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¿Qué fue de esa legendaria estampa de la Zapatona regresando en tranquila cadencia por la noche de Pizarro?
¿Qué fue de ese Cristo Yacente donado por la Caja, cincelado en lo que quiera que fuera más duro que la piedra?
¿Qué fue de aquella urna de muerte que desfilaba flanqueada por la Guardia Civil?
¿Qué fue de aquél Cristo de los Estudiantes que subía en ceremonia para visitar a San Jorge? ¿O aquél que se paseaba erguido bajo el arco de Ríos Verdes?
¿Volverá algún día el Calvario a presidir su adarve elevándose sobre una robusta atalaya de cinco varales? ¿O la Soledad a procesionar bajo palio?
¿Recuerdan cuando el pregón resonaba en el Gran Teatro el Sábado de Pasión, porque entonces ese día aún no era Semana Santa?
¿Cuando el Cristo del Refugio salía en un somier y sin jefe de paso?
¿Y cuando el pueblo pagaba dinero por ver a las cofradías en las sillas de abono de la Plaza?
¿Y cuando los traslados eran más una festiva reunión de amigos que una tensa obligación?

¿Recuerdan cuando la Semana Santa efervescía en Internet, y renombrados cofrades participaban en foros, escribían, debatían sin miedo y sin máscara de variopintas cuestiones?
¿Recuerdan cuando organizábamos un certamen y grandes bandas de toda España acudían a tocar desde Cánovas hasta la Preciosa Sangre?
¿Dónde quedaron los varales crujientes de almohadilla prieta, aquellos de cuando la carga era un sufre y calla, un se llega a viejo a aprendiendo, una secular jerarquía?
¿Donde quedó la época cuando meterse bajo según qué pasos era un privilegio concedido por el tiempo y aceptado por todos?
¿Qué fue de cuando en las procesiones no existía otro maquillaje que la tizne de la horquilla sobre el guante nuevo?
¿Qué fue de los ensayos de carga para curtir a los jovenzuelos?
¿Y cuando los hermanos del Nazareno cargaban con verduguillo blanco y nadie rechistaba?
¿Y cuando los pasos sin relevo eran la excepción y no la regla?
¿Qué fue de cuando la música de Cáceres eran rezos de La Navera, sones de las Batallas, redobles de cuartokilo, voluntarios de la Cruz Roja? ¿Qué fue de aquél intento de banda del nazareno con casaca roja?
¿Qué fue de aquella Plaza Mayor, punto de encuentro en la Madrugada, recoleta, familiar, acogedora? Yo, pequeño, iba allí a ver al Nazareno, y hallaba bullicio, no grandes espacios, no los silbidos del aire, no un mural desangelado, frío y sin alma.
¿Qué fue del amanecer en el adarve y sus escondrijos llenos de gente? Esquinas donde mi infancia sin saberlo comenzara a tejer su primer poema, hablando con sus piedras, asomado a las murallas, alargando la mano para acariciar al grajo que pasa. Esquinas del mismo adarve que bajara el Cristo del Amor en Domingo de Ramos, o que evitara el Amparo cuando subía por Compañía en sus primeros años.
¿Qué fue de cuando el Cristo Negro salpicaba su recorrido íntimo de miradas temerosas, sin conocer más gritos que los de la hiedra, ni más juerga que la que formaban en el suelo los rescoldos de la tea?
¿Qué fue del hormigueo inacabable de mantillas dándole la mano a su Esperanza?
¿Cuándo se quedó el Cristo del Perdón, sin sus regueros infinitos de color púrpura, cientos de capuchones apuntando al cielo oscuro del Martes Santo? ¿Donde quedó ese Perdón de la Magdalena, el paso que nunca fue? ¿Y cuando bajaba hasta la cárcel vieja para otorgar indulto? Virgencita de la Merced, colectas de los hermanos, fuga de saetas entre las rejas, vuelta por la cuesta del cementerio.
¿En qué momento la marcha del Cristo de las Batallas hasta la Cruz de los Caídos pasó de homenaje a maratón imposible?
¿Qué fue de cuando el Humilladero vestía de morado y amarillo, y se venía por Antonio Hurtado hasta el centro de la ciudad? ¿De cuando bajaba hasta la Plaza y volvía por Camino Llano hasta su barrio? ¿Qué fue de aquél cristo viajero y chiquitito que cruzaba de flanco a flanco un Cáceres de otra fachada, aquél Cáceres de tebeo, de ferias en el rodeo, de pelliza y cuello alto?
¿Qué fue de ese tiempo en que los hombres eran incansables?
¿Qué fue de cuando la Semana Santa trabajaba al unísono, todos a la misma voz?
¿Qué fue de cuando los mismos hermanos recogían una procesión y marchaban a sacar la siguiente?
¿Y cuando el nacimiento de una cofradía era una buena nueva y no el pregón del agorero?
¿Dónde quedó la ilusión de construir y no el afán por perdurar?
¿Qué fue de aquél tiempo en que caminábamos sin ostentar títulos, y nadie sufría por ello?
Torpes de nosotros, tendemos a creer que las cosas siempre han sido como son ahora. Hemos avanzado mucho, pero quién sabe si alguna tarde no vendrán nuestros nietos a pedirnos cuentas sobre tantas y tantas estampas que hoy conocemos vivas y arraigadas en la ciudad.