Corro desde hace muchos años. Con nulo espíritu competitivo, pero con mucho de sacrificio y siempre con retos en el horizonte: superar una marca personal, alcanzar una distancia inédita, atreverse con un nuevo recorrido o completar una prueba determinada. En mi caso suelo salir a correr entre 10 y 15 Km habitualmente, y ocasionalmente pego el estirón hasta los 18 o 20 Km para ir asimilando la distancia de la media maratón y poder terminar una, un reto que nunca he intentado y que me apetece. No corro para vencer a nadie, sino para ser yo mismo. Me gusta salir a correr temprano y que me amanezca por ahí. Siento un extraño placer cuando experimento las flaquezas de mi organismo y me obligo a aguantar diez minutos más. Encuentro la felicidad cuando concluyo una prueba, a pesar de que tras de mí apenas llegan ocho o diez corredores más. Eso no es una preocupación en mi caso. Siempre recomiendo que si debes tomar una decisión importante, lo hagas después de correr.
Además del evidente beneficio que una actividad física proporciona a corto y a largo plazo (salud y equilibrio emocional), encuentro algunos paralelismos entre la práctica del running de larga distancia y el ejercicio de la carga, que me gustaría compartir en este espacio. Los cimientos de esta curiosa relación son muy personales, pero a fin de cuentas esto nunca ha dejado de ser una página personal, ¿verdad?
– Capacidad de sufrimiento:
Al marcarte una meta sabes que vas a exponer tu cuerpo a un límite y que una vez llegado al límite aún tendrás que continuar haciendo un esfuerzo máximo hasta completar la distancia. No puedes pararte antes, como no puedes abandonar un paso por muy cansado que estés. Nunca miras los kilómetros que llevas, sino los que te quedan para llegar a la meta. Estar habituado a trabajar en condiciones de esfuerzo máximo facilita el trance de los malos momentos que tarde o temprano llegan debajo del varal.
– Resistencia:
Los que cargamos varios días en Semana Santa convivimos con el temido efecto maratón del Jueves-Viernes Santo y las secuelas que el paso de los días te va dejando. Al final todos nos acabamos quejando de las mismas molestias en el tren inferior. La práctica del running durante todo el año proporciona resistencia aeróbica, pero también muscular, que es la que más nos interesa en nuestro caso. Las piernas y los pies están acostumbrados a una carga intensa de trabajo, y soportan mejor los rigores de la semana de Pasión.
– Constancia y disciplina:
No es posible asumir los retos de la larga distancia sin imponerse altas dosis de constancia y de disciplina férrea. Los entrenamientos son largos, no puedes encajarlos en cualquier horario, a veces tienes que salir con mal tiempo, no todo el mundo comprende que no se trata de un hobby sino de una forma de vida… es el precio que debes pagar. Pero lo pagas con gusto porque es algo que de alguna forma te satisface. Ser cofrade no es solo salir en una procesión, e implica una serie de sacrificios a lo largo del año semejantes a los que he expuesto.
– Liberación y diálogo interior:
El running de larga distancia es, sobre todo, una disciplina mental. La historia no va de correr rápido. Va de sumar kilómetros, escuchar a tu cuerpo y comprender todas las señales que te manda para llegar a conocerlo a la perfección. Es imposible no pensar en uno mismo cuando corre, con o sin música. Se trata de una suerte de diálogo interior que no se aleja de lo que sucede durante los largos minutos que uno está bajo el varal o en el relevo.
– Satisfacción:
Sé que nunca batiré un récord ni ganaré premios, ni siquiera quedaré entre los primeros clasificados de ninguna prueba popular. ¿Por qué correr entonces? ¿Por qué cansarte y sufrir? ¿Dónde está la recompensa? La encontramos, quizá, en el mismo cofre donde guardamos la alegría por terminar un desfile, o las ganas de meternos bajo nuestro paso. Al final, créanme, uno llega a identificarse tanto con sus zapatillas como con la túnica o la horquilla de su hermandad. Al final del camino, uno sabe que está su propia felicidad, y no imagino razón más fuerte para seguir adelante.
Quizás sea el verano o lo que sea, este es uno de esos temas que, en un espacio destinado a la Semana Santa debería prodigarse en fechas en las que la audiencia esté más pegada a las pantallas.
Desde mi reencuentro con el deporte, en alguna ocasión también he trasladado el esfuerzo y la fortaleza mental que enseña el deporte, al varal, a las tardes de cofradías, al dolor de pies del Viernes Santo por la tarde, a todos esos momentos de la Semana en los que las fuerzas empiezan a ser una ilusión, y el cansacio pesa como una losa en nuestras espaldas.
Mi más sincera enhorabuena por la reflexión.