96

¡Voz popular! Sandalia de la Zapatona, seña del Jueves Santo. Un saludo a mis paisanos. Su parte de ritual, su parte de responsabilidad, su parte de gran orgullo. Regusto añejo en el paladar. Nada, ni el emblema en el frontal, ni el susto en la trasera, ni el rigor de la carga contra tu poderío. Una espada de dolor. Dos turnos, conocidos y reconocidos. Tres horas de varal al rojo vivo. Treinta y seis horquillas en su mejor sonido. Vasta colección de canas, estirpe y primaveras de sabiduría. Abrazadera de hierro, sorpresa macabra bajo la almohadilla. Murmullo de las muy cofrades conversaciones. Veteranía y el arte de la rutina. Exorno modesto. Compases clásicos de los gorriatos. La faena más seria. Una mirada amarga, y un lamento. Pliegues viejos en la madera, como sombras del atardecer, como cicatrices del viento, como mudos testigos de aquél proceso pandemónico, y por qué no, a veces innacesible. Una crudelísima realidad mecida en cuerpos de castigo. Piel mojada, boca reseca, músculos entumecidos, anatomía curtida y expuesta, físico al límite de sus capacidades. La pena en horizontal barroca. Kilos y kilos de madera maciza. Peso muerto sin concesión. Ínfimo centro de gravedad. Largas varas de verdad plomiza. Mi verdad. Inmensa vertical, su torre inacabable hacia el cielo. Andas, peana, pedestal, roca, cruz en plata y azabache. Y en medio, Ella. Dolorosa de la Cruz. ¿Qué verbo usar para explicarlo? 

Esa Cruz, ese destino, esas andas,
esas piedras que lloran a tu paso,
y el gentío que reposa en esas gradas
esperando cada Jueves tu regazo.

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