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1981 – Cristo de la Atonía y Hermandad del Desentendimiento
Atravesamos una Cuaresma triste en cuyo discurrir la Semana Santa viene resoplando ahíta de palos y agujeros. Ante el vacío legal que lastra y se arrastra en la organización de los festejos cofrades, es el ayuntamiento quien decide encargarse, a través de la comisión de cultura, ferias y fiestas, de elaborar un cartel anunciador para este año. Para ello se escoge una imagen del Cristo de las Indulgencias obra de Jose María Parra Talavero, fotógrafo entonces del Periódico Extremadura. Al mismo tiempo, el alcalde Manuel Domínguez Lucero certifica el compromiso municipal de ayuda para evitar la inminente desaparición de la Semana Santa como celebración social. Por no haber sepan que no hay ya ni pregón, ni oficial ni clandestino.
Así se inician los desfiles procesionales el día 12 de abril, bajo un ambiente apático y con ese temblor inquieto de no saber muy bien cómo se van a desarrollar los acontecimientos. En este Domingo de Ramos la burrina se ve sorprendida por algunas gotas de agua que obligan a recortar su recorrido: Cánovas (ésta es la última salida desde el asilo de ancianos), San Antón, San Pedro y recogida en San Juan.
 Asilo de ancianos “Mi Casa”,  sustituido en 1982 por el actual edificio de las Hermanitas de los Pobres.
El resto de cortejos, muy tibios, salen adelante con la acostumbrada escasez participativa y sin novedades de alcance. El Martes Santo, 14 de abril, el Cristo del Perdón modifica su itinerario y vuelve a bajar a la Plaza por los adarves, deshaciendo el cambio del año anterior. El Jueves Santo, un fugaz chubasco obliga a recortar de súbito el recorrido de la procesión de la Vera Cruz, que da media vuelta en la Plaza de San Juan y vuelve aprisa por Pizarro.
En un lance inesperado, la madrugada del 81 se torna oscura como oscura resulta la memoria de todo este año entero. El alumbrado público de los adarves falla minutos antes de que amanezca, provocando que el cortejo de Jesús Nazareno marche entre penumbras por el tramo comprendido entre el adarve de la Estrella y la Plaza de Santa María, donde se encuentra por fin con la primera luz del alba. Fue tan cruel el destino como hermoso el espectáculo. Rotas las riendas de padres y abuelos, acompaño la procesión hasta la recogida dispersa en Santiago. Y según me despubertizo, mi mente despierta al sano vicio de cuestionarse las cosas. Cada vez que clavo mis pies en estos santos lugares, me pregunto quién hace a estos hombres divinos o humanos. Por qué unos llevan coronas de oro y otros bonete de alambre y espino. Por qué unos contemplan los siglos en una sombra de piedra y otros fundan pasiones con su pueblo cada primero de abril. Qué es lo que nos enseñan y qué es lo que nosotros en verdad aprendemos de ellos. Por qué igual los veneramos a golpes de pecho que venimos dándoles la espalda de unos años a esta parte.
La hermandad de los Estudiantes continúa haciendo su estación del Vía-Crucis en la Plaza de San Jorge, situando el paso en la explanada frente a la escalinata de la Preciosa Sangre, mirando hacia el Palacio de los Golfines. Ocurre aquí una anécdota esperpéntica, cuando el público y los hermanos congregados tienen que hacer callar el estruendo de una banda de rock que se encontraba ensayando en un local próximo, a todo volumen y al aire libre… solo de esta forma se puede escuchar al Padre Pacífico en su plática de Viernes Santo. Un ejemplo sin duda ilustrativo del peso específico que la Semana Santa había perdido dentro de la vida social cacereña.
Por la tarde, el Santo Entierro abandona el eje Hornos-Gallegos y recupera su tradicional descenso hasta la plaza por los adarves, libres ya de vallas y hormigoneras. Retrasa en esta ocasión su salida hasta las 19:30 horas. La procesión del Silencio de la cofradía del Nazareno, con la Virgen de la Misericordia y el paso alegórico de la Exaltación de la Cruz, pasa de nuevo casi desapercibida en su novedoso y tardío horario del viernes. Me disculpen la brevedad, pero termina la semana y es imposible contar aquello que no ocurre.
Como novedad más visible en los desfiles, a las habituales bandas de CC y TT de los romanos y de la Cruz Roja se suma este año la banda de la recién creada asociación de majorettes de Pinilla. Una nota de color en una Semana Santa plomiza que así cierra su trienio más lúgubre, anclada en una supervivencia anodina y con perspectivas de futuro mucho más que inciertas.


– Continuará con el capítulo: 1982 – Inesperado renacer cofradiero
– Consulta el índice de la serie: Semana Santa de Cáceres – Los años perdidos (1970-1986)