Bueno, pues ya tenemos sobre la mesa la medida de obligatoriedad para algunos cargos de haber cursado la escuela de formación cofrade, o comprometerse a hacerlo «en el menor plazo posible». Yo de entrada lo veo todo bastante peregrino y como muy cogido con pinzas, pero concedamos el beneficio de la duda y pensemos que todavía falta información por divulgar.
Si no tengo mal entendido, es la UCP quien tiene la última palabra. Yo, confieso, soy muy mal pensado y además tiendo a equivocarme en estas lides. Sostendré, sin embargo, mi teoría conspiratoria de que la medida se aceptará más que nada por no liarla parda. Me da la impresión de que no todos los plenarios coinciden en el acuerdo, pero nadie se atreve a ir públicamente contra el criterio del señor obispo, primer valedor de la iniciativa como todos saben.
En verdad yo veo el panorama con más sombras que luces. Responsabilizarse de una hermandad ya de por sí es un sacrificio que muy pocos están dispuestos a asumir, y no están las cosas como para encima andar pidiendo credenciales al personal. Y lo digo pensando no tanto en el corto sino sobre todo en el medio plazo.
Veremos en qué queda finalmente todo esto, pero hay muchas preguntas en el aire. No tardarán en alzarse voces de protesta, cargadas de razón dicho sea de paso. ¿Pasarán por el aro todos los cofrades afectados? ¿Recularán los impulsores de tamaño despropósito? ¿Se matizará lo inmatizable para alcanzar un entente cordial y aquí no ha pasado nada? Y sobre todo, conoceremos la respuesta a la principal pregunta que se nos plantea en este momento: ¿Y si no, qué?
Se admiten apuestas, y opiniones, si es menester. En cualquier caso el entretenimiento y la polémica están servidos, gesto muy de agradecer en los tiempos anodinos que nos ha tocado vivir; no sea que algún día nos dé por ocuparnos de las cuestiones importantes.
Qué ganas de complicarnos la vida.