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Una de las cosas que más envidia me ha dado siempre del mundo del costal es que el capataz conozca personalmente, con nombres y apellidos, a cada una de las personas que lleva debajo del paso.

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Si algún año no escuchamos todas o la mayoría de estas frases, una de dos: o ha llovido más de la cuenta o es que nos hemos ido a ver las cofradías a Pontevedra.
Yo dejo una somera recopilación, pero aquí molaría mucho contar con las aportaciones de todo el mundo. Atentos:

Frases de los hermanos de carga
– No sus fiéis de las horquillas
– ¿Tú cómo vas?
– A mí el año que viene no me ven por aquí
– Este jefe de paso no tiene ni idea
– Ese de ahí delante va totalmente colgado
– Cámbiate tú con este
– Esto va a ser por la inclinación de la calle
– No podemos estar parando cada dos por tres
– ¿Dónde hacemos el relevo?
– Sujétame la horquilla un momento
– ¡Súbelo súbeloooo,  que me he pillado el pie!
– Yo por debajo no cargo
– Señores, vamos a callarnos un rato
– Como esto siga igual en el próximo relevo me salgo
– Guárdame el sitio que voy a fumarme un cigarro
– ¡No andéis para atrás!
– Los de la banda no tienen ni idea
– Nos vamos a comer a los de alante
– El paso va cuarteao
– Cuidado con el cable
– ¡Niñooo, mete el hombro!
– Yo vengo a cargar, no a que me vean
– A ver, necesito dos tíos para el medio
– Pues a mí me acaba de caer una gota
– Ya llevamos las velas apagadas
– ¡Páralo aquí, hombre!
– Este año voy de calderilla
– A ver si nos tocan algo ya
– Este año vamos de pena
– Métete la horquilla entre las piernas
– ¡Bache!
– Te puedes echar para atrás si quieres
– Luego ya nos colocamos cuando salgamos
– ¿Han contado ya?
– Esto antiguamente nos lo hacíamos sin relevo
– Sujetad bien que se va a subir uno
– Lo mejor para cargar es la banda de los romanos
– Aquí lo que tenían que hacer es poner verduguillo
– Si es que no nos han colocado
– Yo cargo con el derecho que el otro hombro lo tengo machacao de ayer
– ¿Alguien tiene guantes de sobra?

85 – Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño (III)

Los que se mojan de verdad
¡Ah, la lluvia! Tan rápido como avanzamos en algunas cosas, seguimos anclados en el pasado siglo cuando sentimos la amenaza inminente del cielo. Gotita a gotita va limpiándonos el espejo opaco y mugriento, antifaz de nuestro reflejo verdadero, y pone en evidencia algunas de nuestras más profundas miserias. En este punto nuestra reacción me recuerda a cuando pisamos en la arena un camino de hormigas, y éstas pierden el rumbo correteando ciegas sin recordar cuál era su destino.
Yo creo que estamos un poco bastante atrasados en esta materia. Pocos se atreven a consultar en la red el pronóstico local para las próximas horas, y mucho menos a fiarse de él, aunque irónicamente después sí nos tomamos muy en serio los pronósticos del telediario con una semana de antelación o lo que unos pobres anónimos cobardemente vomitan en la sección de comentarios (que para mí es más «obituario») de los periódicos. Nos manejamos mal en entornos de incertidumbre. Apenas hay protocolos predefinidos sobre qué hacer en estas situaciones -ni cómo, ni quién. Reservamos amplio coto para la improvisación. En otras capitales, inclusive con peores climas o recorridos más largos, se negocian bastante mejor este tipo de situaciones, y digo yo que deberíamos dejarnos de tantísimo complejo de inferioridad y asumir de una vez por todas que estamos jugando en la Champions, con las exigencias morales y estéticas que ello conlleva.
En Cáceres, salvo excepciones muy puntuales, tenemos un clima muy benigno para Semana Santa, y cuando el tiempo viene malo apenas es por algún chubasco leve. ¿Qué haríamos aquí si nos cambiaran las latitudes? ¿Se imaginan enfrentarnos a fenómenos más crudos, tales como la nieve? ¿Nos quedamos en casa para que el cristo no se enfríe? ¿Sustituimos nuestros entrañables focos por faros antiniebla? Miedo me da pensarlo.
Tengamos la humildad suficiente para aprender. En este ejemplo, León ofrece una gran lección de madurez celebrando su Viernes Santo bajo la nieve con elegancia, sin perder ni un ápice de compostura, sin concesiones al apresuramiento, con su Plaza Mayor repleta de gente y ni un solo balcón sin la imponente y fría gala de luto. Igualito, igualito:
Al sur del sur : ¿Imitación o parodia?
El colmo de la osadía es cuando hablamos de las tendencias cofrades y empezamos a señalar con el dedo dividiendo a la Semana Santa en dos españas: Norte y Sur. Somos culpables de un delito terrible: enredamos la cultura para enemistar y confundir a pueblos vecinos. Levantamos una suerte de muro de Berlín, en alguna remota vereda entre el Tajo y Despeñaperros, y nos quedamos tan anchos ignorantes de que así reventamos la historia entera de las cofradías en nuestro país.
A veces hablamos como si nos creyéramos inventores o propietarios de algo, guardianes de la pureza académica y la ortodoxia en la tradición. Para certificar que el oficio de la carga no es de una orilla ni de la otra, que la fe no es propiedad de nadie y que la devoción no hay oro con qué pagarla, admiremos a estos esforzados costaleros sicilianos (festividad de Santa Ágata, en Catania) que colorean sus chicotás al son de los Gypsy Kings. Para que luego algunos se quejen del ritmo que llevan las bandas de aquí…
Yo soy de marchas más clásicas, todo hay que decirlo.



El observador observado
El público es un inocente juez que se siente observador y que no se sabe observado. En los ocho días -para mí siguen siendo ocho- que dura la Pasión, se acumulan muchas horas de paso frente a interminables filas de espectadores. Cuando uno camina frente a ellos, varal prendido en una mano y horquilla resonante en la otra, se abre de par en par un escaparate infinito que es el vivo reflejo de nuestra sociedad. Da tiempo a pensar, pero también a ver y a extraer muchas conclusiones. El público mirón, sin saberlo, se expone a la observación minuciosa. El mundo al revés.
Dudo mucho que alguien situado «al otro lado del cristal» llegue a leer estas líneas, pero por si acaso intentaremos aquí dibujar con la mayor precisión posible este singular bestiario social que los cofrades, escoltas y cargadores, van encontrándose a lo largo del recorrido.
– Sabelotodos: señoras y señores que se las dan de enteraillos soltando barbaridades sobre la cofradía. Muchas veces te quedas con las ganas de decirles algo, pero el estupor y la decencia actúan de freno.
– Novatos: gente boquiabierta que por sus graciosos gestos y comentarios se ve a la legua que están disfrutando de su primera vez.
– Holmes: niño que intenta averiguar si eres macho o hembra por la forma de tus zapatos.
– La calculadora: infantes por lo general acompañados cuya pasión es contar los hermanos de punta a punta del varal y calcular cuánta gente va debajo de todo el paso (no aciertan nunca).
– El cachondo: este socarrón se pasa todo el rato mirándote con ganas de decirte algo, y cuando por fin se arranca comprendes el verdadero sentido de la palabra penitencia.
– El locutor: señores acompañando a sus familias con el transistor a todo volumen, presencia que agradecen especialmente los cofrades aficionados al fútbol.
– Los miedicas: jóvenes que encogen los pies y se pasan más tiempo mirando al suelo que a la imagen. Tienen dificultades con los cálculos y mediciones de distancias.
– El locuaz: a la que te descuidas se pone a hablar contigo de las cuestiones más intrascendentes. No es preciso que te conozca de nada.
– Los risitas: bandadas de pavoadolescentes incapaces de disimular su temprana condición.
– Comepipas: ejemplares muy molestos que dan trabajo a los limpiadores. De corta edad aunque con excepciones, con frecuencia se mueven en manadas y contemplan los desfiles sentados en su bordillo.
– Balconeros y balconeras: esta curiosa especie acapara dos extremos opuestos. Hay un grupo muy piadoso que gusta de contemplar a las imágenes cara a cara, alargan la mano para tocar algún palio o alguna cruz, e incluso cantan saetas. Otros, por contra, ven pasar el desfile como quien ve pasar el tren, apoyados en la barandilla del balcón como si lo hicieran en un mostrador de tasca, y entretenidos en cualquier conversación que nada tiene que ver con el acto penitencial que se desarrolla frente a ellos.
– Los que te mandan callar: habitualmente señoras de cierta edad que se atreven a chistar con la boca para regañarte cuando la conversación se vuelve demasiado distendida.
– El que te conoce: yo paso mucha vergüenza en estos casos, tengo que decirlo. Algunos respetan lo que estás haciendo y te saludan con discrección. Otros parece que tienen un radar, te detectan desde varios metros de distancia y te aguantan la mirada hasta tal punto que no sabes si solo quieren ser simpáticos o directamente sacarte los colores.
– El fotógrafo: Señores de mediana edad que son capaces de recorrer tres, cuatro, cinco veces los desfiles de punta a punta, y encima tienen la puntería de enfocarte siempre a tí.
Hasta aquí seguro habrán llegado cofrades de trayectoria longeva. ¿Se les ocurre alguna tipología más?
Más chicha:

84 – Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño (II)

Burro grande ande o no ande
Ahora, ahora que la cosa está cortita es cuando empezamos a valorar en su justa medida subvenciones, patrocinios y otras propinas, un cálido colchon sobre el que descansábamos muy cómodos y que nos eximía año tras año de buscar una sostenibilidad económica para nuestras hermandades. Sí, sé que hay excepciones, pero en este asunto está feo decir nombres. Por cierto, que lo que no hemos hecho en 20 años lo queremos hacer ahora en 2 días, pero ese es otro cantar.
Cáceres, dama vieja y pedigüeña en las puertas de los pudientes, si algo tiene son recursos y personalidad suficientes para dejar de ejercer el culto a lo ostentoso, la religión de lo grande, el rezo de lo material. Otra cosa es que no los veamos o no los queramos o no los sepamos aprovechar.
Se me vienen a la mente varios tesoros, empezando por ese Dios nos manda cada tarde cuando el sol se pone por cada adarve, o por cada plaza, o por cada alto callejón. Podríamos acordarnos de esa moneda gigante que todos los días nos echa en la hucha más hermosa que es nuestra ciudad antigua, un museo al atardecer, una limosna tan valiosa que viste de oro las almenas, que cada piedra es un lingote y cada torre vale un millón. Y es que más allá de este botín, de los besos de colores y su alba de mil quilates, la riqueza está en el sentido y el sentimiento con que se hacen las cosas.
Nosotros, qué pena, nos seguimos agarrando a otros tesoros más banales y bastante menos cristianos, tesoros que no aportan nada nuevo y que se pueden ver en cualquier lugar de España. ¡Qué nos gusta un autobús! ¡Qué nos gusta un paso cuanto más largo más bonito, cuanto más ancho más espectacular y cuanto más grande y más flores y más oro y más plata y más de todo, mucho mejor! Después, tarde, torpemente, reparamos en que estas hipérboles dimensionales limitan los recorridos, nos encarcelan afuera de nuestras benditas murallas y provocan fatigas ante los obstáculos más cotidianos, pongamos por ejemplo un puentecillo:

Claro que aquí tampoco tenían a Galiche mandando.
Denuncio también la penosa facilidad que tenemos para olvidar que los que vamos debajo somos per-so-nas, y las personas tienen la mala costumbre de cumplir años, uno cada doce meses, y se aburren, se quitan, se ponen, se van y se vienen. Llevo muchísimo tiempo escuchando que faltan hermanos de carga, pero no recuerdo haber oído nunca que sobre metros de varal… no sé, seguro que mi memoria comienza ya a pecar de volátil.
En un ejemplo exagerado, imagínense a estos nobles cofres de Guatemala protestando porque un año fueran escasos de relevo:

Sin embargo, y en el otro extremo de la soga, tampoco podemos renunciar a guardar las proporciones en aras de la estética y la dignidad que una celebración como la nuestra merece:

¿WTF?
Bueno, como decía el sabio, in medio virtus, aunque a veces yo también digo que in medio mediocris.
¿Todos por igual?
¡Despacito y todos a la vez! ¡Toooodos por igual valientes! … he aquí la utopía hecha arenga cofradiera.
Para justificar el muy frecuente desorden entre varales solo podemos presentar dos causas: o titubeos en la orden del jefe de paso, o desatención por parte del colectivo de hermanos. He sufrido ambas, pero cuando la levantá se desequilibra para mí tiene bastante más culpa la segunda que la primera.
No sé si somos conscientes del riesgo que estas maniobras conllevan. Durante unas décimas de segundo, como cuando alternamos potentes pedaladas encima de la bici, todo el peso de la carga se lanza sobre uno de los lados, multiplicándose además por la inercia del movimiento. Si este tiempo fugaz se alarga más de la cuenta, o el peso es mayor de lo habitual, entonces peligra la integridad física de mucha gente.
Tampoco estamos lo que se dice muy atentos a la hora de sostener el paso en el suelo, ratinos en los que gustamos de protagonizar posturas y conversaciones de vergüenza ajena en un acto de penitencia. Los cacereños ostentamos cátedra en la cultura de dominar apoyos invisibles y mantener las cosas en su sitio dentro de un caos ordenado que solo nosotros entendemos. ¿Qué me dicen de esos graciosos y provocados vaivenes adelante y atrás cuando el paso está sobre las horquillas? Si uno lo piensa fríamente, la candela que le damos empujando con saña sin saber ni preocuparnos siquiera si hay alguien sujetando en la otra parte… ¡Qué más da! Nuestras leyes no escritas nos garantizan que en algún momento alguien hará el contrapeso necesario para evitar un desagradable deceso por aplastamiento.
Observemos las consecuencias de un posible vuelco, con la debida circunspección, en este inquietante pero veraz documento:
Hay que fichar al responsable de anclar esa talla.
Ojo, cable
Y el tema de los cables ya es punto y aparte. Podemos manejar excusas mil, pero la falta de previsión no la acepto: es de una irresponsabilidad absoluta que un jefe de paso o algún organizador del desfile desconozcan la existencia de un obstáculo en el itinerario, o las referencias aproximadas de altura de su paso. Esto es, o debería ser, lo mínimo que se despacha. A mí lo que más me inquieta es que el desentendimiento de muchos jefes de paso (si alguien se molesta lo podemos llamar también «identificación moderada») está, si no bien visto, sí al menos asumido como normal dentro de la comunidad cofrade. Esto ocurre así y lo sabe todo el mundo.
Bueno, asumamos pues el inconveniente del cableado como conocido y previsto. Ahora solo queda apelar a la pericia o buen tino del mando al cargo, y aquí no tomaremos en consideración utensilios suplementarios como pértigas y similares, a los cuales en Cáceres padecemos una extraña variante alérgica todavía en fase de estudio. Todos somos humanos y sería injusto subestimar la dificultad de estas operaciones, pero cuidado con bajar la guardia porque podríamos vernos, y se me ocurren varios puntos negros así a bote pronto, en experiencias tan enrevesadas, tortuosas y desafortunadas como la que aquí mostramos. Le puede pasar al más pintado.

(Continuará próximamente…)

Más chicha: 

83 – Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño (I)

(Aviso para navegantes: tómense estas lecturas con las dosis necesarias de reflexión e ironía, so riesgo de no obtener provecho alguno)
Darse la vuelta: Anatomía del movimiento
Para comenzar esta disección nos decantaremos por un clásico: el muy cofrade acto de «darse la vuelta». Una operación que deberíamos tener mecanizada como mínimo, pero que por uno de esos misterios indescifrables en Cáceres nos gusta complicar más de la cuenta. ¡Cuán vistosa coreografía de murmullos y tropezones! ¿Y por qué nos empeñamos en actuar en contra de la lógica? ¿No sería mejor, pienso, detener unos segundos el paso para hacerlo más fácil, asegurarnos de que nuestro compañero anterior o posterior ya ha terminado, y ejecutar en silencio el movimiento hacia las andas y no hacia fuera, para evitar sacar el hombro del varal?
¡No!
Preferimos hacerlo en un desordenado y eterno trompicón, sin avisar, sin esperar al que nos precede, y a ser posible palpando con la horquilla el zapato del compañero. Similar radiografía podríamos hacer además de nuestro «meterse por dentro», acaso añadiendo un epígrafe para los coscorrones. La verdad es que me deja perplejo la confianza que manejamos, pensando quizá que como total, el resto de gente va a seguir aguantando el peso, no pasa nada por hacer la cosas de cualquier manera…
En este vídeo el patero izquierdo, con chaqueta azul, se sirve de una grácil maniobra para ilustrarnos sobre todo lo que NO debemos hacer durante la ejecución de este importante movimiento:
Leyendas del botecito
De acuerdo que todos tenemos nuestras marchas talismán, hipnotizantes melodías que nos sabemos de memoria y nos animan más de la cuenta. Empero, en ocasiones la efusión rebasa los límites del decoro y los hermanos confluyen en un inefable bailoteo de saltitos, movidos quizá por una muy particular interpretación del concepto de la elegancia. Esto ocurre solo en los pasos de Virgen; bueno, en algunos pasos de Virgen. Sí, yo sé sus nombres. Y me pregunto: ¿no nos damos cuenta de que esto duele? Me refiero al hombro, pero también y sobre todo a la vista.
Quizás estos deslices sean consecuencia de no poder observar, atónitos, el resultado de nuestro traqueteo desde la tribuna de espectadores, sufridos e inevitables espectadores… a pie de calle las cosas se ven distintas. Veamos, siempre con gran respeto, lo que sucede cuando permitimos que se desboquen a los caballos del entusiasmo:

En tal hostil entorno de horquillas descontroladas punteando sobre pies desnudos, digo yo que a más de uno le habrán hecho ya un seisdedos.
En este punto no puedo evitar acordarme de ese singular triángulo de las Bermudas compuesto por hermano de carga-horquilla-pies de los espectadores. Esto casi merece un capítulo propio, pero no he podido encontrar un vídeo lo suficientemente sangriento como para quedarme agusto. De verdad, ¿en qué piensa la gente cuando se coloca a ver una procesión en sitios muy estrechos? ¿Son novatos, no saben la anchura que calza un paso? ¿Piensan que uno puede estar pendiente de mirar hacia abajo abajo a ver si acierta o yerra el lanzamiento? Voy más allá: ¿de verdad creen que bajo un varal no tenemos mayor preocupación que velar por la integridad del pie de un imprudente? ¿no se hacen una idea del reducido túnel visual que tiene un hermano de carga en una calle estrecha, no digamos ya con verduguillo? Con gusto mandaría a estos hermanos cofrades avilesinos por delante de nuestras procesiones, para abrir camino y limpiar de insensatos las cacereñas aceras, sus umbrales y sus bordillos.
Corre, corre que llegamos tarde
A mí me pone de los nervios cada vez que nos entran las prisas. Cuando la carga es un remanso de paz, cuando túnica y almohadilla se funden en todo uno, las horquillas suenan precisas como metrónomo, y el varal te concede una tregua para disfrutarlo, de pronto el paso se acelera trocándose en un feucho y deslabazado trote cochinero. ¡Protéjanos el Señor contra el chabacano espectáculo, digno de contemplarse con lágrimas lamentables! ¿Cuál es el propósito de esta horrísona errata devocional? No sé si será culpa de la falta de fuerzas, de la carencia de motivación (vulgo «dejarse llevar»), de la descoordinación, o quizás de nuestras escasas y breves nociones de repertorio musical cofrade. Pero es un desastre cuando el tintineo de las horquillas pierde el compás y muere de rebeldía contra las piedras. No hay eco. No hay interés. No hay sentimiento. Los matamos para siempre, porque el horquillazo pierde su razón de ser cuando se abandona al libre albedrío. ¿Acaso pensáis que quienes van arriba no se dan cuenta del hurto estético que perpetramos impunemente?
En este vídeo vemos cómo el pacífico y paciente San Juanín opta por una solución drástica, pero natural, cuando los hermanos pisan el acelerador más de la cuenta: bajarse del tren en marcha.

Yo hubiera hecho lo mismo.
(Continuará próximamente…)

82 – Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño

Ante el comienzo inminente de este intensa y esperadísima serie audiovisual, podemos ir avanzando ya la siguiente relación de contenidos:

Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño


Capítulo I
– Darse la vuelta: Anatomía del movimiento
– Leyendas del botecito
– Corre corre que llegamos tarde

Capítulo II
– Burro grande, ande o no ande
– Ojo cable
– ¿Todos por igual?

Capítulo III
– Los que se mojan de verdad
– Al sur del sur : ¿Imitación o parodia?

– El observador observado

Enlaces:
Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño (Capítulo I)
Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño (Capítulo II)
Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño (Capítulo III)

81 – Calvario

Encajo con una mezcla de satisfacción y esperanza el descubrimiento de nuevos blogs de gente que tiene muchas cosas que decir en esta historia, y que por fin se van decidiendo a compartirlas. La Piedra Callada, ¡Atentos!… ¡al hombro! o el ejemplo que nos ocupa en este post.
Confieso que desde hace tiempo venía barajando la idea de escribirle algo al paso del Calvario, pero la verdad es que nunca supe por dónde empezar. El proyecto dormía la siesta en los brazos de la pereza, hasta que una noche de mayo, sorpresa sorpresa, me encuentro por azar con el mejor título de blog que ha existido, existe y existirá en la historia de Internet: «No sus fieis de las horquillas«, de un cofrade ejemplar como es Ángel Falero. Lo primero que pensé es: ¿cómo no se me habría ocurrido a mí? Y allí dentro, una simple foto que despierta y emociona al mismo tiempo. La foto condensa tradición, historia, nombres propios, emociones y expresividad por toneladas. Tras ella, la inspiración venía sola. O a lo mejor era el empujón que le faltaba.
Tengo la suerte de haber conocido muchos pasos, siempre con experiencias positivas, pero hay dos en los que las cosas sencillamente son distintas. Uno es el Calvario; el otro lo guardaremos para mejor ocasión. Son otra historia. Ellos imponen sus propias reglas, tienen su sello de identidad, enganchan desde el crujido primero. En sus maderas, como en ningún otro lugar, se dignifica y se enriquece ese oficio tan de aquí que llamamos Hermano de Carga.
Uno no sabe explicar muy bien dónde reside la magia del Calvario ni cuándo nace esa peculiar manera de entender la Pasión, desde la humildad, el compañerismo y el orgullo. Tampoco puedo remontarme tan atrás como quisiera, pues aterricé en el Calvario precisamente el año en que se jubilaban sus míticas andas de campana y cinco varales. No he podido disfrutar de otras épocas. ¿Será por cómo suena? Solo los hermanos del Calvario conocen ese sonido. Solo ellos conocen la necesidad verdadera de echar el ancla por el adarve. Nadie está tan obligado a frenar con el esfuerzo. Solo ellos saben que los kilos no caen igual cuando pasa saludando el arco de Santa Ana. Ellos mejor que nadie saben lo que es besar las paredes de la muralla y llevarse un recuerdo de arenilla en la túnica, a la altura del antebrazo. Ellos más que nadie saben lo que es ver pies encogiéndose a su paso. Saben de un Cristo que no para quieto. Saben que ellos hacen otra procesión, una con las curvas más cerradas, las puertas más estrechas y las esquinas más traicioneras. Saben que para ellos los cables penden mucho más abajo. Será por la saeta del Borrasca en Puerta de Mérida, con la despedida de las últimas estrellas. Será porque su sombra en la piedra de San Juan se estira más alta que las demás. Será porque bajo el Calvario el adarve es más largo, y aun así nos da pena llegar al final. Será porque el Calvario une, identifica y enseña. Será porque en él todo es a lo grande. Será porque en trece años nunca he conocido cansancio, quejas o disputas. O será porque a cambio he conocido a muchos hermanos, entregados a una causa y amarrados a la horquilla y al orgullo como únicos compañeros de camino. Gente poderosa que va a lo suyo, que no rechista ni hace preguntas. No sabe de bandas, de atajos o de postureos. El Calvario va solo.
Muchos no entendemos la madrugada sin nuestro querido elefante, misterio siempre vinculado a una saga de maestros delante del paso, los Galiches (con G mayúscula), que dejaron imborrable cátedra esparcida a los pies de la muralla. Y aquí cedo el turno a quienes saben contarlo con bastante más propiedad que yo: Samuel Martín, David Remedios y Pedro Cano.
Alguna vez, con dolorosa incertidumbre, me he preguntado cómo entenderán el Calvario las generaciones que están por venir. Aquellos jóvenes, hoy todavía chiquillos, que no han tenido el privilegio de ser dirigidos, o mejor sería decir aconsejados, por las manos maestras de Ángel o de Paco. ¿Qué sabrán ellos del «no sus fieis de las horquillas»? ¿cómo aprenderán el «echad los pies por delante»? ¿quién les contará una broma para hacerles sonreir cuando van más jodidos? ¿y quién les gritará aquello de «ya estamos en casa»? ¿En qué escuela se enseña a sacar pasos de este tamaño a ras de suelo? Define magistral Falero: «la voz de un gran jefe de paso que hace pasar un tanque por el ojo de una aguja». Y llego a la conclusión de que quizás sea nuestra tarea, la de todos los que aún sigamos aquí, difundir y perpetuar este legado, una personalidad propia, una particular forma de hacer cofradía que disfrutaron tantos alumnos aventajados que pasaron bajo esa cruz, madrugada a madrugada. ¡Qué lección de cacereñismo, Calvario!
Alma Cofrade – Vídeo homenaje A.Polo (2005)
Sé de muchos que quieren jubilarse en este paso. Sé de muchos que no enseñan su rostro más que cuatro horas al año, para cargar con su Calvario. Sé de muchos que con gusto renunciarían a obligaciones mayores con tal de poder volver bajo estos varales, porque los sienten suyos. Y seguramente algún día volverán, claro que sí. También sé que alguno está leyendo ahora mismo estas letras, y para sí mismo asintiendo con la cabeza. No puede ser de otra forma, compañero: somos del Calvario.

Hermanos del Calvario.
Ni mejores ni peores.
Distintos.
Cincuenta hermanos, un solo corazón.
Cincuenta horquillas, un solo golpe.
Grandes hermanos, y hermanos grandes.
Grandes en tamaño.
Grandes en lealtad.
Grandes en el respeto.
Grandes en el deber.
Hermanos de los maestros.
Hermanos de una tradición.
Hermanos silenciosos.
Hermanos sin florituras.
Hermanos del aguante y la obediencia.
Hermanos del horquillazo y la cabeza alta.
Hermanos que no se doblan.
Hermanos del crujido seco y del diente prieto.
Hermanos del peso pesado.
Hermanos del adarve sin prisa.
Hermanos del paso majestuoso.
Hermanos de toda la vida.
Hermanos de aquí al Nazareno.
Hermanos del orgullo.
Ni mejores ni peores.
Distintos.
Hermanos del Calvario.

70

A veces me da por pensar que los cargos de jefe de paso se dan y se quitan en las cofradías no pensando en el correcto desempeño y porvenir de la labor, sino más en el protocolo, en el homenaje o en cómo ubicar a algún hermano con quien no se sabe muy bien qué hacer. Por fortuna, ¡válgame Dios!, la realidad me devuelve pronto a la senda correcta y me doy cuenta de que son obtusas imaginaciones mías.
En cualquier caso, sí aprovecharé la ocasión para dejar caer otras reflexiones que me asaltan hace tiempo. Tengo la impresión de que desde las cofradías no se le da a la figura del jefe de paso la importancia que debería. Y hablo de importancia en términos de exigencias y de responsabilidades claras.
El jefe de paso tiene, en muchos aspectos, competencias de mayor calado que muchos directivos, y no puede reducirse a ser una figura decorativa que se presente en la procesión y hasta el año que viene. El jefe de paso debe tener constantemente un componente didáctico, y no solo con los hermanos de menos de 30 años. El jefe de paso debiera controlar estrechamente la estadística de saludos al público por minuto, porque lo contrario da una imagen chabacana, despreocupada y cutre. El jefe de paso ha de tener galones, y a ser posible que se los haga ganado él mismo tanto dentro como fuera del escenario procesional.Un jefe de paso no puede estar por encima del bien y del mal. ¿Cómo se concibe un jefe de paso que no se ha preocupado de la decoración, arreglos o novedades de su paso, ni conoce los incidentes o los pormenores que éste ha sufrido durante el año? ¿Cómo se concibe un jefe de paso que piensa que tiene un puñado de hombres a su servicio en vez de pensar en servir a un puñado de hombres?
Apostaría a que todos conocemos más de uno y más de dos ejemplos, presentes y pasados, de algunas de las circunstancias que menciono. Y si esto es vox populi a pie de varal, imagino que no será muy complicado encontrarlo o ponerlo también en conocimiento de las juntas directivas. Por tanto, aquí la pregunta es: Si las cofradías tienen conocimiento de esto, ¿por qué no se pone remedio? Conservadurismo, no querer meterse en líos, miedo al qué dirán, miedo a los apellidos… no sé, podríamos dar múltiples y variadas respuestas para dejar el debate abierto; seguro que al avezado lector se le ocurren muchas otras posibilidades.