1977 – Los lunes vacíos
Los negros augurios que medran por la cuaresma de 1977 vienen a confirmarse con rotundidad en los primeros días de la Pasión. 3 de abril, Domingo de Ramos, 11 de la mañana. La Burrina sufre un descenso brutal en la asistencia tanto de hermanos como de público. El paso solo completa un solo turno de carga y de los cortos. El recorrido es el mismo de años anteriores; no así el regusto cruel que deja tras de sí, mezcla de interrogante y desazón.
El Lunes Santo, tras la extraña ausencia del último año, se queda del todo vacío sin su Cristo. Solo el Padre sabe qué otras batallas habría ido a librar. Viendo que yo aún no tenía edad para expresar palabras polisílabas, les explico hoy con la perspectiva del tiempo los motivos que pudieron incidir en este triste fin. Podemos hablar de los cambios sociopolíticos que atraviesa un país en plena transición, y de que ya no se puede obligar a los soldados a participar en eventos religiosos. Podemos hablar de los malos tiempos que viven todas las cofradías y de la escasa ayuda con que cuentan para salir. Podemos hablar de los últimos coletazos de una Junta de Gobierno, ya de muy avanzada edad, para asegurar la continuidad de la corporación, y de algunos contactos a destiempo con el obispo Llopis y el Gobernador Militar. A fin de cuentas, como en el amor, como en la guerra, para que cualquier historia termine es necesario verse las caras de cerca. En definitiva, tendremos que hablar de que la cofradía de las Batallas desaparece del mapa y reduce a seis el número de corporaciones activas en la ciudad.
Tras este desalentador comienzo, las sensaciones mejoran el martes y el miércoles, jornadas en que los Ramos aglutinan toda la actividad cofrade de la ciudad y completan, sin incidencias, los habituales desfiles con sus imágenes titulares. Para el Jueves Santo aguarda una de las grandes novedades de este año: Tras quedarse nueve años a la sombra por el deterioro que sufrían sus imágenes, volverá a pisar las calles el paso del prendimiento -el mítico Beso de Judas- al fin sufragado por la hermandad y restaurado por el escayolista cacereño Luis López Jiménez. Nadie cuenta con los regates del destino ni con la alfombra de nubes que viene oscureciendo la tarde. Pasan unos minutos de las ocho y San Mateo es una madeja de paraguas, filas rotas, capas al viento y capuchones desteñidos que entran y salen por el portón. Esas calles, mis calles, tantas calles compañeras de paseantes y penitentes ponen su mejilla de piedra para recibir el beso traicionero de la lluvia impía, que obliga a suspender el desfile con el último tic tac de las manecillas del reloj. Lamentaré por largo tiempo la oportunidad perdida, ya que el paso del beso se quedaría también sin procesionar durante los años siguientes por la falta de hermanos de carga. Demasiados años.
Jueves, 7 de abril de 1977. La Vera Cruz, suspendida.
Corriendo calle Damas abajo, húmeda todavía, arriesgando inconsciente el pellejo y cruzando aquellos ojos de piedra que ya era viejos pero todavía eran puente, recibo el abrazo de la noche para ir a buscar las primeras casas del Espiri. El chaparrón que se asoma y se esconde no es freno para la cofradía del Humilladero, que continúa aferrándose al fervor de su barrio y bulle al calor de los rayos que le manda la luna. Florece este año en las filas color granate un predominio del género femenino, tanto en la escolta como en el turno de carga de María Corredentora, dato no precisamente baladí en la época que estamos narrando. La Virgen, obra de Venancio Rubio, desfilaba por aquél entonces bajo un pequeño palio a juego con las túnicas de la hermandad.
Recuerdo la madrugada del 77 gélida como el témpano. Ni siquiera los grajos salen a volar bajo –ya tengo edad para decir que hacía un frío del carajo- ni siquiera los gorriones –que es cuando hacía un frío de cojones, pero eso mi padre aún no me lo consiente. Oblígame el abuelo Romualdo a pertrecharme con bufanda, guantes y jersey de cuello vuelto, y no saco las manos del bolsillo ni para echar el guante a los bizcochos apostado frente al postigo de Santa Ana. Al Nazareno le falta de nuevo su mayordomo Santos Floriano, por motivos de salud, y pese al frío puede este año arropar a un número algo mayor de hermanos bajo sus filas. El acompañamiento musical corre a cargo de la banda municipal, y las bandas de CC y TT de la Cruz Roja y de la Guardia Civil. Al paso por San Juan y Santa Clara, la procesión pretende ser «contestada» e interrumpida por unos desaprensivos, que encuentran de todo menos el éxito. La cofradía, impasible, continúa su marcha entre unánimes elogios. Perdónales porque no saben lo que hacen.
Los Estudiantes completan su estación de penitencia sin anécdotas reseñables. El Santo Entierro, aun arrastrando los habituales problemas de hermanos, también realiza su procesión con tibia normalidad a las siete de la tarde. El cortejo oficial gana volumen gracias a las representaciones civiles y militares, y a las bandas de la Cruz Roja y del CIR, que aporta a su vez una compañía de reclutas para dar escolta al desfile. Y como además del público sorteaban también un grueso mar de coches, la Plaza Mayor parecía más llena que de costumbre.
Viernes, 8 de abril de 1977. Jesús Yacente por la Plaza Mayor.
La Virgen de la Misericordia procesiona a las 20 del Sábado Santo bajo efemérides, ya que cumple 50 años desde su bendición. Y la procesión del encuentro parece al fin rejuvenecer a las 11:30 de la mañana del Domingo de Resurrección ¿Será esta vez la definitiva?
Domingo, 10 de abril de 1977. El encuentro frente a la Torre de Bujaco.
Concluye así una Semana Santa que transcurre, contra todo pronóstico y pese al mal tiempo de algunas jornadas, con mayor brillantez y presencia de hermanos respecto al año anterior. Se trata de un ilusorio paréntesis, pero nosotros todavía no lo sabíamos.
– Continuará con el capítulo: 1978 – Remontan los Estudiantes
– Consulta el índice de la serie: Semana Santa de Cáceres – Los años perdidos (1970-1986)