sentido de la Madrugada es que permanezcamos en vigilia durante una noche en que ocurrieron hechos horribles. Jesús esa noche no se fue a dormir la siesta ni a descansar un ratito. Tuvo tiempo de cenar, de ir a rezar, de ser detenido, apalizado, procesado en juicio, condenado sin defensa, insultado, humillado… muerto. Y también de ser negado por los suyos; por cierto, la única parte de la historia que sí conmemoramos con fidelidad.

81 – Calvario

Encajo con una mezcla de satisfacción y esperanza el descubrimiento de nuevos blogs de gente que tiene muchas cosas que decir en esta historia, y que por fin se van decidiendo a compartirlas. La Piedra Callada, ¡Atentos!… ¡al hombro! o el ejemplo que nos ocupa en este post.
Confieso que desde hace tiempo venía barajando la idea de escribirle algo al paso del Calvario, pero la verdad es que nunca supe por dónde empezar. El proyecto dormía la siesta en los brazos de la pereza, hasta que una noche de mayo, sorpresa sorpresa, me encuentro por azar con el mejor título de blog que ha existido, existe y existirá en la historia de Internet: «No sus fieis de las horquillas«, de un cofrade ejemplar como es Ángel Falero. Lo primero que pensé es: ¿cómo no se me habría ocurrido a mí? Y allí dentro, una simple foto que despierta y emociona al mismo tiempo. La foto condensa tradición, historia, nombres propios, emociones y expresividad por toneladas. Tras ella, la inspiración venía sola. O a lo mejor era el empujón que le faltaba.
Tengo la suerte de haber conocido muchos pasos, siempre con experiencias positivas, pero hay dos en los que las cosas sencillamente son distintas. Uno es el Calvario; el otro lo guardaremos para mejor ocasión. Son otra historia. Ellos imponen sus propias reglas, tienen su sello de identidad, enganchan desde el crujido primero. En sus maderas, como en ningún otro lugar, se dignifica y se enriquece ese oficio tan de aquí que llamamos Hermano de Carga.
Uno no sabe explicar muy bien dónde reside la magia del Calvario ni cuándo nace esa peculiar manera de entender la Pasión, desde la humildad, el compañerismo y el orgullo. Tampoco puedo remontarme tan atrás como quisiera, pues aterricé en el Calvario precisamente el año en que se jubilaban sus míticas andas de campana y cinco varales. No he podido disfrutar de otras épocas. ¿Será por cómo suena? Solo los hermanos del Calvario conocen ese sonido. Solo ellos conocen la necesidad verdadera de echar el ancla por el adarve. Nadie está tan obligado a frenar con el esfuerzo. Solo ellos saben que los kilos no caen igual cuando pasa saludando el arco de Santa Ana. Ellos mejor que nadie saben lo que es besar las paredes de la muralla y llevarse un recuerdo de arenilla en la túnica, a la altura del antebrazo. Ellos más que nadie saben lo que es ver pies encogiéndose a su paso. Saben de un Cristo que no para quieto. Saben que ellos hacen otra procesión, una con las curvas más cerradas, las puertas más estrechas y las esquinas más traicioneras. Saben que para ellos los cables penden mucho más abajo. Será por la saeta del Borrasca en Puerta de Mérida, con la despedida de las últimas estrellas. Será porque su sombra en la piedra de San Juan se estira más alta que las demás. Será porque bajo el Calvario el adarve es más largo, y aun así nos da pena llegar al final. Será porque el Calvario une, identifica y enseña. Será porque en él todo es a lo grande. Será porque en trece años nunca he conocido cansancio, quejas o disputas. O será porque a cambio he conocido a muchos hermanos, entregados a una causa y amarrados a la horquilla y al orgullo como únicos compañeros de camino. Gente poderosa que va a lo suyo, que no rechista ni hace preguntas. No sabe de bandas, de atajos o de postureos. El Calvario va solo.
Muchos no entendemos la madrugada sin nuestro querido elefante, misterio siempre vinculado a una saga de maestros delante del paso, los Galiches (con G mayúscula), que dejaron imborrable cátedra esparcida a los pies de la muralla. Y aquí cedo el turno a quienes saben contarlo con bastante más propiedad que yo: Samuel Martín, David Remedios y Pedro Cano.
Alguna vez, con dolorosa incertidumbre, me he preguntado cómo entenderán el Calvario las generaciones que están por venir. Aquellos jóvenes, hoy todavía chiquillos, que no han tenido el privilegio de ser dirigidos, o mejor sería decir aconsejados, por las manos maestras de Ángel o de Paco. ¿Qué sabrán ellos del «no sus fieis de las horquillas»? ¿cómo aprenderán el «echad los pies por delante»? ¿quién les contará una broma para hacerles sonreir cuando van más jodidos? ¿y quién les gritará aquello de «ya estamos en casa»? ¿En qué escuela se enseña a sacar pasos de este tamaño a ras de suelo? Define magistral Falero: «la voz de un gran jefe de paso que hace pasar un tanque por el ojo de una aguja». Y llego a la conclusión de que quizás sea nuestra tarea, la de todos los que aún sigamos aquí, difundir y perpetuar este legado, una personalidad propia, una particular forma de hacer cofradía que disfrutaron tantos alumnos aventajados que pasaron bajo esa cruz, madrugada a madrugada. ¡Qué lección de cacereñismo, Calvario!
Alma Cofrade – Vídeo homenaje A.Polo (2005)
Sé de muchos que quieren jubilarse en este paso. Sé de muchos que no enseñan su rostro más que cuatro horas al año, para cargar con su Calvario. Sé de muchos que con gusto renunciarían a obligaciones mayores con tal de poder volver bajo estos varales, porque los sienten suyos. Y seguramente algún día volverán, claro que sí. También sé que alguno está leyendo ahora mismo estas letras, y para sí mismo asintiendo con la cabeza. No puede ser de otra forma, compañero: somos del Calvario.

Hermanos del Calvario.
Ni mejores ni peores.
Distintos.
Cincuenta hermanos, un solo corazón.
Cincuenta horquillas, un solo golpe.
Grandes hermanos, y hermanos grandes.
Grandes en tamaño.
Grandes en lealtad.
Grandes en el respeto.
Grandes en el deber.
Hermanos de los maestros.
Hermanos de una tradición.
Hermanos silenciosos.
Hermanos sin florituras.
Hermanos del aguante y la obediencia.
Hermanos del horquillazo y la cabeza alta.
Hermanos que no se doblan.
Hermanos del crujido seco y del diente prieto.
Hermanos del peso pesado.
Hermanos del adarve sin prisa.
Hermanos del paso majestuoso.
Hermanos de toda la vida.
Hermanos de aquí al Nazareno.
Hermanos del orgullo.
Ni mejores ni peores.
Distintos.
Hermanos del Calvario.

22

Tus viejas piedras son el marco donde el cristo, como en un cuadro antiguo de maestro mesetario, desencadena su grito ahogado y resalta su mortal palidez. A tus flores más hermosas les robé sus perfumes para brindárselos a mi pluma. A tus bravos cargaores desde el fondo de las venas arranqué los sentimientos. Tras el bruñido de tus torres pude hallar impasible la recia mirada del tiempo. Dibujé mi porvenir cuando me cambiaste la vida ese catorce de abril. Y con este amasijo de costumbres, aromas, risas y dolores, quiero verter mi corazón, como un tintero ante ti.

Cuida de estas letras, que adentro llevan mi alma.

I

Soy Camberos en penumbra.
Soy el desgarro cornetero.
Soy el guijarro traicionero,
que por Bujaco te derrumba.
Soy San Juan en trasera sombría.
Soy Soledad que guarda mi tumba.
Soy Pizarro, solitario y tenebroso.
Soy Santa Clara, Puerta del nuevo día.
Soy adarve, moruno y bullicioso,
y en él camino por donde solía.
Apoteosis cruzando Santa María,
desayuno riendo luminoso.

II

Yo, retiro eterno del escriba,
tanto lujo llevo como rehuyo.
Soy suspiro de larga fatiga
en los hombros de los hombres tuyos,
Y te miro tragando saliva,
y te asombro entre los murmullos.
Soy violento claroscuro,
poso de lo profundo y lo popular.
Soy la inspiración de tu arte,
de la nota, la palabra y el flash.
Yo soy el cuarto centenario.
Soy custodio y relicario.
Soy aliento a medio escapar.
Soy presente, futuro y pasado.
Soy la huella de la antigüedad.

III

Soy el octavo pecado capital.
Soy bostezo criminal en la mañana.
Soy pasmo y rezo al contemplar
el reo andando por la muralla.
Yo te miro y nunca te miento,
yo te hablo hondo con la mirada.
Soy la ilusión a tu cuello anudada.
Soy la fuente de tus pensamientos.
Tierras de abolengo y espada,
pudieron ver mi acunamiento.
De nada ni de ninguno
yo me siento patrimonio.
Soy alarido quebrado
de un poblado mansurrón,
que pervive prendido de insomnio,
que obedece silente al reloj.

IV

No preguntes Cáceres, quédate en la duda.
Soy la plata que a mis faroles da tu luna.
Yo soy aquello que te hace diferente.
Soy tu resuello, fugaz y reverente.
Soy lo nuevo y soy lo viejo,
frío emboscado en pedernal.
Soy el repiqueteo de horquillas,
que al ritmo del tenso pellejo
más que andar quieren bailar.
¡Que no me empadronen en Sevilla!
¡Que éste es mi carné de identidad!

V

Soy ídolo de atávicas hechuras.
Poseo trazas de legendario.
Llevo un gesto macilento,
que nunca precisó de cura.
Ni tengo ni quiero barrio.
¿Pa qué más barrio que mi gente,
más cartel que la piedra caliente,
ni más trono que la Extremadura?
Soy el quinto día de la semana,
motivo de esperanza cotidiana.
Soy la gala que no halla balcón,
y la pala que ahonda tu reflexión.
Soy el miedo que existe en ti,
clavo ardiendo si se acerca el fin.
Soy la garra que tu palo amarra.
Soy el que da el sentido a tu sentir.

VI

Acojo tu historia entre mis brazos.
Muero a diario por tus calles.
Transformo mi última costilla
en preludio denso de tus detalles.
Soy el lirio en tu penar,
y el clavel en tu alegría.
Soy enjundia por el día,
y en la noche majestad.
Soy tu conciencia atroz.
Soy alivio en tu agonía.
Soy crujido de rancia madera,
boca de quien no tiene voz.
Del rigor de la madrugada
nadie sabe más que yo.
Del rigor de mis hermanos,
hablaremos en otra ocasión.

VII

Tengo el sueño por equipaje.
Por mí ya sudan los chiquillos.
Por mí se hacen personajes
tantos tristes personajillos.
Por mí se torna la plaza
en un lienzo vivo de Murillo.
Yo soy portones de caoba,
los testigos de mi camino.
Por mí callan los altos trinos.
Por mí amamantó la loba.
Enjambre de dilatada pena,
hambre de pregón constante.
Riscos mordidos de almena,
faros de cera tremolante.
Ventana que besas la escena
pa ver mi estampa itinerante,
abre tu pestillo a mi paso
que yo soy el estandarte.

VIII

Soy el veterano huraño.
Soy la espera sentida.
Soy el amigo de por vida,
que ves una vez al año.
Donde yo piso con mi leño,
ni los jefes de tu mundo
ni la fuerza de la bulla
osan cuestionar mi rumbo.
Mira si soy cacereño,
hombre que a mi vera arrullas,
que hasta me puse en un segundo
el nombre de una calle tuya,
Y de tanto y tanto caminar,
grito mas no me hundo
Y mi madre se quiso llamar
como las lindes de tu catedral.
Tú que a pesar de la edad
me paseas gemebundo,
tú que me viste de nieto
y vas a verme de abuelo,
tú que naciste con la suerte,
de poder besar este suelo.
Soy en tu vida el anhelo,
soy el consuelo en tu muerte.

IX

Renazco en albores de marzo,
no cabe la gente en la plaza.
Dos hermanos a mi lado
escoltan sus capas blancas.
Dedo gordo desgastado.
Cambio besos por estampas.
Soy tu sed, tu enfado y tus dolores,
soy la razón de tu amanecer,
soy el león junto a la torre,
ave temprana y cordel.
Soy tu mito y soy tu tiempo.
Soy plegaria bajo el olivo.
Yo disfruto el premio lento
de morir mi muerte contigo.

X

Yo soy la nube sin cielo.
Yo soy la noche sin luna.
Yo soy el llanto sin ruego.
Yo soy la nana sin cuna.
Yo soy la rama leve
que acaricia mis espinas,
heridas de mi escarmiento.
Yo soy la llama breve
que detrás de mi camina,
e ilumina mi tormento.
Y acabado el gran dolor
saco pinchos al momento,
doy calor al sentimiento,
enfrío cañas en el asador.
¡Jefe, rondas pal regimiento,
que esta noche invito yo!
Yo soy la lluvia que temes.
Yo soy el aire que bebes.
Yo soy cruz suspendida al viento.
Yo soy el morao.
Yo soy el silencio.

Silueta de Jesús Nazareno de Cáceres en la madrugada