1972 – A vueltas con las ruedas
Todo el colectivo asume ya sin ambages el problema de la escasez de hermanos de carga. Comiénzase a dar pábulo, primero sotto voce en los mentideros cofrades, y después en las juntas de hermandades, al debate sobre la conveniencia de poner o no ruedas a los pasos, como ocurre en otras ciudades de España. La medida sufre la oposición sistemática de la mayoría, pues supone renunciar primero a la simbólica carga penitencial del acto, y después al tránsito procesional por la ciudad antigua. Sé de muchos, figúrense ustedes, que se borrarían sin dudarlo de su hermandad si aquélla sacara sus pasos con ruedas. Este frontal rechazo choca en capital paradoja con la realidad de que los propios hermanos siguen sin acudir a cargar en las procesiones. ¿Qué le vamos a hacer? Cosinas de nuestro Cáceres.
En la mañana rubia y primaveral del Domingo de Ramos, la Burrina sale del asilo de ancianos “Mi Casa”. Allí estoy yo en Cánovas aseadito y de tiros largos, como mandan los cánones, pero las perspectivas a mediodía no puede ser menos halagüeñas. En el desayuno de hermandad aparecen apenas 80 hermanos, cuando la cofradía cuenta con más de 1300. Vale que podemos descontar unas 400 que son damas de la virgen, pero… ¿solo 80? ¿dónde estaba el resto? Quizá repartidos entre los que tuvieron que emigrar, los que habían cogido el 600 para pasar el domingo en el campo, y los que se habían quedado en casa pensando si debemos o no debemos ponerle ruedas a los pasos. Se completan de esta guisa dos turnos de carga, muy cortitos, para desempeñar el trabajo que otrora se repartieran entre 8 o 10 turnos. Turnos sin guantes blancos en el atuendo, prenda no obligatoria en los desfiles hasta bastantes años después. Esta entrañable procesión de las palmas va encabezada por la banda romana de la cofradía, y presidida por el párroco de San Juan, D. Manuel Vidal, el Gobernador Civil Sr. Martin Moreno, y los señores Gonzalez Moreno y Guerrero Beltrán representando a las corporaciones municipales.
El Cristo de las Batallas, también con muy buen clima, sale a las 20:30 de Santa María con una importante variación de su itinerario: abandona el camino hasta la Cruz de los Caídos para subir por la calle Margallo hasta la Plaza de Toros, frente al cuartel Infanta Isabel, donde se reza un responso en el monumento al regimiento Argel 27. Regresa por la calle Jose Antonio (actual Barrio Nuevo), Plaza de la Concepción, General Ezponda, Plaza Mayor, Arco de la Estrella y Santa María. Lo de subir a la Cruz era una machada, pero este trayecto tampoco es moco de pavo. Yo, que todavía andaba de la mano de mi padre, le comentaba inocente que como los señores que llevaban al Cristo eran militares, no les importaría mucho hacer esos desfiles tan largos. Mi abuelo Romualdo a su callada manera se ríe con la ocurrencia, desliz nada habitual en él. El caso es que a mí me venía bien que subieran hasta aquí, porque nos pillaba al lado de casa. Mis padres me ponían una chaqueta encima del pijama y ya estaba yo en la calle para ver la procesión.
Al Cristo del Perdón le espera el Martes Santo un camino bastante más largo que el que anduvo años después. Baja por los adarves hasta Santa María, pero enfila hacia Tiendas, Arco del Socorro y Zapatería, para entrar en la Plaza por Gabriel y Galán. Tampoco cuenta con muchos hermanos, pero al tratarse de un solo paso no suele tener problemas para salir.
El miércoles, por contra, la hermandad saca sus dos pasos titulares y las cosas se ponen cada vez más serias. La implicación de los hermanos decrece y el palio de la Esperanza, además, es de esos que desde fuera y sin saber mucho del tema ya dan la sensación de asustar a las básculas. El mayordomo Abelardo Martín cumple este año sus bodas de plata al frente de los Ramos. Amargo aniversario, pues no las tiene todas consigo. D. Abelardo se acerca a charlar con mi padre varias horas antes del desfile, con evidente pesadumbre, y le cuenta con su fe inquebrantable que la procesión saldrá «a pesar de los pesares». Cifra en 40 los hermanos necesarios para cada turno de virgen, y unos 30 para los del Cristo, y admite que si no completa al menos dos turnos de cada paso los hermanos van a pasarlo muy mal. Yo no entendía nada de lo que estaban hablando, lo único que entendía es que la procesión podía no salir, y eso me ponía triste. El itinerario previsto es San Juan, Pintores, Moret, Concepción, Santo Domingo, Sancti Spiritu, Plaza del Duque, Gabriel y Galán, Plaza Mayor, Pintores y San Juan. La cofradía salva el envite con dignidad -y muchos sudores- y yo me voy a la cama contento pensando ya en los días que están por venir.
Don Abelardo narra también la paradoja de que la hermandad de los Ramos, en sus inicios, apenas contaba con 300 hermanos, que no son ni una cuarta parte de los actuales. La común problemática de estos tiempos no reside por lo tanto en el fervor o en la popularidad, ni siquiera en la economía. Se condensa en la realidad de que los hermanos no acuden a cargar. ¿Quieren saber más causas? Pues tomen nota de lo que me decía mi abuelo, muy severo y con el dedo acusador: los cofrades mayores van retirándose por la edad, la gente de mediana edad, al socaire del boom automovilístico, coge la costumbre marcharse los festivos con la familia al campo, y los más jóvenes no quieren saber mucho de cofradías. Los que se apuntan por tradición familiar al final terminan por no acudir a la procesión.
En la Vera Cruz es donde más se acusa la falta de hermanos de carga. Muchos varales por rellenar, ¡y qué varales! El año anterior salieron sus tres pasos sin relevo, y los augurios para este 1972 no mejoran mucho. De los más de 1000 hermanos inscritos, apenas trece -directivos incluidos- acuden a su junta general. Tal es el desespero que la cofradía ya tiene previsto procesionar solo con la Dolorosa de la Cruz, caso de no reunir hermanos de carga suficientes. Y hasta la misma hora de salida no saben si podrán cumplir con su itinerario previsto o tendrán que recortarlo por la falta de efectivos. Recordemos que entonces el viaje era más largo que el actual, ya que el regreso desde la Plaza se hacía por Pintores, San Juan, San Pedro, Donoso Cortés y Pizarro. Suerte, entre comillas, que el misterio del Beso de Judas llevaba sin salir desde el año 68, debido a su penoso estado de conservación y la incapacidad de la cofradía para asumir el coste de su restauración, cifrada en torno a las 200.000 ptas. De estar en buenas condiciones, la hermandad asume que por su peso tampoco hubiera sido viable sacarlo a la calle. Entre tanta desgracia, un motivo para la dicha: aunque es difícil precisarlo, todo apunta a que este año procesionan las primeras mujeres bajo el anonimato rojo del capuchón de la Santa y Vera Cruz.
La hermandad del Cristo del Humilladero, demostrando ese espíritu joven e innovador que lleva a gala, organiza en su barrio un concurso de saetas para contribuir al realce de su procesión. Para tal efecto se instalan unos modestos palquillos, que a modo de tribuna indican el lugar oficial donde los pasos presentan su respeto al pueblo. En el transcurso del desfile dos espectadores comienzan a discutir con estruendo hasta que uno de ellos, acaso embriagado por furtivos aires de reyerta, desenfunda una navaja ante el asombro general. Ambos son detenidos y conducidos a la comisaría. Mi padre me saca de allí rápido… dice que estas no son horas para que un mocoso de mi edad anduviera por la calle.
Jueves, 30 de marzo de 1972. Concurso de saetas al paso de la procesión del Humilladero.
El Nazareno ha olvidado ya la escasez de hermanos de carga que sufriera de cerca en alguna reciente ocasión. Ahora cuenta con 1928 hermanos inscritos, de los cuales están citados 630 de carga y se espera que acudan casi todos. Recuerden que solo procesionaban siete pasos… yo no sabía entonces dividir, pero ahora sí sé y las cuentas me salen muy claras. Se disipan así los temores de años precedentes, y la seguridad es tal que la corporación incluso publica los lugares previstos para hacer los relevos en la madrugada: Plaza del Duque, Pintores, San Juan, Santa Clara, Arco de Santa Ana, Arco de la Estrella y Arco del Socorro. Este año Jesús Nazareno luce en su cíngulo un valioso brillante engarzado en un broche, antigua donación del doctor Pedro Casati. El montaje y posterior engarzado del brillante, que procedía en origen de un anillo del galeno, le cuestan a la cofradía nada menos que 12000 ptas. de la época. Como desgraciada anécdota, el mayordomo Santos Floriano tuvo que perderse la procesión tras torcerse un tobillo el Jueves Santo mientras cruzaba por la Plaza de las Piñuelas. Volvía de ultimar con la Guardia Civil los detalles de la participación de la benemérita en la madrugada.
El Viernes Santo por la mañana yo ya estoy que no puedo. Mi padre y mi abuelo, que sí que aguantan el empalme, me cuentan que la cofradía de los Estudiantes organiza tras su procesión, a eso de las 14:30, un almuerzo y posterior Junta General de hermanos. De ahí casi que se iban del tirón a ver el Santo Entierro, que aunque se forma en los aledaños de la Soledad, sale oficialmente de la Plaza de Santa María a las 19:30 en dirección a la calle Tiendas y el Arco del Socorro, para entrar en la Plaza por Gabriel y Galán. La cofradía de la Soledad, otra de las más apretadas por la falta de hermanos, cuenta con los ofrecimientos de Vera Cruz y Humilladero para poder salir con dignidad. Sus arcas tampoco presumen de buena salud, debido a que cuenta con pocos hermanos –el censo marcaba 503- y a que las cuotas, aparte de voluntarias, solían ser bajas. El besapié al Yacente durante la tarde del Jueves Santo sirve de alivio para paliar los gastos más inmediatos de la Pasión… pero este año me lo perdí. Recién levantado de la siesta, no tenía quien me llevase.
2 de abril de 1972, Domingo de Resurrección solitario y aburrido. Termina la Semana Santa como sin darse cuenta, y el respaldo popular a los festejos cofrades no hace sino menguar. Hay menos público que otros años, y menudean también visiblemente las filas de mantillas. Recuerdo incluso las quejas furibundas de mi abuelo por la presencia de indecorosas minifaldas y de chiquillas muy jóvenes explotando globos de chicle, una falta de respeto sin duda impropia de la clase que una mantilla debiera exhibir, según la moral de la época. Yo por fortuna no tenía conciencia de estas cosas ni de la amenaza contínua que pendía sobre la Semana Santa como espada de Damocles. ¡Si hasta me divertía con las mujeres de negro!