ENTREVISTA CON EL VAMPIRO
Cuando el Vampiro nos recibe en el salón principal de su mansión, con vistas al barrio de San Antonio, ya somos conscientes de que no vamos a salir de allí con una entrevista convencional en el pendrive. Aparece puntual y vistiendo traje impoluto de un color más oscuro que el negro. Tiene el rostro cubierto de una fantasmal película blanquecina, y la cabeza de un tupido pelaje enmarañado que semeja sin certeza un bosquejo de cabello. Los ojos de color gris claro, cambiantes, están muy hundidos en las órbitas y protegidos por una espesa cortina de pestañas muy móviles. La nariz luenga y sus labios, finos y expresivos, cortan por la mitad un rostro de facciones desdibujadas, diríase que irreales. Pausado, cordial y pulcro en el trato, se disculpa por la poca luz de la estancia y nos invita a tomar asiento en un enorme butacón de color rojo, al lado del ataúd recién encerado. La disposición de todo el sitio obedece a un orden que tan solo rompen algunos montones dispersos de papeles y diarios viejos.
– Buenos días.
– Buenas tardes.
– ¿Cómo se siente un cofrade
apartado de la Semana Santa?
– Bueno, ya no estoy en condiciones
de procesionar, por motivos que usted podrá entender a simple vista,
pero en ningún caso me considero apartado de la fiesta. Digamos que
mi papel actual se limita al de contumaz observador.
– Usted ha sido tradicionalmente muy
crítico con la actitud municipal en el problema de las subvenciones
a las cofradías.
– Así es.
– ¿Por qué?
– Las subvenciones municipales deben
ser fijas y llegar puntuales, lo contrario es una irresponsabilidad
frente a uno de los mayores valores que tiene la ciudad. ¿Cuántos
ayuntamientos del tamaño de Cáceres tienen entre sus manos un
evento de interés turístico internacional? ¿Sabe usted el dinero
que se puede generar con eso? ¿Sabe usted que
Oviedo o
Mazarrón,
con el debido respeto, destinan más ayudas a sus cofradías que
Cáceres? ¡Parece una broma! El gobierno municipal no puede mirar
para otro lado, y la gestión de Heras ha sido paupérrima en este
sentido. La Semana Santa de Cáceres ha estado descuidada,
desatendida… ¿se le ocurren más adjetivos que empiecen por des?
– Confieso que me pilla un tanto
desprevenido.
– Bueno, pues aplique los que le
plazcan, no irá muy desencaminado.
– ¿Y está usted de acuerdo con la
cuantía de las mismas?
– Es que yo no creo que el de las
subvenciones sea un problema de cuantías. Con lo que no estoy de
acuerdo es con el sistema de reparto, que es injusto, caduco y
fermentado. Las subvenciones tienen que ser proporcionales al dinero
que una cofradía ingresa por cuotas de hermanos; y ya después cada
cual que gestione ese dinero como mejor le parezca. Si los propios
interesados, que son los hermanos, no aportan el dinero suficiente
para sus proyectos, que lo hagan el resto de ciudadanos me parece
sencillamente obsceno.
– Dice que no se trata de un problema
de cuantías, ¿cuál es para usted el problema entonces?
– Saber bien dónde enfocarlas.
– Explíquenos eso, si es tan amable.
– El compromiso municipal, aunque
ineludible, pienso que debería ir destinado solo a aquellas
cuestiones verdaderamente importantes, como restauraciones de
imágenes u obras en los templos. Es decir, a los bienes que puedan
considerarse patrimonio de la ciudad o que comprometan la actividad
esencial de una hermandad. Aquí el ayuntamiento debería colaborar
sin ambages ni regateos. No es el caso de los exornos florales, la
música, unos faroles o unas nuevas andas procesionales. Sin ir más
lejos, eche un vistazo a
estas noticias –rebusca y saca varios
periódicos de una pila de papeles desordenados–. ¿A usted le
parecen coherentes?
– Dejémoslo en llamativas, sin duda.
– Pues eso. Y le digo más: algunas
hermandades han elaborado planes de ahorro para costearse
restauraciones a 3 o 4 años vista. No hay por qué medir todas las
restauraciones con el mismo rasero de urgencia, que parece que ahora
de golpe nos ha entrado a todos el miedo en el cuerpo.
– ¿Pero no protestarían frente a
estas ideas las hermandades más pequeñas o las de reciente
creación?
– Tampoco es tan difícil encontrar
vías de consenso. Se puede, por ejemplo, acordar una subvención
mínima durante los tres primeros años de una hermandad, para cubrir
gastos básicos. Claro que si una hermandad es pequeña primero
debería pensar en gastar el dinero dentro de sus posibilidades, ¿no?
No parece lógico querer manejar presupuestos de 10.000 cuando
solamente podemos generar 1.000. No ponga esa cara, estoy diciendo
cifras al azar. Desde un punto de vista empresarial las hermandades
son un absoluto despropósito.
– Usted mejor que nadie sabe que la
Semana Santa de Cáceres no es solo imaginería.
– Por supuesto, pero no es de recibo
que las cofradías asuman costes superfluos apoyándose en el dinero
de las subvenciones. Son sus propios cofrades quienes deberían
costear esas operaciones. ¿A qué nos conduce esta espiral de gastos
y estrenos? Mire usted, yo soy miembro de una peña gastronómica que
como asociación cultural percibe anualmente una pequeña subvención.
Si el próximo mes, en vez de comernos un cocido, nos apeteciera
juntarnos para ir al Figón, que son grandes amigos míos pero que no
van a rebajarme un céntimo en la rúbrica de la perdiz con judiones,
¿entendería usted que le pidiésemos dinero al ayuntamiento en vez
de costearnos nosotros el banquete?
– Si lo hacen acuérdese de
invitarnos…
– Eso dependerá de lo que publiquen
en la entrevista –Risas– . Bueno, pues esto es lo mismo… si una
hermandad quiere gastarse 5.000 euros en bandas de música, ¿por qué
tienen que asumir ese coste los impuestos de todos los ciudadanos?
Deben pagárselo ellas mismas, y ojo, chapeau por las que lo
consiguen. Ése es el camino.
– Pero los enseres se estropean con
el tiempo, y eso cuesta dinero si se quiere mantener una imagen digna.
– A menos enseres, menos gastos de
conservación. Hay que ir cambiando el chip. Además, tampoco se
estropearían tanto si se trataran con más cuidado.
– Explíquenos qué se consigue con
todo esto que usted propone.
– Por encima de todo, una
distribución más racional del dinero. El montante anual sería, en
primer lugar, más asumible por las arcas municipales, que lo poco
que queda se lo están gastando en plaguicidas para quitar las
telarañas. En segundo lugar, mucho más justificable de cara a la
opinión pública, que ya sabemos que cualquier gesto relacionado con
la religión lo ve con recelo. Y por último, las hermandades
tendrían las espaldas cubiertas frente a las situaciones realmente
cruciales, pero al mismo tiempo estarían obligadas a autofinanciarse
para subsistir en el día a día, algo que muchas no han hecho hasta
que no le han visto las orejas al lobo.
– ¿Y no se corre así el riesgo de
recurrir a la picaresca para justificar cantidades?
– ¿Es que con el sistema actual no
existe la picaresca?
– No lo sé, eso lo dice usted (Más
risas).
– Yo no digo nada, solo he formulado
una pregunta. Mire, el ayuntamiento tiene técnicos y personal
cualificado, y bien que ha recurrido a ellos cuando le ha hecho
falta, para determinar si un proceso de restauración o reparación
está justificado. En una gestión seria del problema esos no pueden
ser motivos de conflicto.
– Deja entrever a menudo cierta
acusación de pasividad…
– Repito que se están empezando a
tomar medidas, pero ya a remolque, y cuando las cosas se hacen no por
convicción sino por fuerza mayor… para mí no es un buen punto de
partida. Se necesitan reformas estructurales, más profundas. Le
pongo otro ejemplo: no entiendo cómo a estas alturas no existe en
las juntas directivas alguna persona encargada únicamente de buscar
recursos, algo así como un agente comercial. Bastante más útil que
muchos de los cargos habituales, que dicho sea de paso ni nosotros
mismos sabemos para qué sirven. Directivos de qué… ¿protocolo?
¡Por Dios, comencemos a ser prácticos!
– Usted propone medidas
revolucionarias, ¿tal vez por eso nadie le escucha?
– ¿Revolucionarias por qué? Yo
diría más bien necesarias. Y me da igual que me escuchen o no, yo
no tengo ninguna función. Se trata solo de opinar y poder expresar
ideas.
– Pero alguna pretensión tendrá
cuando expresa su opinión, nadie le ha obligado a hacer esta
entrevista.
– No lo dirá por el revólver que
acaba usted de apartar del cuello de mi camisa, detalle que por
cierto le agradezco. Estaba empezando a acalorarme.
– ¡Es usted incorregible!
– Mire, lo que ocurre es que aquí
estamos muy poco acostumbrados a los cambios, las cofradías siguen
funcionando con los mismos mecanismos internos de hace tres décadas,
y eso es un disparate. La economía, la sociedad, el país, la propia
Semana Santa ha cambiado muchísimo en este tiempo, y las hermandades
no han sabido adaptarse… son reactivas pero nunca proactivas. En
muchas ciudades ayuntamiento y cofradías establecen convenios que se
revisan cada pocos años, para regular todos estos asuntos y
formalizar los términos de una colaboración estrecha. En Cáceres
ni existe nada de esto, ni parece que haya voluntad de hacerlo. ¿Por
qué? Nunca le hemos dado importancia. No hay absolutamente nada.
– Pero sin embargo…
– ¡Nada!
– Transmite usted cierto pesimismo.
– No, no es eso. La Semana Santa y
las cofradías en general gozan de buena salud, mucho mejor de lo que
a priori podríamos pensar. Pero una cosa no quita la otra, no
podemos andar por ahí con una venda en los ojos. La autocomplacencia
es una compañera de viaje peligrosísima.
– ¿Qué papel desempeña la UCP en
todo esto?
– Ahora mismo, el que le dejen. (En
este punto el vampiro sonríe, mostrando en todo su esplendor su
incipiente colección de arrugas).
– De acuerdo, ¿y cuál debería
desempeñar si le dejasen?
– Mire, el problema es que las
hermandades ni van de la mano ni tienen intereses comunes. Llegados a
ese punto, la “Unión de Cofradías”, como concepto, es una
entidad muerta. Como organismo regulador todavía atesora funciones
que se deben respetar, pero como concepto no, no sirve. Y eso es un
problema principalmente de los mayordomos, no de las hermandades. Las
relaciones personales influyen demasiado en esta Semana Santa…
quizá sea la factura que pagamos por ser una ciudad pequeña, no lo
sé. Tampoco he reflexionado mucho sobre esta cuestión.
– Muchas gracias señor Vampiro, un
honor tenerle en nuestras páginas.
– El gusto ha sido mío. ¿Saben?
Deberían llamarme más a menudo, yo les atiendo encantado y sus
lectores sin duda sabrán recompensarles.
– Lo tendremos en cuenta, no lo dude.
Buenas tardes.
– Buenos días.