84 – Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño (II)

Burro grande ande o no ande
Ahora, ahora que la cosa está cortita es cuando empezamos a valorar en su justa medida subvenciones, patrocinios y otras propinas, un cálido colchon sobre el que descansábamos muy cómodos y que nos eximía año tras año de buscar una sostenibilidad económica para nuestras hermandades. Sí, sé que hay excepciones, pero en este asunto está feo decir nombres. Por cierto, que lo que no hemos hecho en 20 años lo queremos hacer ahora en 2 días, pero ese es otro cantar.
Cáceres, dama vieja y pedigüeña en las puertas de los pudientes, si algo tiene son recursos y personalidad suficientes para dejar de ejercer el culto a lo ostentoso, la religión de lo grande, el rezo de lo material. Otra cosa es que no los veamos o no los queramos o no los sepamos aprovechar.
Se me vienen a la mente varios tesoros, empezando por ese Dios nos manda cada tarde cuando el sol se pone por cada adarve, o por cada plaza, o por cada alto callejón. Podríamos acordarnos de esa moneda gigante que todos los días nos echa en la hucha más hermosa que es nuestra ciudad antigua, un museo al atardecer, una limosna tan valiosa que viste de oro las almenas, que cada piedra es un lingote y cada torre vale un millón. Y es que más allá de este botín, de los besos de colores y su alba de mil quilates, la riqueza está en el sentido y el sentimiento con que se hacen las cosas.
Nosotros, qué pena, nos seguimos agarrando a otros tesoros más banales y bastante menos cristianos, tesoros que no aportan nada nuevo y que se pueden ver en cualquier lugar de España. ¡Qué nos gusta un autobús! ¡Qué nos gusta un paso cuanto más largo más bonito, cuanto más ancho más espectacular y cuanto más grande y más flores y más oro y más plata y más de todo, mucho mejor! Después, tarde, torpemente, reparamos en que estas hipérboles dimensionales limitan los recorridos, nos encarcelan afuera de nuestras benditas murallas y provocan fatigas ante los obstáculos más cotidianos, pongamos por ejemplo un puentecillo:

Claro que aquí tampoco tenían a Galiche mandando.
Denuncio también la penosa facilidad que tenemos para olvidar que los que vamos debajo somos per-so-nas, y las personas tienen la mala costumbre de cumplir años, uno cada doce meses, y se aburren, se quitan, se ponen, se van y se vienen. Llevo muchísimo tiempo escuchando que faltan hermanos de carga, pero no recuerdo haber oído nunca que sobre metros de varal… no sé, seguro que mi memoria comienza ya a pecar de volátil.
En un ejemplo exagerado, imagínense a estos nobles cofres de Guatemala protestando porque un año fueran escasos de relevo:

Sin embargo, y en el otro extremo de la soga, tampoco podemos renunciar a guardar las proporciones en aras de la estética y la dignidad que una celebración como la nuestra merece:

¿WTF?
Bueno, como decía el sabio, in medio virtus, aunque a veces yo también digo que in medio mediocris.
¿Todos por igual?
¡Despacito y todos a la vez! ¡Toooodos por igual valientes! … he aquí la utopía hecha arenga cofradiera.
Para justificar el muy frecuente desorden entre varales solo podemos presentar dos causas: o titubeos en la orden del jefe de paso, o desatención por parte del colectivo de hermanos. He sufrido ambas, pero cuando la levantá se desequilibra para mí tiene bastante más culpa la segunda que la primera.
No sé si somos conscientes del riesgo que estas maniobras conllevan. Durante unas décimas de segundo, como cuando alternamos potentes pedaladas encima de la bici, todo el peso de la carga se lanza sobre uno de los lados, multiplicándose además por la inercia del movimiento. Si este tiempo fugaz se alarga más de la cuenta, o el peso es mayor de lo habitual, entonces peligra la integridad física de mucha gente.
Tampoco estamos lo que se dice muy atentos a la hora de sostener el paso en el suelo, ratinos en los que gustamos de protagonizar posturas y conversaciones de vergüenza ajena en un acto de penitencia. Los cacereños ostentamos cátedra en la cultura de dominar apoyos invisibles y mantener las cosas en su sitio dentro de un caos ordenado que solo nosotros entendemos. ¿Qué me dicen de esos graciosos y provocados vaivenes adelante y atrás cuando el paso está sobre las horquillas? Si uno lo piensa fríamente, la candela que le damos empujando con saña sin saber ni preocuparnos siquiera si hay alguien sujetando en la otra parte… ¡Qué más da! Nuestras leyes no escritas nos garantizan que en algún momento alguien hará el contrapeso necesario para evitar un desagradable deceso por aplastamiento.
Observemos las consecuencias de un posible vuelco, con la debida circunspección, en este inquietante pero veraz documento:
Hay que fichar al responsable de anclar esa talla.
Ojo, cable
Y el tema de los cables ya es punto y aparte. Podemos manejar excusas mil, pero la falta de previsión no la acepto: es de una irresponsabilidad absoluta que un jefe de paso o algún organizador del desfile desconozcan la existencia de un obstáculo en el itinerario, o las referencias aproximadas de altura de su paso. Esto es, o debería ser, lo mínimo que se despacha. A mí lo que más me inquieta es que el desentendimiento de muchos jefes de paso (si alguien se molesta lo podemos llamar también «identificación moderada») está, si no bien visto, sí al menos asumido como normal dentro de la comunidad cofrade. Esto ocurre así y lo sabe todo el mundo.
Bueno, asumamos pues el inconveniente del cableado como conocido y previsto. Ahora solo queda apelar a la pericia o buen tino del mando al cargo, y aquí no tomaremos en consideración utensilios suplementarios como pértigas y similares, a los cuales en Cáceres padecemos una extraña variante alérgica todavía en fase de estudio. Todos somos humanos y sería injusto subestimar la dificultad de estas operaciones, pero cuidado con bajar la guardia porque podríamos vernos, y se me ocurren varios puntos negros así a bote pronto, en experiencias tan enrevesadas, tortuosas y desafortunadas como la que aquí mostramos. Le puede pasar al más pintado.

(Continuará próximamente…)

Más chicha: 

83 – Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño (I)

(Aviso para navegantes: tómense estas lecturas con las dosis necesarias de reflexión e ironía, so riesgo de no obtener provecho alguno)
Darse la vuelta: Anatomía del movimiento
Para comenzar esta disección nos decantaremos por un clásico: el muy cofrade acto de «darse la vuelta». Una operación que deberíamos tener mecanizada como mínimo, pero que por uno de esos misterios indescifrables en Cáceres nos gusta complicar más de la cuenta. ¡Cuán vistosa coreografía de murmullos y tropezones! ¿Y por qué nos empeñamos en actuar en contra de la lógica? ¿No sería mejor, pienso, detener unos segundos el paso para hacerlo más fácil, asegurarnos de que nuestro compañero anterior o posterior ya ha terminado, y ejecutar en silencio el movimiento hacia las andas y no hacia fuera, para evitar sacar el hombro del varal?
¡No!
Preferimos hacerlo en un desordenado y eterno trompicón, sin avisar, sin esperar al que nos precede, y a ser posible palpando con la horquilla el zapato del compañero. Similar radiografía podríamos hacer además de nuestro «meterse por dentro», acaso añadiendo un epígrafe para los coscorrones. La verdad es que me deja perplejo la confianza que manejamos, pensando quizá que como total, el resto de gente va a seguir aguantando el peso, no pasa nada por hacer la cosas de cualquier manera…
En este vídeo el patero izquierdo, con chaqueta azul, se sirve de una grácil maniobra para ilustrarnos sobre todo lo que NO debemos hacer durante la ejecución de este importante movimiento:
Leyendas del botecito
De acuerdo que todos tenemos nuestras marchas talismán, hipnotizantes melodías que nos sabemos de memoria y nos animan más de la cuenta. Empero, en ocasiones la efusión rebasa los límites del decoro y los hermanos confluyen en un inefable bailoteo de saltitos, movidos quizá por una muy particular interpretación del concepto de la elegancia. Esto ocurre solo en los pasos de Virgen; bueno, en algunos pasos de Virgen. Sí, yo sé sus nombres. Y me pregunto: ¿no nos damos cuenta de que esto duele? Me refiero al hombro, pero también y sobre todo a la vista.
Quizás estos deslices sean consecuencia de no poder observar, atónitos, el resultado de nuestro traqueteo desde la tribuna de espectadores, sufridos e inevitables espectadores… a pie de calle las cosas se ven distintas. Veamos, siempre con gran respeto, lo que sucede cuando permitimos que se desboquen a los caballos del entusiasmo:

En tal hostil entorno de horquillas descontroladas punteando sobre pies desnudos, digo yo que a más de uno le habrán hecho ya un seisdedos.
En este punto no puedo evitar acordarme de ese singular triángulo de las Bermudas compuesto por hermano de carga-horquilla-pies de los espectadores. Esto casi merece un capítulo propio, pero no he podido encontrar un vídeo lo suficientemente sangriento como para quedarme agusto. De verdad, ¿en qué piensa la gente cuando se coloca a ver una procesión en sitios muy estrechos? ¿Son novatos, no saben la anchura que calza un paso? ¿Piensan que uno puede estar pendiente de mirar hacia abajo abajo a ver si acierta o yerra el lanzamiento? Voy más allá: ¿de verdad creen que bajo un varal no tenemos mayor preocupación que velar por la integridad del pie de un imprudente? ¿no se hacen una idea del reducido túnel visual que tiene un hermano de carga en una calle estrecha, no digamos ya con verduguillo? Con gusto mandaría a estos hermanos cofrades avilesinos por delante de nuestras procesiones, para abrir camino y limpiar de insensatos las cacereñas aceras, sus umbrales y sus bordillos.
Corre, corre que llegamos tarde
A mí me pone de los nervios cada vez que nos entran las prisas. Cuando la carga es un remanso de paz, cuando túnica y almohadilla se funden en todo uno, las horquillas suenan precisas como metrónomo, y el varal te concede una tregua para disfrutarlo, de pronto el paso se acelera trocándose en un feucho y deslabazado trote cochinero. ¡Protéjanos el Señor contra el chabacano espectáculo, digno de contemplarse con lágrimas lamentables! ¿Cuál es el propósito de esta horrísona errata devocional? No sé si será culpa de la falta de fuerzas, de la carencia de motivación (vulgo «dejarse llevar»), de la descoordinación, o quizás de nuestras escasas y breves nociones de repertorio musical cofrade. Pero es un desastre cuando el tintineo de las horquillas pierde el compás y muere de rebeldía contra las piedras. No hay eco. No hay interés. No hay sentimiento. Los matamos para siempre, porque el horquillazo pierde su razón de ser cuando se abandona al libre albedrío. ¿Acaso pensáis que quienes van arriba no se dan cuenta del hurto estético que perpetramos impunemente?
En este vídeo vemos cómo el pacífico y paciente San Juanín opta por una solución drástica, pero natural, cuando los hermanos pisan el acelerador más de la cuenta: bajarse del tren en marcha.

Yo hubiera hecho lo mismo.
(Continuará próximamente…)

42

Dicen muchos embutidos
en el disfraz de enterrador
que lo nuestro sigue vivo
pero corre de mal en peor,
que se va perdiendo la poesía,
y que ya no saben si estamos
en Cáceres o en Andalucía.
Escúchame chaval,
hoy que empezando estás,
en este mundo
de los varales.
Si olvidas lo de aquí,
quizás me oigas decir:
¡pobre diablo,
qué poco vales!
Tú que estás comenzando a hablar en mi idioma,
oye lo que cuento,
que esto es poca broma:
Que con tus quince años nuestro futuro cae sobre ti,
que no se equivoquen,
que éste no es el fin.
Que nunca dejarán que esto se nos muera
las generaciones
que no desesperan.
Que hay que sentir el paso
en cada horquillazo del corazón,
y seguir los trazos
del eco del bombo
como un diapasón.
No te dejes confundir
por los tristes de repertorio,
que este compás por las nubes
ni lo verás en el conservatorio
ni en los vídeos de Youtube.
Aprenderás a colocarte
y a resbalar en las cuestas
y a blasfemar en los baches
y a arañarte en los adarves.
Y cuando menos te des cuenta
ya sabrás lo que es el arte.
Que ya quisieran muchos
disfrutar estos olores,
caminar por estas piedras
y regarlas de sudores.
Que no eres más adulto
por cargar con los mayores,
que no es el paso más grande
quien te va a dar los honores.
Con humildad y respeto
te verán más importante,
y sin ellos en esta zambra
serás pa siempre un don nadie.
No quieras engañarte,
diciendo que triunfaste
cargando aquí y allá.
Que de un año pa otro
las caras no se olvidan
Que si te pasas de listo,
aquí muchos te vigilan.
No te cuelgues más medallas,
que en esta fiesta de ojeras,
querer servir a tu pueblo
es la medalla primera.
Y llévales lo que esperan
con tu carne de gallina
y tu herida por bandera.
Que ellos no tienen tu suerte
de ir a hombro caliente
contando las horas en la madera.
A ti muchacho, si me estás leyendo
con tus quince años, y tu atrevimiento,
defiende lo tuyo con rabia y orgullo
y nunca olvides, maldita sea,
que aquí naciste, que da igual lo que veas,
que aquí están tus raíces, también tu familia,
que antes que una litrona, te agarraste a la horquilla,
que la insolencia no brilla, y el varal nunca perdona.
Que tú no sabes lo que es
un Viernes Santo sin pasos,
¡ y no porque se mojaran!
es que nadie quería sacarlos.
Que esto que ahora disfrutas
costó desvelos y guerras,
y lustros soportando la nada,
y muchos se comieron la tierra
pa que hoy tú escupas las gambas.
No olvides chaval este canto,
en lo que te reste de vivir,
de uno que acaba de nacer
y aun le queda por aprender
casi tanto como a ti.

20 – Horquilla

Clávate fiera y fuerte

contra la acera.
Acompaña prudente
a mis hombreras.
Ennegrece mis guantes
estrenaítos,
soniquete elegante
de tantos siglos.
Tírate a destrozar
las viejas piedras.
Sé por siempre el pilar
de tantas guerras.
Apuntala mis andas.
Representa a mi pueblo.
Marca tú estos compases
que llevo dentro.
Cuerpecito alargao,
piel de madera,
una cuna en lo alto
es tu cabeza.
Quédate, que tus primas
las almohadillas
se ponen si te arrimas
muy nerviosillas.
Quédate amontonada
en sucios suelos,
once meses de nada,
hasta el tercero.
Quédate, que mi gente
te guarda aplausos.
Sigue recta y valiente,
quédate para siempre
bajo mis pasos.