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1971 – Remedios contra la sequía
Las circunstancias en este 1971 no difieren mucho de lo expuesto en el anterior capítulo. Sin grandes novedades, los problemas no hacen sino estancarse, lo cual lejos de dar motivos para la esperanza contribuye a alimentar la corriente de aburrimiento y el dejarse llevar por la inercia de los hechos.
La burrina sale tras la habitual bendición de palmas en la capilla del Asilo de Ancianos, con mucho público pese al mal tiempo. Yo me lo perdí porque hubo de acortar su recorrido por la lluvia. A todos nos ha pasado alguna vez, ¿verdad? Tras el paso figura, y no es un juego de palabras, la representación del clero encabezada por D. Manuel Vidal, párroco de San Juan. D. Lope Hernández representaba al Gobernador Civil, y el comandante Guerrero Torres al Gobernador Militar. También asisten el alcalde en funciones Ignacio Montaño, el diputado provincial D. Juan Bazaga y representantes de las siete cofradías penitenciales cacereñas. Les detallo los apellidos que ostentaban la presidencia de los desfiles porque mi padre, hombre recto y temeroso de Dios, me las recitaba de carrerilla y me decía que era muy importante que esos señores estuvieran ahí. Yo le preguntaba que por qué, si no llevaban túnica como los demás, mas obtenía un cachete por toda respuesta. Cierra el cortejo, entre sollozos de este hoy humilde escribiente, la banda de CC y TT de la 222 comandancia de la Guardia Civil.
Empero, las borrascas son quienes en verdad presiden estos primeros días de semana mayor en Cáceres. Si la burrina tuvo que galopar cual pura sangre para guarecerse en las caballerizas de San Juan, la lluvia impide el lunes la salida del Cristo de las Batallas, y amenaza hasta última hora del martes la procesión del Perdón de los Ramos. Ésta finalmente transcurre sin incidencias recorriendo, desde las ocho de la tarde, San Pedro, Donoso Cortés, Pizarro, los adarves (con serias dudas sobre si el pavimento iba a estar arreglado por unas obras), Arco de la Estrella, Plaza Mayor y vuelta por Pintores hasta San Juan.
Misma película –en blanco y negro, cómo no- se repite el Miércoles con la procesión de la Esperanza, prevista para las 20:30 horas. La hermandad decide salir aprovechando un fugaz claro en el cielo, pero modifica el itinerario previsto que se adentraba por la calle Parras, Zurbarán y San José, y atrocha bajando por la Gran Vía, dando la vuelta a la plaza (en este punto comienza a llover, aunque con poca intensidad) y volviendo por Pintores. Exactamente la misma situación que se repitiera en 2011. La diferencia es que aquí, aparte de que llovía de verdad, pesaban y mucho los escasos dos turnos de carga que se pudieron formar: uno para cada paso y sin relevos. Y todavía dando gracias, claro está. El cortejo lo abría la banda de romanos y lo cerraba la banda de música municipal.
La Vera Cruz atraviesa, como todas las demás, una profunda crisis participativa, y aunque nunca se quedara sin salir, sí que pasa las de Caín en algunos de estos años. Sumen además el hándicap de que sus pasos son tres –y eso que el Beso de Judas sigue sin poder salir- y demás resultan especialmente pesados. Parece que en el 71 las hermandades se las apañan para regatear las zancadillas climatológicas, ya que las nubes vuelven a escampar justo antes de las 20 horas. El cortejo de San Mateo forma con la banda del C.I.R. marchando tras la Cruz Guía, y la municipal cerrando detrás de la Zapatona. Destaca el gran número de mantillas que acompaña a la Dolorosa de la Cruz… costumbre que como veremos también perderá fuerza según avance la década.
La cofradía del Humilladero, sin estar ni mucho menos sobrada, tiene menos problemas con los hermanos. Cuenta solo con 200, pero acuden siempre todos, y además confía en que la creciente popularidad de su barriada les ayude a superar este número con el paso de los años. Este año se convoca un concurso de saetas durante la procesión, cuyos ganadores se dan a conocer en la mañana del Sábado de Gloria. La hermandad sale a las 22 horas del Buen Pastor, y recorre las calles de Colombia, Bolivia, y toda la barriada de las 300 para terminar por la carretera del Espíritu Santo. Otra importante novedad es que partir de 1970 la talla original del Cristo del Humilladero se sustituye, debido a su mal estado de conservación, por otra más moderna que procesionó hasta 1990 y que hoy lo hace bajo la advocación de la Preciosa Sangre en el silente Vía Crucis del Miércoles Santo. Esta talla de Cristo muerto fue adquirida en 1970 en los tallleres Serquella, de Olot (Girona), localidad que fue nodriza de tantas y tantas sagradas imágenes de la Semana Santa cacereña.
El actual Cristo de la Preciosa Sangre, en posición vertical, bajo la advocación del Humilladero.
En 1971, la sequía acuciante en la región provoca numerosas peticiones a la hermandad del Nazareno para que la imagen de Jesús saliera en rogativas por la lluvia, a lo cual el mayordomo se niega por la proximidad de las fechas de la Semana Santa. Para paliar la negativa, y ante la paradójica amenaza de agua que impera durante toda la semana, la cofradía tiene decidido sacar a Jesús Nazareno el Sábado Santo en caso de que la madrugada hubiera de suspenderse. Jamás disfrutamos de este hecho histórico -los dos titulares de la corporación hubieran desfilado juntos- ya que la lluvia vuelve a dar una tregua a los cofrades y entrega a cambio un diluvio de emociones.
La corporación de la madrugada realiza este año un solemne vía-crucis en la Plaza de Santa María, durante el cual Jesús Nazareno es el único paso que se mece en estático, navegando sobre las olas de un mar de cabezas y ante el respeto admirado de la restante cohorte de imágenes. Para echarse a temblar. Ese recuerdo quedó anclado dentro de mí, no me pregunten cómo. Concluido el acto, los pasos retornan a Santiago en similar dinámica a la desarrollada en 1997. Para el Sábado Santo la hermandad cuenta con la banda de Antiguos Legionarios abriendo procesión, la banda municipal tras la Virgen de la Misericordia, y la banda de CC y TT de la Guardia civil en uniforme de gala cerrando el cortejo procesional junto con un piquete de dicho cuerpo.
La cofradía de los Estudiantes, en los días previos a Semana Santa, manifiesta públicamente el peculiar propósito de salir a la calle aunque llueva. Este año, además, el banderín de la hermandad lo portará un hijo del Hermano Mayor Jesús Asunción, recientemente fallecido y encargado de esta labor desde sus inicios. El paño lucirá crespones negros en señal de duelo. La imagen tremendísima que pariera la escuela de Gregorio Fernández, no sabemos qué mano divina guiara la gubia, vuelve a su cita con las 12 del Viernes Santo. Opta esta vez por un recorrido más cauto, dejándolo en Santo Domingo, General Ezponda, Plaza Mayor, Pintores, San Juan, Defensores del Alcázar (Gran Vía), Plaza Mayor, y de nuevo General Ezponda hasta Santo Domingo.
La ermita de la Soledad se encuentra en proceso de restauración, pero con ciertos apuros –y la salvedad del altar mayor- consigue estar lista y presentable para los cultos de Semana Santa. Durante el desfile del Santo Entierro, programado para las 19:30 horas del Viernes Santo, la Virgen de la Soledad luce la encomienda de la Orden de Cisneros, regalo del doctor Pablos Abril, titular de esta condecoración. Dos días después deben suspender la procesión del encuentro por falta de hermanos… noticia que sintomáticamente no cae de sorpresa.
El mal tiempo, ¿hace falta repetirlo?, se convierte en el pan nuestro de cada día aquí, en la Semana Santa del 71. Lo recuerdo como si fuera ayer. Una feroz sequía asola de esquina a esquina el sur de España, y las nubes vienen a conjurarse justo en las fechas de la Pasión. Pero Dios es sensible y descarga con el suficiente tacto para no impedir la salida de ninguna hermandad, que a veces son nuestras pero las más son también suyas. Con todo, las procesiones cacereñas siguen perdiendo para el público el interés del que sí gozaban a mitad de siglo. No de golpe, sino a modo de incesante goteo, como si alguien se hubiera dejado el grifo abierto. La lluvia sin duda influye, pero también la motorización de las familias, la fiebre del 600, y la creciente moda de irse a pasar los días festivos fuera de la ciudad, bien en el campo o bien en otros destinos vacacionales. Mi padre y yo nos peleábamos todos los años con mi madre para convencerle de que lo mejor era quedarse viendo las procesiones. El abuelo Romualdo, que estaba de nuestra parte, siempre tenía la última palabra.