1980 – Un pregón clandestino
La Semana Santa Cacereña de 1980, dubitativa, interrogada, se despereza en la tarde del 31 de marzo con un pregón cuasi clandestino, que no se recoge en los anales cofrades porque no está organizado de manera oficial ni por el ayuntamiento ni por ningún organismo competente (claro que no existía ninguno por aquel entonces). Huimos también del Gran Teatro o cualesquiera grandes auditorios. Carlos Entrena Klett, quien ya fuera pregonero en 1974, pronuncia en el salón de actos del colegio de las Carmelitas un pregón de Semana Santa organizado por la Asociacion de Padres del propio centro. Presentado por su hija Blanca, Entrena centra su discurso en una vehemente reivindicación del concepto de «cristiano» frente a las corrientes imperantes que intentan transformarlo en humanismo. El acto, acaso carente de la pompa y el boato de ediciones anteriores, resultó más que digno y contó con una notoria afluencia de público.
Esta Semana Santa transcurre anodina sin conocer novedades hasta el Martes Santo. Aquí el Perdón modifica su recorrido ante la previsible –y demostrada- escasez de hermanos de carga, abandonando los adarves para transitar por Pintores, Moret, parte baja de la Concepción, General Ezponda, Plaza Mayor, Pintores y San Juan. Itinerario liviano para salir del paso, durante el cual se reza como es tradicional el santo Vía-Crucis. En la Vera Cruz, el beso de Judas se vuelve a quedar en el templo por falta de efectivos cargadores, aunque esto hace ya tiempo que dejara de ser noticia. Y en la hermandad del Humilladero la principal novedad es la escuadra de gastadores de la Cruz Roja que este año acompañan a su banda.
Este año se palpa, se ve y se comenta la descarada pérdida de respeto y compostura del público al presenciar los desfiles, sobre todo en el de Jesús Nazareno, tradicionalmente el de más empaque de la ciudad. Conservo la imagen del abuelo Romualdo indignado, ya en sus últimos estertores, poniendo el grito en el cielo ante las repetidas muestras de agravio y desdén contra las costumbres de la más recta moral. Para rematar el cuadro, la grúa situada en mitad de los adarves continúa un año más poniendo en aprietos a los esforzados, ahora más que nunca, hermanos de carga.
La cofradía de los Estudiantes vuelve a salir a las 12 de la mañana del Viernes, recorriendo Santo Domingo directamente hacia Margallo (evitando en esta ocasión el tránsito por Ríos Verdes), Plaza del Duque, Plaza Mayor, Pintores, San Juan, y vuelta para bajar por la Gran vía hasta la plaza, Arco de la estrella y desde ahí enfilar hasta San Jorge, donde se vuelve a realizar la estación del Vía Crucis. Ya no son muchos los fieles que acuden a los pies de la Preciosa Sangre para presenciar tan peculiar acto. A su término, la hermandad regresa por el Arco de la estrella y la Plaza Mayor hasta general Ezponda, y desde ahí a Santo Domingo.
La cofradía de la Soledad evita los adarves debido al mencionado inconveniente de las obras. Sale a las siete de la tarde hacia Hornos y Gallegos, bajando por la Gran Vía hasta la Plaza Mayor, volviendo por Pintores, traseras de San Juan, Sergio Sánchez y Pizarro. Y sin solución de continuidad, a las once de la noche del viernes sale la cofradía del Nazareno, que adelanta su procesión del silencio para intentar acercarla más al público, en una jornada mucho más cofradiera que el Sábado Santo. Sin embargo, lo avanzado de la hora deja de nuevo muy pocas personas en la calle para contemplar los pasos de la Virgen de la Misericordia y la alegoría de la Exaltación de la Cruz en el siguiente recorrido: Camberos, Muñoz Chaves, Sancti Spiritu, Santo Domingo, Plaza de la Concepción (parte baja), Moret, Pintores, Plaza Mayor, Gabriel y Galán, Zapatería, Godoy y Santiago.
Tras el paréntesis del sábado terminamos la Semana de Pasión con la procesión del Encuentro, que culmina en la Plaza mayor a los sones del himno nacional interpretado por la banda de la Cruz Roja. El acto congrega a menos público que otras veces, quizás distraído por el cambio horario de la madrugada anterior.
La tónica general de este año, además de la bonanza climatológica, es la falta de penitentes, y sobre todo de hermanos de carga, quizás en mínimos históricos. Aunque no se suspende ningún desfile por este motivo, sí que pueden verse numerosos hermanos de otras cofradías -y distintos hábitos, cual serpiente multicolor- completando los turnos de carga de algunos pasos que de otro modo se hubieran quedado sin salir. Esta circunstancia, dentro de su gravedad, se toma entonces como un ejemplo de la unión y solidaridad que reina entre las cofradías, ayudándose unas a otras. El seguimiento en las calles sigue estando por encima de la participación en las procesiones, aunque ya se percibe un leve incremento de los hermanos más jóvenes, incluso de los niños. Lo han adivinado: Aldo Torres era uno de ellos. También se acentúa la carencia de mantillas, en beneficio de una mayor participación femenina en las filas de capuchones. Este cambio no siempre resulta bien entendido en unos tiempos en que la presencia de mantillas, y de la mujer en general, poseía en las cofradías un simbolismo muy distinto al que hoy conocemos.
Para terminar de remover las heridas, los factores externos lejos de ayudar se multiplican en perjuicio de las celebraciones cofrades. Valgan como muestra dos ejemplos: la Banda Municipal vuelve a ausentarse de muchos desfiles debido al excesivo caché que las hermandades, en precario, son incapaces de asumir. Además, las nuevas disposiciones políticas impiden que las bandas militares participen en los eventos religiosos como otrora venía sucediendo. En este lóbrego escenario, la banda de CC y TT de la Cruz Roja y la de los romanos de los Ramos sostienen en exclusiva y sin remedio todo el peso musical de los desfiles cacereños.
El cambio político-social en España contribuye a provocar un creciente desinterés, cuando no rechazo, hacia cualquier tradición que estuviera arraigada en épocas pasadas, y que ahora algunos sectores equívocamente asocian al extinto régimen franquista. La Semana Santa aún tardará años en sacudirse este lastre indeseado. Y como remate, la no reparada disolución de la comisión Pro-Semana Santa es la puntilla que acelera esta penosa decadencia tras un par de años (77 y 78) en los que se avistaba, quizás no una recuperación, pero sí al menos un frenazo en la caída libre.
En este punto de la historia, el temor a que las procesiones desaparezcan se hace más que latente. Se alzan los primeros toques de aviso y serios llamamientos a la unidad de todos los cofrades para avivar una Semana Santa que, en este 1980, sale adelante más por la rutinaria inercia de los acontecimientos que por cualquier otro motivo. Quo Vadis?
– Continuará con el capítulo: 1981 – Cristo de la Atonía y Hermandad del Desentendimiento
– Consulta el índice de la serie: Semana Santa de Cáceres – Los años perdidos (1970-1986)