1985 – Regresa el Cristo de las Batallas
San Mateo, abarrotado, noche del 30 de marzo. El Sábado de Pasión se celebra un certamen de saetas que el ayuntamiento enmarca dentro del ciclo “El canto y la música en la Semana Santa”. Participan la Banda de Música Municipal y la de CC y TT de la Cruz Roja, así como Teresa «La Navera», el Niño de la Ribera, Diego de Cáceres, Eugenio Cantero, «El Vivi» y Juan Corrales. Debemos detenernos aquí. Éste no es un acto más de los que jalonan y adornan las vísperas. La organización con éxito de estos eventos constituye ya en sí misma una novedad, frente a la desidia pretérita, y confirma que la Semana Santa de Cáceres remonta el vuelo con fuerzas renovadas.
El 1 de abril, Lunes Santo penitente, la hermandad de las Batallas retorna a las calles tras una insidiosa década de ausencia, refundada por un grupo de jóvenes cofrades con Alonso Corrales a la cabeza. Sale a las 20:30 de la S.I.C. de Santa María, con el mismo recorrido que mantiene en la actualidad y con el único paso del Cristo de las Batallas. Aún faltan primaveras para incorporar las tallas de Ntra. Sra. de los Dolores y del Fervoroso Cristo del Refugio. Este primer cortejo, aunque parco de efectivos, cuenta además con una banda infantil y la tradicional de la Cruz Roja. Mucho más que el lustre de la procesión, importa y perdura el esfuerzo de volver a poner la cofradía en la calle. Y Cáceres, expectante, responde y arropa. Ésta es la primera de aquellas hermandades que instituye con éxito el verduguillo como norma obligatoria para sus desfiles.
Lunes, 1 de abril de 1985. El Cristo de las Batallas vuelve a tomar la calle
Una hora más tarde, a las 21:30, procesiona la cofradía de Jesús Nazareno con la Virgen de la Misericordia y La Caída, repitiendo recorrido y de nuevo con escaso público pese al adelanto horario.
Las procesiones de los Ramos, en Martes y Miércoles Santo, confirman con brillantez el despegue de la participación cofrade y el éxito tanto de público como de asistencia de mantillas. Por desgracia, a partir del Jueves Santo el tiempo da un giro de 180 grados y desluce la mayoría de desfiles, si bien solo el Santo Entierro tiene que suspenderse por la lluvia. La cofradía de la Vera Cruz, sintonía añeja de cobre y encina, se abre camino por entre un bosque paraguas y con una meritoria presencia de hermanos del Humilladero. Túnicas del color de nuestra sangre derramada que hacen de esta causa su sacrificio, y con el tiempo justo terminan en San Mateo y se desplazan hasta el barrio del Carneril para formar con su cofradía.
La madrugada golpea este año fría, desapacible, con ese rigor áspero de los aires del norte. El Cristo de las Indulgencias había sido restaurado hace poco, y la hermandad, aunque sale de Santiago, reside y opera durante todo el año en la ermita de La Paz por encontrarse en obras su sede canónica. Las lloviznas, dispersas e incómodas, no impiden la salida de Jesús Nazareno, pero el agua arrecia al paso por Pintores. ¡Siempre por Pintores! Se valora en ese instante dar la vuelta por San Juan y bajar por la Gran Vía para acortar el viaje. En una decisión valiente, la hermandad desafía a las aguas, a la manera de Moisés, y se adentra en los adarves para completar su recorrido de toda la vida sin mayores sustos. Hoy, albores del siglo XXI, ya lo estoy viendo: hubiéramos reaccionado tirándonos de los pelos y berreando como epígonos de Caifás rasgándose las vestiduras. Me da a mi la impresión de que las hermandades y sus responsables eran entonces más decididos, o acaso entendían de otro modo el significado de una estación de penitencia. Se percibe también un aumento significativo de los penitentes cargando con cruces, descalzos o incluso encadenados, no ya solo tras el Nazareno, sino en todas las procesiones. Nuevos elementos que llegan para vestir de éxito nuestra Semana Santa.
El Cristo de los Estudiantes procesiona por la mañana con muchísimo frío y bajo un cielo encapotado y plomizo, que continua empeorando durante la tarde hasta suspender la salida del Santo Entierro. La Virgen de la Soledad iba a estrenar ese día un nuevo manto de procesión. Tras el descanso del sábado, Resucitado y Virgen de la Alegría tampoco escapan del mal tiempo, y después del encuentro frente al ayuntamiento deben apremiar su paso cuando comienza a descargar la lluvia, otra vez, por la calle Pintores. ¿Qué tiene esta calle que siempre nos trae el disgusto pasado por agua?
En 1985, la creciente presencia de jóvenes hermanos de carga ahuyenta por siempre los fantasmas de la escasez, que venían años atrás asustando impunemente a las hermandades. Incluso, quién lo diría, llegan a comprometerse las existencias en algunas tiendas de prendas y complementos cofrades. La nómina de hermandades activas aumenta a siete, y los desfiles programados vuelven a programarse en número de once. Crece la ilusión como crece también el protagonismo de las jóvenes bandas de las barriadas periféricas de la ciudad, que participan en casi todas las procesiones. Se oxigena por fin el escenario musical cofrade, diezmado y arrastrado en pasadas épocas por la corriente general de apatía que nos venía consumiendo a todos. La presencia de público, sobre todo visitante, se resiente este año por culpa del mal tiempo en los días más importantes de la semana. Mas nadie repara en ello. Cofrades, ciudadanos, generaciones de Romualdos, todo Cáceres acomoda ya sus miras en horizontes bastante más ambiciosos y duraderos.
Continuará con el capítulo: 1986 – Santa Bárbara bendita…
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