Personajinos cofrades (I): El comepipas
Damos comienzo a esta serie en la que haremos glosa y disección de los variopintos individuos que componen la fauna urbana catovi, no necesariamente cofrades pero sin lugar a dudas familiares y acostumbrados al paisaje de las celebraciones pasionistas.
Uno de estos personajes es sin duda el comepipas, un espécimen necesariamente educable mezcla de cochino e inofensivo roedor. El comepipas es a las baldosas los que los grafiteros a las paredes. Suscrito a un amplio rango de edades, que comprende desde púberes hasta protoancianos, este individuo gusta de tomarse con paciencia las tardes de Semana Santa, coger buenos sitios y protagonizar largas y animadas esperas de los cortejos procesionales. No comulga con esos apresurados e imprudentes espectadores de última hora y tercera fila.
Es frecuente ver al comepipas apostado en un bordillo o recostado en la pared, devorando una bolsa de frutos secos que habrá adquirido esa misma tarde en la primera sucursal de Sánchez Cortés que encontrara de camino. Los ejemplares más comunes optan por las pipas de girasol, o los pistachos. En su versión más dañina y carente de escrúpulos, el comepipas no duda en arrojar despreocupadamente las cáscaras al suelo, originando al cabo de unos minutos un tupido alfombrado del piso, para dolor de penitentes y regocijo de Conyser. En ocasiones, este tenaz sujeto prolonga su ritual pipero incluso durante el tránsito de la cofradía, con el consiguiente menoscabo de nuestra imagen como ciudad y como celebración internacionalmente conocida.
Quien no haya visto uno de estos singulares y crujientes charquitos en cualquier calle de nuestra zona centro, definitivamente no conoce Cáceres en Semana Santa.