Burro grande ande o no ande
Ahora, ahora que la cosa está cortita es cuando empezamos a valorar en su justa medida subvenciones, patrocinios y otras propinas, un cálido colchon sobre el que descansábamos muy cómodos y que nos eximía año tras año de buscar una sostenibilidad económica para nuestras hermandades. Sí, sé que hay excepciones, pero en este asunto está feo decir nombres. Por cierto, que lo que no hemos hecho en 20 años lo queremos hacer ahora en 2 días, pero ese es otro cantar.
Cáceres, dama vieja y pedigüeña en las puertas de los pudientes, si algo tiene son recursos y personalidad suficientes para dejar de ejercer el culto a lo ostentoso, la religión de lo grande, el rezo de lo material. Otra cosa es que no los veamos o no los queramos o no los sepamos aprovechar.
Se me vienen a la mente varios tesoros, empezando por ese Dios nos manda cada tarde cuando el sol se pone por cada adarve, o por cada plaza, o por cada alto callejón. Podríamos acordarnos de esa moneda gigante que todos los días nos echa en la hucha más hermosa que es nuestra ciudad antigua, un museo al atardecer, una limosna tan valiosa que viste de oro las almenas, que cada piedra es un lingote y cada torre vale un millón. Y es que más allá de este botín, de los besos de colores y su alba de mil quilates, la riqueza está en el sentido y el sentimiento con que se hacen las cosas.
Nosotros, qué pena, nos seguimos agarrando a otros tesoros más banales y bastante menos cristianos, tesoros que no aportan nada nuevo y que se pueden ver en cualquier lugar de España. ¡Qué nos gusta un autobús! ¡Qué nos gusta un paso cuanto más largo más bonito, cuanto más ancho más espectacular y cuanto más grande y más flores y más oro y más plata y más de todo, mucho mejor! Después, tarde, torpemente, reparamos en que estas hipérboles dimensionales limitan los recorridos, nos encarcelan afuera de nuestras benditas murallas y provocan fatigas ante los obstáculos más cotidianos, pongamos por ejemplo un puentecillo:
Claro que aquí tampoco tenían a Galiche mandando.
Denuncio también la penosa facilidad que tenemos para olvidar que los que vamos debajo somos per-so-nas, y las personas tienen la mala costumbre de cumplir años, uno cada doce meses, y se aburren, se quitan, se ponen, se van y se vienen. Llevo muchísimo tiempo escuchando que faltan hermanos de carga, pero no recuerdo haber oído nunca que sobre metros de varal… no sé, seguro que mi memoria comienza ya a pecar de volátil.
En un ejemplo exagerado, imagínense a estos nobles cofres de Guatemala protestando porque un año fueran escasos de relevo:
Sin embargo, y en el otro extremo de la soga, tampoco podemos renunciar a guardar las proporciones en aras de la estética y la dignidad que una celebración como la nuestra merece:
¿WTF?
Bueno, como decía el sabio, in medio virtus, aunque a veces yo también digo que in medio mediocris.
¿Todos por igual?
¡Despacito y todos a la vez! ¡Toooodos por igual valientes! … he aquí la utopía hecha arenga cofradiera.
Para justificar el muy frecuente desorden entre varales solo podemos presentar dos causas: o titubeos en la orden del jefe de paso, o desatención por parte del colectivo de hermanos. He sufrido ambas, pero cuando la levantá se desequilibra para mí tiene bastante más culpa la segunda que la primera.
No sé si somos conscientes del riesgo que estas maniobras conllevan. Durante unas décimas de segundo, como cuando alternamos potentes pedaladas encima de la bici, todo el peso de la carga se lanza sobre uno de los lados, multiplicándose además por la inercia del movimiento. Si este tiempo fugaz se alarga más de la cuenta, o el peso es mayor de lo habitual, entonces peligra la integridad física de mucha gente.
Tampoco estamos lo que se dice muy atentos a la hora de sostener el paso en el suelo, ratinos en los que gustamos de protagonizar posturas y conversaciones de vergüenza ajena en un acto de penitencia. Los cacereños ostentamos cátedra en la cultura de dominar apoyos invisibles y mantener las cosas en su sitio dentro de un caos ordenado que solo nosotros entendemos. ¿Qué me dicen de esos graciosos y provocados vaivenes adelante y atrás cuando el paso está sobre las horquillas? Si uno lo piensa fríamente, la candela que le damos empujando con saña sin saber ni preocuparnos siquiera si hay alguien sujetando en la otra parte… ¡Qué más da! Nuestras leyes no escritas nos garantizan que en algún momento alguien hará el contrapeso necesario para evitar un desagradable deceso por aplastamiento.
Observemos las consecuencias de un posible vuelco, con la debida circunspección, en este inquietante pero veraz documento:
Hay que fichar al responsable de anclar esa talla.
Ojo, cable
Y el tema de los cables ya es punto y aparte. Podemos manejar excusas mil, pero la falta de previsión no la acepto: es de una irresponsabilidad absoluta que un jefe de paso o algún organizador del desfile desconozcan la existencia de un obstáculo en el itinerario, o las referencias aproximadas de altura de su paso. Esto es, o debería ser, lo mínimo que se despacha. A mí lo que más me inquieta es que el desentendimiento de muchos jefes de paso (si alguien se molesta lo podemos llamar también «identificación moderada») está, si no bien visto, sí al menos asumido como normal dentro de la comunidad cofrade. Esto ocurre así y lo sabe todo el mundo.
Bueno, asumamos pues el inconveniente del cableado como conocido y previsto. Ahora solo queda apelar a la pericia o buen tino del mando al cargo, y aquí no tomaremos en consideración utensilios suplementarios como pértigas y similares, a los cuales en Cáceres padecemos una extraña variante alérgica todavía en fase de estudio. Todos somos humanos y sería injusto subestimar la dificultad de estas operaciones, pero cuidado con bajar la guardia porque podríamos vernos, y se me ocurren varios puntos negros así a bote pronto, en experiencias tan enrevesadas, tortuosas y desafortunadas como la que aquí mostramos. Le puede pasar al más pintado.
Que razón tienes, pero lo mismo se pude subsanar poniendo todos de nuestra parte.
Sigue así, que parece que lo hemos hablado antes.
Sin duda Ángel, todos podemos hacer mucho más, lo único que a veces tengo la sensación como de que nos dejamos llevar