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A raíz de una conversación en Twitter con algunos hermanos, surge esta reflexión que me gustaría trasladar aquí a la web para que pueda opinar más gente.
La cuestión viene del reconocimiento unánime a la labor de los músicos y bandas en general, que además en mi opinión -y creo que no soy el único- son un colectivo particularmente infravalorado e incomprendido en nuestra ciudad.
En estas venía un hermano a apostillar que ojalá todos los aspectos que forman la Semana Santa tuvieran el mismo trabajo y dedicación que las bandas (espero que me perdone si no he usado la frase literal, pero el sentido era ese). Y yo, por supuesto, no puedo estar más de acuerdo. 
Pero creo que en Cáceres no es viable. Pienso que no es un problema de que no se quiera, sino de que no se puede.
Se me ha venido a la cabeza el ejemplo de los hermanos de carga. Yo soy el primero que defiende, y seguirá defendiendo, la celebración de ensayos y reuniones de los hermanos y jefes de paso durante buena parte del año. Pero seamos francos… ¿seríamos capaces de sostener ese compromiso multiplicado por los cinco, seis, ocho o hasta más pasos que sacamos muchos hermanos en Semana Santa?
Creo que en Cáceres hemos sido capaces de construir y consolidar una Semana Santa enorme con relativamente escaso material humano. No somos mucha gente en proporción a la cantidad de cofradías, pasos y eventos que se celebran a lo largo del año. Y en algunos aspectos, quizá, debamos asumir la renuncia a determinados procesos ideales para ser capaces de sostener y continuar con esto hacia delante. Es el precio que hay que pagar.

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Corro desde hace muchos años. Con nulo espíritu competitivo, pero con mucho de sacrificio y siempre con retos en el horizonte: superar una marca personal, alcanzar una distancia inédita, atreverse con un nuevo recorrido o completar una prueba determinada. En mi caso suelo salir a correr entre 10 y 15 Km habitualmente, y ocasionalmente pego el estirón hasta los 18 o 20 Km para ir asimilando la distancia de la media maratón y poder terminar una, un reto que nunca he intentado y que me apetece. No corro para vencer a nadie, sino para ser yo mismo. Me gusta salir a correr temprano y que me amanezca por ahí. Siento un extraño placer cuando experimento las flaquezas de mi organismo y me obligo a aguantar diez minutos más. Encuentro la felicidad cuando concluyo una prueba, a pesar de que tras de mí apenas llegan ocho o diez corredores más. Eso no es una preocupación en mi caso. Siempre recomiendo que si debes tomar una decisión importante, lo hagas después de correr.
Además del evidente beneficio que una actividad física proporciona a corto y a largo plazo (salud y equilibrio emocional), encuentro algunos paralelismos entre la práctica del running de larga distancia y el ejercicio de la carga, que me gustaría compartir en este espacio. Los cimientos de esta curiosa relación son muy personales, pero a fin de cuentas esto nunca ha dejado de ser una página personal, ¿verdad?
– Capacidad de sufrimiento: 
Al marcarte una meta sabes que vas a exponer tu cuerpo a un límite y que una vez llegado al  límite aún tendrás que continuar haciendo un esfuerzo máximo hasta completar la distancia. No puedes pararte antes, como no puedes abandonar un paso por muy cansado que estés. Nunca miras los kilómetros  que llevas, sino los que te quedan para llegar a la meta. Estar habituado a trabajar en condiciones de esfuerzo máximo facilita el trance de los malos momentos que tarde o temprano llegan debajo del varal.
– Resistencia:
Los que cargamos varios días en Semana Santa convivimos con el temido efecto maratón del Jueves-Viernes Santo y las secuelas que el paso de los días te va dejando. Al final todos nos acabamos quejando de las mismas molestias en el tren inferior. La práctica del running durante todo el año proporciona resistencia aeróbica, pero también muscular, que es la que más nos interesa en nuestro caso. Las piernas y los pies están acostumbrados a una carga intensa de trabajo, y soportan mejor los rigores de la semana de Pasión. 
– Constancia y disciplina:
No es posible asumir los retos de la larga distancia sin imponerse altas dosis de constancia y de disciplina férrea. Los entrenamientos son largos, no puedes encajarlos en cualquier horario, a veces tienes que salir con mal tiempo, no todo el mundo comprende que no se trata de un hobby sino de una forma de vida… es el precio que debes pagar. Pero lo pagas con gusto porque es algo que de alguna forma te satisface. Ser cofrade no es solo salir en una procesión, e implica una serie de sacrificios a lo largo del año semejantes a los que he expuesto.
– Liberación y diálogo interior:
El running de larga distancia es, sobre todo, una disciplina mental. La historia no va de correr rápido. Va de sumar kilómetros, escuchar a tu cuerpo y comprender todas las señales que te manda para llegar a conocerlo a la perfección. Es imposible no pensar en uno mismo cuando corre, con o sin música. Se trata de una suerte de diálogo interior que no se aleja de lo que sucede durante los largos minutos que uno está bajo el varal o en el relevo.
– Satisfacción:
Sé que nunca batiré un récord ni ganaré premios, ni siquiera quedaré entre los primeros clasificados de ninguna prueba popular. ¿Por qué correr entonces? ¿Por qué cansarte y sufrir? ¿Dónde está la recompensa? La encontramos, quizá, en el mismo cofre donde guardamos la alegría por terminar un desfile, o las ganas de meternos bajo nuestro paso. Al final, créanme, uno llega a identificarse tanto con sus zapatillas como con la túnica o la horquilla de su hermandad. Al final del camino, uno sabe que está su propia felicidad, y no imagino razón más fuerte para seguir adelante.

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Una de las cosas que más envidia me ha dado siempre del mundo del costal es que el capataz conozca personalmente, con nombres y apellidos, a cada una de las personas que lleva debajo del paso.

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Ayer por la tarde surgió en una interesante conversación en Twitter con @KojieKO un tema que me inquieta desde hace tiempo, y del cual surge una reflexión que me gustaría compartir por aquí. Vaya por delante que esto no tiene nada que ver con la cofradía del Cristo de la Victoria, a las cuales aplaudo su voluntad de acercarse al centro y hacer itinerarios más largos de lo que aquí, por desgracia, estamos acostumbrados. Aunque coincidimos en que nos gustaría ver el paso a hombros durante el recorrido completo (o al menos, intentarlo), la hermandad sin duda tendrá sus motivos para tomar la decisión que estimen oportuna. 
El caso es que yo me pregunto si con tanta medida conservadora no estamos sobreprotegiendo al hermano de carga e incluso,  en cierto modo, desvirtuando el significado de cargar pasos, que yo al menos entiendo -igual estoy equivocado- que  es hacer una penitencia. En los últimos tiempos estamos viendo cómo se recortan recorridos sistemáticamente, como hay miedo y rechazo público a hacer procesiones de más de tres horas, cómo se habla sin tapujos de que las cofradías tienen que «mirar por sus hermanos»… sinceramente, yo les agradezco el gesto pero preferiría que miraran por mí  haciendo mejor los turnos y midiéndolos en condiciones, o coordinándose entre ellas para que no coincidan las asambleas, o… (ponga aquí su queja favorita).
Cuando uno conoce mínimamente en profundidad el oficio de la carga en otros sitios, y conoce un poco lo que se siente el costalero, el cargador, el andero o el como se llame de otras ciudades, la comparación con lo que vemos aquí es como de la noche al día. No digo que sea ni mejor ni peor. Digo solamente que es muy distinto. En otros lugares veo que la persona que saca un paso sabe que va a la estación de penitencia a sufrir,  a librar una batalla, a buscar el orgullo de ganarle la pelea al paso y dejarse el alma para cumplir con su hermandad. Un día y también el siguiente, no nos creamos que somos los cacereños los únicos que salimos varias veces en Semana Santa. Yo eso aquí en Cáceres no lo percibo. Al contrario, percibo en los hermanos quejas por el cansancio, quejas porque el paso se clava, y quejas en general por todo. Si el recorrido es largo o se hace pesado, el hermano no lo ve como un reto que superar sino como un «nos estamos cargando la Semana Santa». Y yo me pregunto: ¿dónde está la penitencia, la capacidad de sufrimiento? ¿acaso pretendemos los hermanos de carga llegar a casa en las mismas condiciones que hemos salido? ¿que no nos duela nada? ¿que no sudemos? Yo lo siento pero no me gusta ver a un hermano de carga quejarse debajo del paso, creo que es inapropiado y algo fuera de lugar por muy mal que vayan las cosas (que aquí en Cáceres repito, salvo excepciones tampoco es para tanto). Posiblemente haya un término medio en todo esto que estamos diciendo.

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¿Soy el único que aborrece las carreritas y las marchas tocadas a doble velocidad? Me parece algo cutre y carente de elegancia, los pasos transmiten mucho más con un ritmo acompasado.

Y como hermano de carga no se disfruta nada, al revés. A veces es hasta peligroso.

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Si algún año no escuchamos todas o la mayoría de estas frases, una de dos: o ha llovido más de la cuenta o es que nos hemos ido a ver las cofradías a Pontevedra.
Yo dejo una somera recopilación, pero aquí molaría mucho contar con las aportaciones de todo el mundo. Atentos:

Frases de los hermanos de carga
– No sus fiéis de las horquillas
– ¿Tú cómo vas?
– A mí el año que viene no me ven por aquí
– Este jefe de paso no tiene ni idea
– Ese de ahí delante va totalmente colgado
– Cámbiate tú con este
– Esto va a ser por la inclinación de la calle
– No podemos estar parando cada dos por tres
– ¿Dónde hacemos el relevo?
– Sujétame la horquilla un momento
– ¡Súbelo súbeloooo,  que me he pillado el pie!
– Yo por debajo no cargo
– Señores, vamos a callarnos un rato
– Como esto siga igual en el próximo relevo me salgo
– Guárdame el sitio que voy a fumarme un cigarro
– ¡No andéis para atrás!
– Los de la banda no tienen ni idea
– Nos vamos a comer a los de alante
– El paso va cuarteao
– Cuidado con el cable
– ¡Niñooo, mete el hombro!
– Yo vengo a cargar, no a que me vean
– A ver, necesito dos tíos para el medio
– Pues a mí me acaba de caer una gota
– Ya llevamos las velas apagadas
– ¡Páralo aquí, hombre!
– Este año voy de calderilla
– A ver si nos tocan algo ya
– Este año vamos de pena
– Métete la horquilla entre las piernas
– ¡Bache!
– Te puedes echar para atrás si quieres
– Luego ya nos colocamos cuando salgamos
– ¿Han contado ya?
– Esto antiguamente nos lo hacíamos sin relevo
– Sujetad bien que se va a subir uno
– Lo mejor para cargar es la banda de los romanos
– Aquí lo que tenían que hacer es poner verduguillo
– Si es que no nos han colocado
– Yo cargo con el derecho que el otro hombro lo tengo machacao de ayer
– ¿Alguien tiene guantes de sobra?

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Puedes ir mascando chicle, hacer corrillos, contar chistes, ponerte gafas de sol, cruzar la calle para hablar con tu cuñada, escuchar el fútbol con un pinganillo, hacer fotos con el móvil o salirte de la procesión para ir a mear. Eso sí, como me traigas zapatos marrones ya te puedes ir para casa.

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Uno de los debates que más se repite últimamente es que el número de hermanos de carga ha decrecido, y que algunos pasos ahora salen sin relevo cuando antaño sacaban siempre dos turnos. Esto ocurre y no se puede negar, aunque ojo: también hay ejemplos de lo contrario. Pero contra este argumento, a veces es difícil razonar que la supresión de un turno no necesariamente implica una rebaja proporcional del número de hermanos, ni mucho menos «casi la mitad» como más de una vez he escuchado. Esto no son matemáticas puras. 

Pasaré por alto el hecho de que hoy tenemos en Cáceres bastantes más varales por alimentar que hace quince o veinte años. Pero sí sostengo que en la actualidad, aunque en casos puntuales haya menos turnos, estos van mucho más llenos que entonces. Los factores son variopintos, no viene al caso enumerarlos pero podríamos hablar de la implantación hegemónica de los varales corridos -que antes eran una excepción- o de las costumbres, entre otros. Se mete más carne debajo del paso. Y la diferencia de hermanos, por tanto, no resulta tan amplia como a veces nos puede parecer.
Rescato esta imagen de finales de los años 90: Cristo Yacente, cofradía de la Soledad. Contamos claramente nueve hombres por varal, y en el mejor de los casos dos en los varales centrales (no se aprecia el trasero ni se ven hombres por debajo). Esto suman 22 hombres, quizás 21.
Cristo Yacente, finales de los años 90.
Esta otra imagen, tomada el Viernes Santo de 2012, pertenece a la misma cofradía y al mismo paso. Se cuentan trece hermanos de carga por varal, y además -servidor es uno de ellos- doy fe de que por debajo del paso arrimaba el hombro al menos un hermano más (no recuerdo si incluso llegaron a ser dos en algún momento). Los varales centrales estaban completos con dos hermanos delante y dos detrás. En total 31 personas, quizá 32.
Cristo Yacente, 2012.
Las andas no son las mismas, pero sí sus medidas -las dimensiones de la ermita de la Soledad no permiten jugar mucho con los centímetros-, y además los más veteranos recordarán que aquel paso donado por la Caja de Extremadura era especialmente agrio, pesado, sin duda más que el actual.
Aunque este no sea más que un ejemplo aislado -no tenemos en la red muchas fotos de la década de los 90-  creo que la comparativa abre espacio para la reflexión.  ¿Realmente la diferencia -evidente, por otra parte- es tanta como queremos imaginar? ¿Quizá el paso del tiempo distorsione la memoria, y recordemos los años del boom semanasantero con mayor esplendor aún del que sin duda tuvieron?
En otra ocasión, además, habrá que analizar aquellos pasos cuyo número de hermanos y de turnos ha aumentado notablemente. Son más de uno y más de dos. Hemos asistido, sin ir más lejos, a la primera vez que una cofradía amplía su itinerario a petición popular para que sus hermanos puedan disfrutar más tiempo de la carga.

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Una vez al año, casi siempre durante las vacaciones, suelo recibir la visita de unos primos de Uzbekistán que de toda la vida han mantenido una relación muy estrecha con mi familia. Con ellos comparto un trámite cuya lidia me resulta especialmente tediosa: a menudo me preguntan por las fotos que ven en mi casa sobre los desfiles esos que hacemos vestidos con ropas de colores. Ya saben, la curiosidad intrínseca a la idiosincrasia uzbeka. Comienzo a contarles que soy hermano de carga, que voy debajo de los pasos, y en este punto caigo en lo complicado que resulta explicarle a uno de afuera lo que es cargar un paso. Try it in English, me dicen con toda su buena voluntad, ávidos de intercambio cultural… yo les digo que no, que in English es igual de difícil porque los pasos, como los sentimientos, no se traducen a ningún idioma. Hay que mamarlos. ¿Pasos? ¿cargar? ¿carry the steps? ¿charge the…? Nada, no hay manera. Si usted tiene primos en Uzbekistán seguro que entenderá lo que le estoy diciendo. 
Es aquí cuando me armo de valor y consigo convencer a mi rama genealógica de allende los Urales de que la próxima visita me la hagan en Semana Santa. No me verán el pelo, pero por lo menos así entenderán mejor el misterio que en vano intentan comprender a partir de una foto o un vídeo metido con calzador. Y de esta guisa fue que se vinieron un mes de marzo a vivir en primera persona en qué consiste esta fiesta de las túnicas y el porrompompóm. Durante seis jornadas con sus tardes y sus noches, estos uzbekos fueron mi tallo y mi sombra. Iban tras de mí con una de esas minicámaras que llevan los reporteros cuando se van de chabolas durante tres semanas y se graban hasta cuando van al baño. Yo, más inquieto que otra cosa. ¿Se habrán aprovechado de mi buena fe para grabar Callejeros del Cáucaso sin decirme nada? Y mientras consumaban el asalto a mi intimidad, así les decía yo:
Cargar es, por encima de todo, una herencia. De herencias sabéis mucho allá en la cuna de la longeva Samarcanda, ¿verdad, primo? Aquí, en el umbral de la Puerta de Mérida, acariciando el antiguo Hospital de Caballeros, guardamos nosotros un legado capaz de unir a un pueblo entero, gentes de distinta condición, bajo una misma identidad. Nos lo entregaron unos viejos lobos orgullosos junto con el deber de custodiarlo y cuidarlo con esmero para disfrute de la próxima generación. Nuestros abuelos. 
Y otra vez aquí, formando filas, saludando al personal, atando los cordones, guardando la bolsa amorfa en el bolsillo del pantalón, ante la mirada torpe y el juicio incierto de un lejano pariente uzbeko. Menuda foto para el museo. Este pintoresco ritual de 45 minutos, le cuento, sirve esencialmente para diferenciar a los hermanos de carga del resto de procesionantes. Una suerte de rito iniciático. Cuando eres joven la situación se hace bastante incómoda: todo el mundo se conoce, tienen cosas de que hablar, muchos han coincidido ya este año en otros desfiles. Entre tanto tú te pierdes en titubeos, sin saber muy bien dónde mirar, más dejándote llevar que otra cosa. Aquí tienes la horquilla, ahí tienes la calle. Metes la pata muchas veces, y sabes que los demás se dan cuenta, pero nadie dice nada… a fin de cuentas todos hemos tenido 15 años. ¿Cuántas veces has pillado con la horquilla el pie del de delante? Mi récord son tres en la misma procesión. Fue en Batallas hace ya mucho tiempo, y conservo la esperanza de que al ir cubierto el hombre-diana no se acordara de mi cara. Se acordaría de cosas peores esa noche, seguro. Y aunque en momentos como aquél te parezca imposible, algún día navegarás con el aplomo de quien ya se ha visto docenas, cientos de veces en la misma rutina. Mientras tanto debes fomentar esas relaciones, a veces fugaces, que dentro de algunos años te harán sentir como en familia. 
Me estás mirando con una turbia expresión bovina que no me gusta un pelo. ¿Tú te piensas que esto es ponerse bajo un palo y aguantar un peso, sin más? La carga, querido amigo, se reduce al movimiento, y solo al movimiento. No es más que cinética. Desde fuera tú no notas nada, pero el hermano de carga es a un tiempo juez y parte de un juego de fuerzas que llegan y chocan desde múltiples direcciones. El hombro, el brazo, la calle, el varal, la mecida. Todas empujan y reclaman supremacía, luchan por ocupar su lugar. Me pregunto si el anciano Newton, desde la soledad de sus disquisiciones en la cátedra del Trinity College, imaginara alguna vez tal protagonismo en las tradiciones hispánicas a 300 años vista. ¿Qué extraña sincronía, verdad? Cargar supone vencer la presión de la gravedad empujando con los dorsales hacia arriba. Tirar de los riñones cuando los dorsales no llegan. O del corazón cuando fallan los riñones. Es saber cuándo toca empujar hacia la derecha o hacia la izquierda. Ver cuándo el paso se cuartea para corregirlo. Ser consciente de que tus acciones no tienen la misma fuerza si vas en medio que si vas en una punta del varal. Saber quedarse quieto y aguantar el peso cuando toca. Conocer de antemano hacia dónde cae una calle. Saber cuándo frenar y cómo. Saber de qué forma puedes aliviar a tu compañero. Saber ayudarte con la mano de dentro. Cargar, en el fondo, supone dominar un oficio que se aprende pero no se enseña.
¿Sabes lo que yo veo cuando estoy cargando, primo? ¿En serio piensas que tengo tiempo de admirar el sueño de las torres sin campana, los colores de la luna cayendo sobre el tejado del palacio, las estrellas asomándose al balcón de la muralla solitaria? ¿Crees que me deleito marchando al ritmo de sones épicos? Mira, te contaré algo que en tu Taskent seguro que no sabéis: el privilegio del hermano de carga es un mito etéreo. Se alarga, con fortuna, durante algunos segundos. Yo casi todo el tiempo de procesión me lo paso mirando rostros desconocidos. Rostros que pasan frente a mí como fotogramas de una película que se parece mucho a una que ya había visto antes. Ayer, para ser exactos. Rostros que me observan, que me hablan, que a veces incluso me preguntan. Rostros que no saben qué cara poner. Es divertido cuando vas con verduguillo, porque entonces los rostros adoptan una particular tendencia a identificarte como el hermano de no se quién o el amigo de no sé cuanto. Escucho conversaciones absurdas. Busco respuestas para todo. Aspiro el sudor de mi compañero. Vuelvo a la secuencia lineal de rostros desconocidos. ¿O es quizá una cadena de ADN? ¿Estamos acaso ante el verdadero genoma de la Semana Santa? Uno a veces tiene la sensación de saber lo que están pensando, o quizás quiere jugar a adivinarlo. Me siento incómodo cuando encuentro un rostro que sí conozco. Pero solo es uno entre la fila interminable y aburrida de rostros desconocidos.
A mí me gusta contemplar la carga como un generoso acto de ofrenda. De alguna forma es algo que me ayuda a mantenerme en mi sitio. Primo, cuando cargas en realidad le estás regalando a miles de personas aquello que tanto y por largo tiempo esperan. Se trata de coger una imagen, un objeto inanimado, y dotarle de respiración, de cadencia, de sentidos. Otorgarle capacidad de comunicación. Sí, nosotros se la damos. ¿Quiénes son aquí los dioses? Cargar, un espectáculo que a veces parece de Sálvame, o de La Noria, por las cosas que alguno de pronto te cuenta ahí debajo. 
Y te digo más: este es con frecuencia un proceso cruel que termina por destruir al individuo. ¿Sabes por qué? Porque debajo de un paso no eres nada sin tus compañeros. Necesitas que te coloquen el verduguillo por detrás, o que te sujeten la bolsa mientras anudas el cíngulo. No sabes si estás bien colocado hasta que un compañero te mide el hombro con el de enfrente. No conoces por dónde hay que ir si el jefe de paso no te lo dice. Eres una partícula tan minúscula que si te dejaras caer el paso continuaría el camino sin variar ni un ápice su trayectoria. Ni siquiera la horquilla es tuya. Va y viene trajinando de mano en mano por todo el relevo. No importa que seas nuevo, no importa que no conozcas a nadie. Acabarás necesitándolos. Primo, escucha bien lo que te digo: dependes absolutamente de tus compañeros. Y con esto, mi estimado descendiente de los hunos blancos, espero que te hayas enterado de lo que quiero explicarte, porque ya otra forma no hay. 
¿Cómo podrías tú comprender? ¿Cómo saber lo que existe detrás de todo eso que observas con la espalda apoyada en la cristalera de un escaparate? 

85 – Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño (III)

Los que se mojan de verdad
¡Ah, la lluvia! Tan rápido como avanzamos en algunas cosas, seguimos anclados en el pasado siglo cuando sentimos la amenaza inminente del cielo. Gotita a gotita va limpiándonos el espejo opaco y mugriento, antifaz de nuestro reflejo verdadero, y pone en evidencia algunas de nuestras más profundas miserias. En este punto nuestra reacción me recuerda a cuando pisamos en la arena un camino de hormigas, y éstas pierden el rumbo correteando ciegas sin recordar cuál era su destino.
Yo creo que estamos un poco bastante atrasados en esta materia. Pocos se atreven a consultar en la red el pronóstico local para las próximas horas, y mucho menos a fiarse de él, aunque irónicamente después sí nos tomamos muy en serio los pronósticos del telediario con una semana de antelación o lo que unos pobres anónimos cobardemente vomitan en la sección de comentarios (que para mí es más «obituario») de los periódicos. Nos manejamos mal en entornos de incertidumbre. Apenas hay protocolos predefinidos sobre qué hacer en estas situaciones -ni cómo, ni quién. Reservamos amplio coto para la improvisación. En otras capitales, inclusive con peores climas o recorridos más largos, se negocian bastante mejor este tipo de situaciones, y digo yo que deberíamos dejarnos de tantísimo complejo de inferioridad y asumir de una vez por todas que estamos jugando en la Champions, con las exigencias morales y estéticas que ello conlleva.
En Cáceres, salvo excepciones muy puntuales, tenemos un clima muy benigno para Semana Santa, y cuando el tiempo viene malo apenas es por algún chubasco leve. ¿Qué haríamos aquí si nos cambiaran las latitudes? ¿Se imaginan enfrentarnos a fenómenos más crudos, tales como la nieve? ¿Nos quedamos en casa para que el cristo no se enfríe? ¿Sustituimos nuestros entrañables focos por faros antiniebla? Miedo me da pensarlo.
Tengamos la humildad suficiente para aprender. En este ejemplo, León ofrece una gran lección de madurez celebrando su Viernes Santo bajo la nieve con elegancia, sin perder ni un ápice de compostura, sin concesiones al apresuramiento, con su Plaza Mayor repleta de gente y ni un solo balcón sin la imponente y fría gala de luto. Igualito, igualito:
Al sur del sur : ¿Imitación o parodia?
El colmo de la osadía es cuando hablamos de las tendencias cofrades y empezamos a señalar con el dedo dividiendo a la Semana Santa en dos españas: Norte y Sur. Somos culpables de un delito terrible: enredamos la cultura para enemistar y confundir a pueblos vecinos. Levantamos una suerte de muro de Berlín, en alguna remota vereda entre el Tajo y Despeñaperros, y nos quedamos tan anchos ignorantes de que así reventamos la historia entera de las cofradías en nuestro país.
A veces hablamos como si nos creyéramos inventores o propietarios de algo, guardianes de la pureza académica y la ortodoxia en la tradición. Para certificar que el oficio de la carga no es de una orilla ni de la otra, que la fe no es propiedad de nadie y que la devoción no hay oro con qué pagarla, admiremos a estos esforzados costaleros sicilianos (festividad de Santa Ágata, en Catania) que colorean sus chicotás al son de los Gypsy Kings. Para que luego algunos se quejen del ritmo que llevan las bandas de aquí…
Yo soy de marchas más clásicas, todo hay que decirlo.



El observador observado
El público es un inocente juez que se siente observador y que no se sabe observado. En los ocho días -para mí siguen siendo ocho- que dura la Pasión, se acumulan muchas horas de paso frente a interminables filas de espectadores. Cuando uno camina frente a ellos, varal prendido en una mano y horquilla resonante en la otra, se abre de par en par un escaparate infinito que es el vivo reflejo de nuestra sociedad. Da tiempo a pensar, pero también a ver y a extraer muchas conclusiones. El público mirón, sin saberlo, se expone a la observación minuciosa. El mundo al revés.
Dudo mucho que alguien situado «al otro lado del cristal» llegue a leer estas líneas, pero por si acaso intentaremos aquí dibujar con la mayor precisión posible este singular bestiario social que los cofrades, escoltas y cargadores, van encontrándose a lo largo del recorrido.
– Sabelotodos: señoras y señores que se las dan de enteraillos soltando barbaridades sobre la cofradía. Muchas veces te quedas con las ganas de decirles algo, pero el estupor y la decencia actúan de freno.
– Novatos: gente boquiabierta que por sus graciosos gestos y comentarios se ve a la legua que están disfrutando de su primera vez.
– Holmes: niño que intenta averiguar si eres macho o hembra por la forma de tus zapatos.
– La calculadora: infantes por lo general acompañados cuya pasión es contar los hermanos de punta a punta del varal y calcular cuánta gente va debajo de todo el paso (no aciertan nunca).
– El cachondo: este socarrón se pasa todo el rato mirándote con ganas de decirte algo, y cuando por fin se arranca comprendes el verdadero sentido de la palabra penitencia.
– El locutor: señores acompañando a sus familias con el transistor a todo volumen, presencia que agradecen especialmente los cofrades aficionados al fútbol.
– Los miedicas: jóvenes que encogen los pies y se pasan más tiempo mirando al suelo que a la imagen. Tienen dificultades con los cálculos y mediciones de distancias.
– El locuaz: a la que te descuidas se pone a hablar contigo de las cuestiones más intrascendentes. No es preciso que te conozca de nada.
– Los risitas: bandadas de pavoadolescentes incapaces de disimular su temprana condición.
– Comepipas: ejemplares muy molestos que dan trabajo a los limpiadores. De corta edad aunque con excepciones, con frecuencia se mueven en manadas y contemplan los desfiles sentados en su bordillo.
– Balconeros y balconeras: esta curiosa especie acapara dos extremos opuestos. Hay un grupo muy piadoso que gusta de contemplar a las imágenes cara a cara, alargan la mano para tocar algún palio o alguna cruz, e incluso cantan saetas. Otros, por contra, ven pasar el desfile como quien ve pasar el tren, apoyados en la barandilla del balcón como si lo hicieran en un mostrador de tasca, y entretenidos en cualquier conversación que nada tiene que ver con el acto penitencial que se desarrolla frente a ellos.
– Los que te mandan callar: habitualmente señoras de cierta edad que se atreven a chistar con la boca para regañarte cuando la conversación se vuelve demasiado distendida.
– El que te conoce: yo paso mucha vergüenza en estos casos, tengo que decirlo. Algunos respetan lo que estás haciendo y te saludan con discrección. Otros parece que tienen un radar, te detectan desde varios metros de distancia y te aguantan la mirada hasta tal punto que no sabes si solo quieren ser simpáticos o directamente sacarte los colores.
– El fotógrafo: Señores de mediana edad que son capaces de recorrer tres, cuatro, cinco veces los desfiles de punta a punta, y encima tienen la puntería de enfocarte siempre a tí.
Hasta aquí seguro habrán llegado cofrades de trayectoria longeva. ¿Se les ocurre alguna tipología más?
Más chicha:

84 – Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño (II)

Burro grande ande o no ande
Ahora, ahora que la cosa está cortita es cuando empezamos a valorar en su justa medida subvenciones, patrocinios y otras propinas, un cálido colchon sobre el que descansábamos muy cómodos y que nos eximía año tras año de buscar una sostenibilidad económica para nuestras hermandades. Sí, sé que hay excepciones, pero en este asunto está feo decir nombres. Por cierto, que lo que no hemos hecho en 20 años lo queremos hacer ahora en 2 días, pero ese es otro cantar.
Cáceres, dama vieja y pedigüeña en las puertas de los pudientes, si algo tiene son recursos y personalidad suficientes para dejar de ejercer el culto a lo ostentoso, la religión de lo grande, el rezo de lo material. Otra cosa es que no los veamos o no los queramos o no los sepamos aprovechar.
Se me vienen a la mente varios tesoros, empezando por ese Dios nos manda cada tarde cuando el sol se pone por cada adarve, o por cada plaza, o por cada alto callejón. Podríamos acordarnos de esa moneda gigante que todos los días nos echa en la hucha más hermosa que es nuestra ciudad antigua, un museo al atardecer, una limosna tan valiosa que viste de oro las almenas, que cada piedra es un lingote y cada torre vale un millón. Y es que más allá de este botín, de los besos de colores y su alba de mil quilates, la riqueza está en el sentido y el sentimiento con que se hacen las cosas.
Nosotros, qué pena, nos seguimos agarrando a otros tesoros más banales y bastante menos cristianos, tesoros que no aportan nada nuevo y que se pueden ver en cualquier lugar de España. ¡Qué nos gusta un autobús! ¡Qué nos gusta un paso cuanto más largo más bonito, cuanto más ancho más espectacular y cuanto más grande y más flores y más oro y más plata y más de todo, mucho mejor! Después, tarde, torpemente, reparamos en que estas hipérboles dimensionales limitan los recorridos, nos encarcelan afuera de nuestras benditas murallas y provocan fatigas ante los obstáculos más cotidianos, pongamos por ejemplo un puentecillo:

Claro que aquí tampoco tenían a Galiche mandando.
Denuncio también la penosa facilidad que tenemos para olvidar que los que vamos debajo somos per-so-nas, y las personas tienen la mala costumbre de cumplir años, uno cada doce meses, y se aburren, se quitan, se ponen, se van y se vienen. Llevo muchísimo tiempo escuchando que faltan hermanos de carga, pero no recuerdo haber oído nunca que sobre metros de varal… no sé, seguro que mi memoria comienza ya a pecar de volátil.
En un ejemplo exagerado, imagínense a estos nobles cofres de Guatemala protestando porque un año fueran escasos de relevo:

Sin embargo, y en el otro extremo de la soga, tampoco podemos renunciar a guardar las proporciones en aras de la estética y la dignidad que una celebración como la nuestra merece:

¿WTF?
Bueno, como decía el sabio, in medio virtus, aunque a veces yo también digo que in medio mediocris.
¿Todos por igual?
¡Despacito y todos a la vez! ¡Toooodos por igual valientes! … he aquí la utopía hecha arenga cofradiera.
Para justificar el muy frecuente desorden entre varales solo podemos presentar dos causas: o titubeos en la orden del jefe de paso, o desatención por parte del colectivo de hermanos. He sufrido ambas, pero cuando la levantá se desequilibra para mí tiene bastante más culpa la segunda que la primera.
No sé si somos conscientes del riesgo que estas maniobras conllevan. Durante unas décimas de segundo, como cuando alternamos potentes pedaladas encima de la bici, todo el peso de la carga se lanza sobre uno de los lados, multiplicándose además por la inercia del movimiento. Si este tiempo fugaz se alarga más de la cuenta, o el peso es mayor de lo habitual, entonces peligra la integridad física de mucha gente.
Tampoco estamos lo que se dice muy atentos a la hora de sostener el paso en el suelo, ratinos en los que gustamos de protagonizar posturas y conversaciones de vergüenza ajena en un acto de penitencia. Los cacereños ostentamos cátedra en la cultura de dominar apoyos invisibles y mantener las cosas en su sitio dentro de un caos ordenado que solo nosotros entendemos. ¿Qué me dicen de esos graciosos y provocados vaivenes adelante y atrás cuando el paso está sobre las horquillas? Si uno lo piensa fríamente, la candela que le damos empujando con saña sin saber ni preocuparnos siquiera si hay alguien sujetando en la otra parte… ¡Qué más da! Nuestras leyes no escritas nos garantizan que en algún momento alguien hará el contrapeso necesario para evitar un desagradable deceso por aplastamiento.
Observemos las consecuencias de un posible vuelco, con la debida circunspección, en este inquietante pero veraz documento:
Hay que fichar al responsable de anclar esa talla.
Ojo, cable
Y el tema de los cables ya es punto y aparte. Podemos manejar excusas mil, pero la falta de previsión no la acepto: es de una irresponsabilidad absoluta que un jefe de paso o algún organizador del desfile desconozcan la existencia de un obstáculo en el itinerario, o las referencias aproximadas de altura de su paso. Esto es, o debería ser, lo mínimo que se despacha. A mí lo que más me inquieta es que el desentendimiento de muchos jefes de paso (si alguien se molesta lo podemos llamar también «identificación moderada») está, si no bien visto, sí al menos asumido como normal dentro de la comunidad cofrade. Esto ocurre así y lo sabe todo el mundo.
Bueno, asumamos pues el inconveniente del cableado como conocido y previsto. Ahora solo queda apelar a la pericia o buen tino del mando al cargo, y aquí no tomaremos en consideración utensilios suplementarios como pértigas y similares, a los cuales en Cáceres padecemos una extraña variante alérgica todavía en fase de estudio. Todos somos humanos y sería injusto subestimar la dificultad de estas operaciones, pero cuidado con bajar la guardia porque podríamos vernos, y se me ocurren varios puntos negros así a bote pronto, en experiencias tan enrevesadas, tortuosas y desafortunadas como la que aquí mostramos. Le puede pasar al más pintado.

(Continuará próximamente…)

Más chicha: 

83 – Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño (I)

(Aviso para navegantes: tómense estas lecturas con las dosis necesarias de reflexión e ironía, so riesgo de no obtener provecho alguno)
Darse la vuelta: Anatomía del movimiento
Para comenzar esta disección nos decantaremos por un clásico: el muy cofrade acto de «darse la vuelta». Una operación que deberíamos tener mecanizada como mínimo, pero que por uno de esos misterios indescifrables en Cáceres nos gusta complicar más de la cuenta. ¡Cuán vistosa coreografía de murmullos y tropezones! ¿Y por qué nos empeñamos en actuar en contra de la lógica? ¿No sería mejor, pienso, detener unos segundos el paso para hacerlo más fácil, asegurarnos de que nuestro compañero anterior o posterior ya ha terminado, y ejecutar en silencio el movimiento hacia las andas y no hacia fuera, para evitar sacar el hombro del varal?
¡No!
Preferimos hacerlo en un desordenado y eterno trompicón, sin avisar, sin esperar al que nos precede, y a ser posible palpando con la horquilla el zapato del compañero. Similar radiografía podríamos hacer además de nuestro «meterse por dentro», acaso añadiendo un epígrafe para los coscorrones. La verdad es que me deja perplejo la confianza que manejamos, pensando quizá que como total, el resto de gente va a seguir aguantando el peso, no pasa nada por hacer la cosas de cualquier manera…
En este vídeo el patero izquierdo, con chaqueta azul, se sirve de una grácil maniobra para ilustrarnos sobre todo lo que NO debemos hacer durante la ejecución de este importante movimiento:
Leyendas del botecito
De acuerdo que todos tenemos nuestras marchas talismán, hipnotizantes melodías que nos sabemos de memoria y nos animan más de la cuenta. Empero, en ocasiones la efusión rebasa los límites del decoro y los hermanos confluyen en un inefable bailoteo de saltitos, movidos quizá por una muy particular interpretación del concepto de la elegancia. Esto ocurre solo en los pasos de Virgen; bueno, en algunos pasos de Virgen. Sí, yo sé sus nombres. Y me pregunto: ¿no nos damos cuenta de que esto duele? Me refiero al hombro, pero también y sobre todo a la vista.
Quizás estos deslices sean consecuencia de no poder observar, atónitos, el resultado de nuestro traqueteo desde la tribuna de espectadores, sufridos e inevitables espectadores… a pie de calle las cosas se ven distintas. Veamos, siempre con gran respeto, lo que sucede cuando permitimos que se desboquen a los caballos del entusiasmo:

En tal hostil entorno de horquillas descontroladas punteando sobre pies desnudos, digo yo que a más de uno le habrán hecho ya un seisdedos.
En este punto no puedo evitar acordarme de ese singular triángulo de las Bermudas compuesto por hermano de carga-horquilla-pies de los espectadores. Esto casi merece un capítulo propio, pero no he podido encontrar un vídeo lo suficientemente sangriento como para quedarme agusto. De verdad, ¿en qué piensa la gente cuando se coloca a ver una procesión en sitios muy estrechos? ¿Son novatos, no saben la anchura que calza un paso? ¿Piensan que uno puede estar pendiente de mirar hacia abajo abajo a ver si acierta o yerra el lanzamiento? Voy más allá: ¿de verdad creen que bajo un varal no tenemos mayor preocupación que velar por la integridad del pie de un imprudente? ¿no se hacen una idea del reducido túnel visual que tiene un hermano de carga en una calle estrecha, no digamos ya con verduguillo? Con gusto mandaría a estos hermanos cofrades avilesinos por delante de nuestras procesiones, para abrir camino y limpiar de insensatos las cacereñas aceras, sus umbrales y sus bordillos.
Corre, corre que llegamos tarde
A mí me pone de los nervios cada vez que nos entran las prisas. Cuando la carga es un remanso de paz, cuando túnica y almohadilla se funden en todo uno, las horquillas suenan precisas como metrónomo, y el varal te concede una tregua para disfrutarlo, de pronto el paso se acelera trocándose en un feucho y deslabazado trote cochinero. ¡Protéjanos el Señor contra el chabacano espectáculo, digno de contemplarse con lágrimas lamentables! ¿Cuál es el propósito de esta horrísona errata devocional? No sé si será culpa de la falta de fuerzas, de la carencia de motivación (vulgo «dejarse llevar»), de la descoordinación, o quizás de nuestras escasas y breves nociones de repertorio musical cofrade. Pero es un desastre cuando el tintineo de las horquillas pierde el compás y muere de rebeldía contra las piedras. No hay eco. No hay interés. No hay sentimiento. Los matamos para siempre, porque el horquillazo pierde su razón de ser cuando se abandona al libre albedrío. ¿Acaso pensáis que quienes van arriba no se dan cuenta del hurto estético que perpetramos impunemente?
En este vídeo vemos cómo el pacífico y paciente San Juanín opta por una solución drástica, pero natural, cuando los hermanos pisan el acelerador más de la cuenta: bajarse del tren en marcha.

Yo hubiera hecho lo mismo.
(Continuará próximamente…)

82 – Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño

Ante el comienzo inminente de este intensa y esperadísima serie audiovisual, podemos ir avanzando ya la siguiente relación de contenidos:

Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño


Capítulo I
– Darse la vuelta: Anatomía del movimiento
– Leyendas del botecito
– Corre corre que llegamos tarde

Capítulo II
– Burro grande, ande o no ande
– Ojo cable
– ¿Todos por igual?

Capítulo III
– Los que se mojan de verdad
– Al sur del sur : ¿Imitación o parodia?

– El observador observado

Enlaces:
Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño (Capítulo I)
Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño (Capítulo II)
Mentiras, tópicos y errores del cargador cacereño (Capítulo III)

81 – Calvario

Encajo con una mezcla de satisfacción y esperanza el descubrimiento de nuevos blogs de gente que tiene muchas cosas que decir en esta historia, y que por fin se van decidiendo a compartirlas. La Piedra Callada, ¡Atentos!… ¡al hombro! o el ejemplo que nos ocupa en este post.
Confieso que desde hace tiempo venía barajando la idea de escribirle algo al paso del Calvario, pero la verdad es que nunca supe por dónde empezar. El proyecto dormía la siesta en los brazos de la pereza, hasta que una noche de mayo, sorpresa sorpresa, me encuentro por azar con el mejor título de blog que ha existido, existe y existirá en la historia de Internet: «No sus fieis de las horquillas«, de un cofrade ejemplar como es Ángel Falero. Lo primero que pensé es: ¿cómo no se me habría ocurrido a mí? Y allí dentro, una simple foto que despierta y emociona al mismo tiempo. La foto condensa tradición, historia, nombres propios, emociones y expresividad por toneladas. Tras ella, la inspiración venía sola. O a lo mejor era el empujón que le faltaba.
Tengo la suerte de haber conocido muchos pasos, siempre con experiencias positivas, pero hay dos en los que las cosas sencillamente son distintas. Uno es el Calvario; el otro lo guardaremos para mejor ocasión. Son otra historia. Ellos imponen sus propias reglas, tienen su sello de identidad, enganchan desde el crujido primero. En sus maderas, como en ningún otro lugar, se dignifica y se enriquece ese oficio tan de aquí que llamamos Hermano de Carga.
Uno no sabe explicar muy bien dónde reside la magia del Calvario ni cuándo nace esa peculiar manera de entender la Pasión, desde la humildad, el compañerismo y el orgullo. Tampoco puedo remontarme tan atrás como quisiera, pues aterricé en el Calvario precisamente el año en que se jubilaban sus míticas andas de campana y cinco varales. No he podido disfrutar de otras épocas. ¿Será por cómo suena? Solo los hermanos del Calvario conocen ese sonido. Solo ellos conocen la necesidad verdadera de echar el ancla por el adarve. Nadie está tan obligado a frenar con el esfuerzo. Solo ellos saben que los kilos no caen igual cuando pasa saludando el arco de Santa Ana. Ellos mejor que nadie saben lo que es besar las paredes de la muralla y llevarse un recuerdo de arenilla en la túnica, a la altura del antebrazo. Ellos más que nadie saben lo que es ver pies encogiéndose a su paso. Saben de un Cristo que no para quieto. Saben que ellos hacen otra procesión, una con las curvas más cerradas, las puertas más estrechas y las esquinas más traicioneras. Saben que para ellos los cables penden mucho más abajo. Será por la saeta del Borrasca en Puerta de Mérida, con la despedida de las últimas estrellas. Será porque su sombra en la piedra de San Juan se estira más alta que las demás. Será porque bajo el Calvario el adarve es más largo, y aun así nos da pena llegar al final. Será porque el Calvario une, identifica y enseña. Será porque en él todo es a lo grande. Será porque en trece años nunca he conocido cansancio, quejas o disputas. O será porque a cambio he conocido a muchos hermanos, entregados a una causa y amarrados a la horquilla y al orgullo como únicos compañeros de camino. Gente poderosa que va a lo suyo, que no rechista ni hace preguntas. No sabe de bandas, de atajos o de postureos. El Calvario va solo.
Muchos no entendemos la madrugada sin nuestro querido elefante, misterio siempre vinculado a una saga de maestros delante del paso, los Galiches (con G mayúscula), que dejaron imborrable cátedra esparcida a los pies de la muralla. Y aquí cedo el turno a quienes saben contarlo con bastante más propiedad que yo: Samuel Martín, David Remedios y Pedro Cano.
Alguna vez, con dolorosa incertidumbre, me he preguntado cómo entenderán el Calvario las generaciones que están por venir. Aquellos jóvenes, hoy todavía chiquillos, que no han tenido el privilegio de ser dirigidos, o mejor sería decir aconsejados, por las manos maestras de Ángel o de Paco. ¿Qué sabrán ellos del «no sus fieis de las horquillas»? ¿cómo aprenderán el «echad los pies por delante»? ¿quién les contará una broma para hacerles sonreir cuando van más jodidos? ¿y quién les gritará aquello de «ya estamos en casa»? ¿En qué escuela se enseña a sacar pasos de este tamaño a ras de suelo? Define magistral Falero: «la voz de un gran jefe de paso que hace pasar un tanque por el ojo de una aguja». Y llego a la conclusión de que quizás sea nuestra tarea, la de todos los que aún sigamos aquí, difundir y perpetuar este legado, una personalidad propia, una particular forma de hacer cofradía que disfrutaron tantos alumnos aventajados que pasaron bajo esa cruz, madrugada a madrugada. ¡Qué lección de cacereñismo, Calvario!
Alma Cofrade – Vídeo homenaje A.Polo (2005)
Sé de muchos que quieren jubilarse en este paso. Sé de muchos que no enseñan su rostro más que cuatro horas al año, para cargar con su Calvario. Sé de muchos que con gusto renunciarían a obligaciones mayores con tal de poder volver bajo estos varales, porque los sienten suyos. Y seguramente algún día volverán, claro que sí. También sé que alguno está leyendo ahora mismo estas letras, y para sí mismo asintiendo con la cabeza. No puede ser de otra forma, compañero: somos del Calvario.

Hermanos del Calvario.
Ni mejores ni peores.
Distintos.
Cincuenta hermanos, un solo corazón.
Cincuenta horquillas, un solo golpe.
Grandes hermanos, y hermanos grandes.
Grandes en tamaño.
Grandes en lealtad.
Grandes en el respeto.
Grandes en el deber.
Hermanos de los maestros.
Hermanos de una tradición.
Hermanos silenciosos.
Hermanos sin florituras.
Hermanos del aguante y la obediencia.
Hermanos del horquillazo y la cabeza alta.
Hermanos que no se doblan.
Hermanos del crujido seco y del diente prieto.
Hermanos del peso pesado.
Hermanos del adarve sin prisa.
Hermanos del paso majestuoso.
Hermanos de toda la vida.
Hermanos de aquí al Nazareno.
Hermanos del orgullo.
Ni mejores ni peores.
Distintos.
Hermanos del Calvario.

80

La falta de rigor con la edad mínima para cargar está causando problemas y situaciones vergonzantes en más de una cofradía. ¿Quién se atreve a ponerle el cascabel al gato? ¿Esperaremos a que ocurra una desgracia para empezar a tomarnos las cosas en serio?

61 – Duele el varal

[Publicado originalmente en la cuaresma de 2008]

¿Qué hay más grande que una espera, cuando se sabe que esa espera desembocará en la dicha plena? Cuánta sabiduría cofrade encerrada en estas palabras de García Barbeito. Se terminó la espera, ya llegó el día. Atrás queda la Cuaresma, las exposiciones y los actos, los cultos, prolegómenos de la Pasión que fluye efervescente. Atrás queda el tiempo en el que la cera, el incienso, los redobles o las levantás son sólo un bosquejo. Atrás quedan las vísperas, el trajín de los traslados, las tertulias y los bares, se terminaron el trabajo oscuro a deshoras y las consultas nerviosas de los pronósticos meteorológicos. Atrás queda esta bendita locura de pensar que no existen en el calendario más meses que los de marzo o abril.

Comida ligera y reposo, hay que evitar sustos. Los guantes, el cordón, la medalla… ¿está todo? Qué angustiosa esa sensación de que se te olvida algo. Abro la ventana, miro al cielo, corre una ligera brisa pero brilla el sol. Hoy no habrá problema. Menuda tuvimos el año pasado con las tormentas de primavera.

A estas horas suele haber poca gente por la calle. Se puede pasear tranquilamente, despacio, esquivando a algún turista. Un año esperando esto. Me gusta llegar pronto al templo, no hay jaleo todavía, pero el tenue hormigueo de hermanos se irá transformando en marabunta conforme avance la tarde. Algún directivo nervioso recorre los aledaños con papeles en la mano, abrochando detalles de última hora. Nos dirigimos a nuestro sitio, el rincón habitual. Van llegando poco a poco; aquí están, las mismas caras de siempre. Se echan en falta un par de habituales en la delantera. —Este año no viene, le ha tocado trabajar. Empezamos de chavales, pero son ya muchos años y a algunos se les nota más que a otros el paso del tiempo. Hemos crecido juntos en este oficio y nos hemos batido codo con codo en trincheras comunes de madera y acero. Saludos efusivos, recuerdos y bromas, algún pinganillo si hay partido de fútbol. —¿Cómo va el Madrid?

En los patios de carga se conversa de todo un poco, de lo divino y de lo humano, de cómo han ido estos meses y de lo que queda por venir. La mayoría nos vemos muy ocasionalmente, tejiendo de año en año una peculiar relación de confianza pasajera. Un vistazo al reloj. Hay que ir haciendo el turno, que siempre nos pilla el toro. ¿Dónde se ha metido éste? Todos los años igual.

Dos filas por altura. Cada año me toca más atrás. —Cuatro, seis… doce, catorce… a ver, ¿tú donde estás, delante o detrás? Colocaos en fila hombre, que luego tengo que contar dos veces. Sonrisas cómplices entre los hermanos. —Oye, guárdame el sitio que voy al servicio. Vuelta a empezar. Doce, catorce, dieciséis… — ¿aquí quién iba? —Tú cuéntale, que ha ido al baño pero ahora mismo vuelve. Pfff… el jefe sigue con el recuento, pero esta vez más deprisa. Risas y compadreo.

Bueno, ya estamos. Al final los mismos de siempre, si es que no hace falta ni contar. —Luego dentro nos colocamos mejor, que aquí el suelo engaña mucho. Veinte minutos, todavía queda tiempo, el último cigarro. — ¡Señores, vamos para adentro! Primer contacto con el varal. Hay que tantear el terreno, palpo la almohadilla, meto la mano y escudriño el interior. Las entrañas de un paso tienen identidad propia y constituyen una pequeña dimensión paralela dentro de nuestra tradición. Urdimbre caótica de cables, tuercas, maderas y olores característicos. Esta vez no hay travesaños ni tornillos traicioneros cerca, menos mal. Iré cómodo.

Las bromas decaen. Los últimos minutos siempre vienen acompañados por un extraño conjuro de tensión y calma chicha. Recolocamos las flores, que no nos caigan encima. Se abre la puerta. La cruz de guía ya no quiere un techo de piedra. Busca el refugio bajo el palio del cielo, mezcla de azul y dorado, limpio de nubes este año. Los penitentes abandonan el templo despacio, en un goteo incesante. Se acerca el jefe de paso con el gesto duro, y todos los compañeros buscan su puesto. Últimos retoques a la túnica. —¡Atentos!…

Ya estamos fuera. Cada vez lo hacemos mejor, la próxima con los ojos cerrados. A ver qué horquilla calzo este año, que siempre me toca la más corta… aquí llega, como siempre, apresurada. Sin darme cuenta ya me la han puesto en la mano. No nos han presentado, pero vas a ser mi compañera y mi única amiga durante largas horas. Vamos a llevarnos bien.

—¿Qué tal vas ahí? —Perfecto, tío. Mira a ver que atrás se están quejando, tendrán que cambiarse dos o tres de sitio. Cruje la madera. Quejicosa, siempre empieza a protestar antes que los propios hermanos que la sostienen. Este año llevamos la banda un poco más lejos, así que habrá que estar muy pendientes. Las próximas tres horas pasarán volando. Asoman tímidamente las primeras perlas de sudor en la frente, pero rápido se evaporan. Es normal, este año hace fresco, estamos a mediados de marzo… si es que ha llegado todo muy pronto. Son momentos para la reflexión sosegada. Mirada introspectiva. Cada uno se acuerda de quien quiere.

Culmina el contraste entre el día y la noche. No cabe la gente en la plaza, hay que aprovechar y disfrutar de la efímera panorámica antes de entrar. A la altura de Bujaco, el hermano de carga ya pierde de nuevo la perspectiva. Se vuelve a concentrar en el ritmo, en sus pensamientos y en el cogote del compañero. La cadencia armoniosa y los rostros de los esforzados se reflejan en los escaparates de Pintores. ¿Sueño o vigilia? Se pierde la noción de la realidad. La devoción orgullosa del abuelo y la curiosidad en los ojos temblorosos del niño. Vámonos otro poquito.

Después de San Juan, recién hemos rebasado la mitad del camino. El cansancio hace mella, pasan las horas y el varal aprieta, se hace notar, nos avisa de su presencia. Uno ya no sabe ni cómo colocar la mano por dentro. Hay que buscar la posición adecuada, pero la posición adecuada es distinta a cada minuto. —¿Dónde hacemos el relevo? Más risas. El comentario irónico siempre se agradece para romper la monotonía de la penitencia. Hay que descansar el hombro, pero también la mente. La garganta ya está seca, por momentos más y más áspera. La mitad de lo que tengo por un buche de agua.

Llega la saeta con su requiebro, emoción contenida que todo lo rompe. Se hace el silencio debajo, se abandonan pensamientos y conversaciones. Andar y escuchar, nada más. La música, que no moleste. Suelen ser en los mismos sitios todos los años, ya nos las vemos venir. Vamos a parar un poco aquí, que luego vendrán varias del tirón. Teresa, Juan, Pedro, Eugenio, Raquel, Simón, Tamara y muchas voces más, secuestradas bajo llave en los injustos cajones del olvido. Gritadle al viento vuestra fe.

El paso de los adarves, Jerusalén de Occidente, tiene un punto nostálgico. Es como si los siglos hubieran visto esta estampa repetida en mayor medida que las demás. Hermanos, echad los pies por delante. A lo lejos, más allá de los arcos, se avista un reguero de gente, acaso excesivo, apostada contra la muralla. —Juan, ojo que por ahí no cabemos. Ya se quitarán… o no. Nos acercamos, las mujeres alzan la barbilla y Le miran. En cuestión de segundos clavan la vista en picado sobre sus zapatos, que corren peligro de súbito. —Señora por favor, aquí no se pueden poner, que esto es muy estrecho. ¿Le doy o no le doy? Empuja la tentación, pero no vamos a armar un escándalo aquí… con disimulo recojo la horquilla y golpeo bien fuerte contra la piedra, por lo menos que se lleven el susto. Ha estado cerca. La próxima vez elegirán mejor sitio.

— ¡Abajo con él! No habrá más descansos. Hace unas horas se posaba suavemente la mole sobre las horquillas, como un clavel. Ahora, cae a plomo. Hay que estirar las piernas, la ausencia de relevos y los rollos del viejo pavimento vienen pasando factura. Se escapa algún bufido allá por la trasera. Escasean las fuerzas pero hay que rematar bien la faena; voluntad no va a faltar. Levantamos por última vez mientras se escuchan a lo lejos el murmullo y el desorden superlativo de la entrada. Todos nos esperan.

Ya estamos en casa. Felicitaciones, abrazos, despedidas. Un minutito en el banco para sentarse, respirar y pensar. Anhelo una pizca de soledad imposible. Fíjate, los guantes hechos una pena, ¿me servirán para la próxima? Toca recogida, que se hace tarde. Se funden la satisfacción del deber cumplido y el regusto amargo de saber que todo se ha acabado. Un manto de silencio arropa la calle, otrora bulliciosa. Hay que abrigarse, el sudor se pega al cuerpo y la noche viene fría. De camino a casa, los pensamientos son la única escolta que te acompaña. Duele el varal, pero sabes que más duele la espera que comienza en este punto. A dormir, que sólo queda un año.

52

Hace no muchos años, en una tertulia cualquiera, hablando sobre la presencia de la mujer bajo los pasos y todavía en ocasiones aceptada solución de los turnos separados (es decir, las niñas pa un lao y los niños pa otro; una forma de discriminación como otra cualquiera), escuché a algunos veteranos cofrades argumentar que es “antiestético” que una mujer cargue delante o detrás de un hombre. Porque si van muy pegados, porque si la diferencia de edad, porque si resultaría poco decoroso… Y yo, con todo el respeto que me merecen, algunos de ellos maestros míos, la verdad es que no estoy muy de acuerdo con el comentario de aquellos venerables.

De inmediato me asaltan a la memoria multitud de elementos que influyen de alguna manera en ese concepto tan subjetivo que es la estética en la Semana Santa. Si queremos estética por ejemplo podemos empezar por implantar el verduguillo como prenda obligatoria. Si queremos estética ya va siendo hora de prohibir sin medias tintas a los cofrades salir en procesión mascando chicle o con gafas de sol. Si queremos estética tendríamos que dedicar por ejemplo unos pocos minutos a revisar bien el calzado antes de salir, y unos muchos minutos a hacer ensayos. Si queremos estética, preocupémonos primero de que las túnicas no enseñen el bajo de los pantalones, o que sean todas del mismo color y no un muestrario de tonalidades. No podemos proclamar la estética si luego le plantamos un foco en toda la cara a la imagen, como sometida a un interrogatorio. ¡No podemos proclamar la estética si estamos permitiendo que los cofrades salgan a mear por la calle Pizarro y vuelvan por Santa Clara como si nada! Si queremos estética, pongamos más esmero en mimar los enseres y las andas, que también son patrimonio de la cofradía y algunos tienen más rayones que un R5. Si queremos estética en el desfile deberíamos vigilar muy seriamente el comportamiento de algunos miembros de bandas de música, y plantear por qué no se les exige el mismo orden que a los cofrades si están participando en la misma estación de penitencia. Si queremos estética ya estamos tardando en hablar con el ayuntamiento para que adecente las calles por las que transitan los desfiles. No sigo.

Resumiendo, si lo que nos preocupa en la Semana Santa es la estética, creo que muchas cosas habría que solucionar antes de señalar con el dedo al capital humano. Y llegados a este punto, cuando nos pongamos a alterar el orden de las cosas en aras de la estética, antes que a una mujer quítenme por favor al que viene a la carga con los aires subidos, al que racanea el esfuerzo y no mete el hombro cuando hay que levantar, al sabelotodo que se pasa el desfile corrigiendo, al hablador que me cuenta su vida, al quejica, o al enterao de todos los años. A esos sí que deberían mandarlos todos juntos al segundo turno, por no decir otro sitio con rima asonante.

Y doy por ahora dos argumentos. Primero, tenemos desde hace tiempo muchos pasos en Cáceres donde afortunadamente cargan hombres y mujeres juntos pero no revueltos y, oh sorpresa, el mundo ha seguido girando. No pasa nada. Y segundo, si Jesús bajara del paso y se metiera bajo el varal, aparte de ejemplarizar nuestro oficio (ser hermano de carga es mucho más que el título que dan al dolor de una llaga o a los sudores de una cuesta), pienso yo que lo último que haría sería mirar el sexo o de la condición del que trabaja junto a él. Eso solo se nos ocurre hacerlo a los cristianos, demostrando nuevamente lo bien que se nos da ser más papistas que el papa.

41

Que si a ti te viste un rico
yo cargo con tu agonía,
con el hombro dolorido
y el corazón empeñao de por vida.
A.Bustos, 1998.