Personajinos cofrades (V): el del capuchón gigante
Cada vez es más difícil avistar en Cáceres filas de capuchones. Sí, capuchones, porque aquí los nazarenos solo van encima de los pasos, y los antifaces nos los ponemos únicamente en Carnaval cuando nos damos una vueltina por Badajoz. En Cáceres los capuchones se llaman capuchones. Ahora y siempre, incluso remontándonos a etapas pleistocenas, existe una figura común en la estética capuchonera que pervive inmune paso del tiempo: el penitente del capuchón gigante.Todos hemos visto alguna vez algún penitente dueño de un capuchón gigantesco, hiperbólico, a todas luces desmesurado. Algún extraño designio provoca, además, que el capuchón gigante suela coincidir con el portador de mayor estatura, dando lugar a una figura grotesca y carente de toda proporción. Terror de grajos y gorriatos. Para más inri, los capuchones gigantes siempre se muestran enhiestos y desafiantes al cielo. No son esos capuchones flácidos, cartulineros de poca monta, incapaces de dibujar un auténtico ángulo recto con la calzada, como Dios manda. Nada más lejos de la realidad. El capuchón gigante se muestra siempre robusto como el roble y verticalísimo como el ciprés. Y como los capuchones cacereños no apoyan los cirios en el suelo sino que los portan sujetos en diagonal desde la cadera, el penitente del capuchón gigante viene a rematar el cuadro y compone una figura digna de las novelas de caballerías, esgrimiendo altivo su instrumento cual lancero en La rendición de Breda.Respetamos el anonimato del penitente pero… ¿no tienen curiosidad por saber qué persona se oculta debajo de esa perversa torre de comunicaciones forrada en tela? Posiblemente un ejemplar masculino, joven, quizás adolescente. Un muchacho sin la experiencia suficiente para poder gestionar o al menos decidir sobre la confección y medida de su propio capuchón. No será culpa suya, al contrario. Debemos agradecer su esfuerzo y su presencia en unos tiempos oscuros y mal encarados para esta singular expresión de la penitencia, la más pura de las que conoce la Semana Santa. Seguramente su madre le haya hecho el capuchón al modo artesanal y se lo probara por primera vez la misma mañana de la procesión. A lo mejor no es ni siquiera consciente de las verdaderas dimensiones de su alzado. Desconocemos, en fin, las causas que alimentan este misterio, pero no duden que el próximo año veremos de nuevo por nuestras calles al entrañable tipo del capuchón gigante.