1976 – El torpedo Müller
Corresponde a un magistrado y cofrade de pro, D. Jose María Crespo Sanchez, la dicha de pregonar nuestra Pasión la noche del 1 de abril. Nos encontramos en el escenario y horario habituales, Gran Teatro 20:30 horas. El presentador y otrora pregonero, el Sr. Entrena Klett, subraya el hecho de que por fin un hermano de carga pregona la Semana Santa y podrá por tanto describirla «como actor, no como espectador». Crespo, en su preclara condición de jurista, alude a la justicia divina y analiza desde el punto de vista jurídico el proceso de Jesús. Tampoco faltan en su pregón las tradicionales glosas a los diversos pasos y pasajes de nuestra Semana Santa. Como sucediera en el año anterior, monseñor Llopis Ivorra y la banda municipal dirigida por Antonio Curiel clausuran el acto entre grandes aplausos.
Sale la burrina a las 11 horas del Domingo de Ramos con el mismo recorrido del año anterior, y nuevamente con escasa participación tanto de fieles como de hermanos. El Lunes Santo, 12 de abril, la cofradía de las Batallas tiene prevista su salida a las 20:30, pero decide a última hora suspender la procesión sin que los motivos, a día de hoy, estén meridianamente claros. Se comenta que influyen la incierta climatología y también los desperfectos de unas andas que no garantizaban la seguridad mínima para trasladar la imagen por las calles. ¿Justificación o excusa peregrina ante la progresiva decadencia de la hermandad?
Sí sale a la calle el Cristo de la Buena Muerte, bajo su advocación del Perdón de todos los Martes Santos, con gran presencia de público sobre todo en la Plaza Mayor. El miércoles sin embargo los Ramos se enfrentan al problema que ya vienen sufriendo desde largo tiempo atrás: tener que cubrir turnos de carga para sus dos pasos titulares. Pero este año, además, topan con una coincidencia que les resultaría igualmente familiar décadas más tarde: el desfile coincide con un partido crucial de la Copa de Europa entre el Bayern de Munich y el Real Madrid. ¿Les suena esta película? Por desgracia, la salud social de las hermandades en 1976 no se acercaba ni remotamente a las de 2011.
«Hoy es un día de prueba para todos los hermanos», reconoce el mayordomo D. Dámaso García la misma mañana de la salida, y dando ejemplo añade que «a mí también me gustaría ver el partido, pero coincide con la procesión y hay que dejarlo». La cofradía de los Ramos, que entonces celebraba sus juntas ordinarias en el salón parroquial San Juan (c/San Antón 21) viene barajando soluciones de urgencia para asegurar la concurrencia de hermanos en tan adversa tesitura. El clima de incertidumbre hierve conforme avanza la tarde pese a que, en palabras del mayordomo, durante los días previos se ha avisado y animado reiteradamente a los hermanos para que acudan al desfile y renuncien a ver el fútbol. Para terminar de liar la madeja, la procesión debe retrasarse hasta las 21 horas para evitar la coincidencia con la misa de la parroquia, un postrero inconveniente que por sí solo ya se hace difícil de digerir, y que dice poco en favor de la coordinación y logística de esta época. La hermandad llega incluso a valorar retrasar la salida hasta las 23 horas, cuando terminara el partido de fútbol, pero lo descartan por ser ya demasiado tarde. Eso sí, de no contar con hermanos de carga suficientes, la corporación ya tiene decidido dejar en casa al Cristo de la Buena Muerte y sacar solo la Esperanza, que ese año estrenaría bordados en su manto procesional.
Al final, y a pesar del cambio horario que desorienta a casi todo el mundo –nadie se había enterado de que la procesión se retrasaba una hora- la afluencia de espectadores para contemplar el desfile es mejor de lo esperado. Salen los dos pasos a la calle, cierto es que con bastante penuria y por supuesto sin relevos (este paso de la Virgen de la Esperanza era exactamente el mismo que el que procesionaba hasta hace pocos años, antes de la restauración de las andas, pesado e incómodo incluso con los dos relevos de rigor). Las mantillas y los capuchones también resultan escasos, aunque suficientes para salir con una mínima dignidad… no así el R.Madrid, que mientras les escribo esta historia se despide de la Copa de Europa perdiendo 2-0 en Münich, sendos tantos del goleador Gerd “torpedo” Müller.
Miércoles, 14 de abril de 1976. Virgen de la Esperanza por la calle Moret.
La hermandad de la Vera Cruz, siempre con tres pasos (Oración, Flagelación y Dolorosa) retoma a las 20 horas del Jueves Santo su recorrido tradicional por Hornos, Gallegos y San Juan, volviendo de la plaza por Pintores, Sergio Sánchez, Pizarro y Santa Clara. Refuerzan sus filas hermanos de escolta de otras hermandades, que aprietan la marcha cuando comienza a llover a la altura de la Casa Grande. Década lluviosa, sin duda, para la corporación de San Mateo. Esta amenaza no afecta a la cofradía del Humilladero, que realiza su recorrido habitual por las calles de la barriada de Llopis a partir de las 23 de la noche. Como novedad, este año comienza a acompañarles en su desfile la banda de la Cruz Roja, con el tiempo convertida en estampa clásica de la semana mayor cacereña.
La Madrugada es la única procesión que cuenta con relevos holgados en todos sus pasos (cómo estarían las cosas para que esta sea la anécdota reseñable), si bien tanto el público como los eternos fieles con velas tras Jesús Nazareno disminuyen en número respecto a otros años. El moyordomo Santos Floriano, ya muy enfermo, no puede acompañar al Nazareno y se queda en casa por prescripción facultativa. La Navera en los adarves le dedica dos saetas, 14 en total, a cada uno de los pasos. Saetas que no solo encierran un puñado de estrofas liberadas, sino también la oración, la palma, las cadenas del penitente, las torrijas, las lagrimillas en cada balcón, el horquillazo del Calvario, la mirada yerta y caída del Cristo de las Indulgencias, el esparto del nazareno… encierran, en suma, todo Cáceres en pura esencia cofradiera.
En esa mañana de todas las mañanas, la del Viernes Santo a mediodía, el Cristo de los Estudiantes encaja con dureza la escasez de hermanos, contando solo siete hombres en cada palo –sus andas, de bordado faldón granate, no calzaban aún varales centrales. El Santo Entierro comienza su desfile a las 19:30, también con poca presencia de hermanos en el cortejo, y por primera vez en muchísimos años con la carencia absoluta de presidencia oficial, dato que tomamos como muestra de la desidia que ya merodeaba en rededor de los actos cofrades en Cáceres.
El Sábado Santo los hermanos del Nazareno desfilan con capuchón negro, y los hermanos de carga con fajín del mismo color. La tarde es muy desapacible y trae consigo un leve pero tenaz chispeo. Justo a las 20 horas el cielo nos regala un breve claro que se aprovecha para iniciar el desfile con algunos minutos de retraso sobre el horario oficial. Sin embargo, el agua no tarda en entrar de nuevo a escena, y la cofradía se ve obligada a recortar aprisa el recorrido previsto de inicio: Santiago, Camberos, Muñoz Chaves, Plaza del Duque, Plaza Mayor, Pintores, San Juan (parte baja, donde se situaba la antigua parada de taxis), Gran Vía (entonces calle Defensores del Alcázar), Plaza Mayor, Arco de la Estrella, Santa María, Tiendas, Arco del Socorro, Godoy y Santiago. La deslucida semana culmina de la peor forma posible, y a la mañana siguiente se suspende también la procesión del encuentro.
En este año aparecen los primeros síntomas graves del descenso de hermanos y mantillas que acuden a los desfiles, que si hasta ahora se perdían por goteo ahora faltan a puñados. También se nota la disminución -menos acusada- tanto de público como de fervor y respeto ante las procesiones. Por vez primera acecha la sensación inequívoca de que hemos dado un paso atrás. El estancamiento se torna en regresión. Muchos hermanos, esos baluartes cuya cofradía es ninguna y es cualquiera, acuden a varias procesiones consecutivas para evitar que se queden pasos sin salir, y la mayoría de ellos trabajan, no ya sin relevo, sino con turnos más cortos de lo normal. Para coronar este lóbrego aquelarre de despropósitos, llama la atención la ausencia de la banda municipal en casi todas las procesiones. El motivo no es otro que el económico: Por vez primera, la alcaldía autoriza a la banda para que cobre a las hermandades 8000 ptas. por desfile, cantidad que pocas podían desembolsar, para compensar de alguna forma los escuetos sueldos que percibían los músicos. Los integrantes de la banda se quejaban de que sus salarios fuesen los únicos no actualizados en la última revisión de presupuestos municipales.
Con este panorama, más inerte que halagüeño, concluye la Pasión de 1976 y se abre un profundo interrogante de cara al año 1977. La Semana Santa de Cáceres, nadie lo niega ya, atraviesa una grave crisis y la amenaza de discontinuidad cada vez es más real.
– Continuará con el capítulo: 1977 – Los lunes vacíos
– Consulta el índice de la serie: Semana Santa de Cáceres – Los años perdidos (1970-1986)