(Aviso para navegantes: tómense estas lecturas con las dosis necesarias de reflexión e ironía, so riesgo de no obtener provecho alguno)
Darse la vuelta: Anatomía del movimiento
Para comenzar esta disección nos decantaremos por un clásico: el muy cofrade acto de «darse la vuelta». Una operación que deberíamos tener mecanizada como mínimo, pero que por uno de esos misterios indescifrables en Cáceres nos gusta complicar más de la cuenta. ¡Cuán vistosa coreografía de murmullos y tropezones! ¿Y por qué nos empeñamos en actuar en contra de la lógica? ¿No sería mejor, pienso, detener unos segundos el paso para hacerlo más fácil, asegurarnos de que nuestro compañero anterior o posterior ya ha terminado, y ejecutar en silencio el movimiento hacia las andas y no hacia fuera, para evitar sacar el hombro del varal?
¡No!
Preferimos hacerlo en un desordenado y eterno trompicón, sin avisar, sin esperar al que nos precede, y a ser posible palpando con la horquilla el zapato del compañero. Similar radiografía podríamos hacer además de nuestro «meterse por dentro», acaso añadiendo un epígrafe para los coscorrones. La verdad es que me deja perplejo la confianza que manejamos, pensando quizá que como total, el resto de gente va a seguir aguantando el peso, no pasa nada por hacer la cosas de cualquier manera…
En este vídeo el patero izquierdo, con chaqueta azul, se sirve de una grácil maniobra para ilustrarnos sobre todo lo que NO debemos hacer durante la ejecución de este importante movimiento:
Leyendas del botecito
De acuerdo que todos tenemos nuestras marchas talismán, hipnotizantes melodías que nos sabemos de memoria y nos animan más de la cuenta. Empero, en ocasiones la efusión rebasa los límites del decoro y los hermanos confluyen en un inefable bailoteo de saltitos, movidos quizá por una muy particular interpretación del concepto de la elegancia. Esto ocurre solo en los pasos de Virgen; bueno, en algunos pasos de Virgen. Sí, yo sé sus nombres. Y me pregunto: ¿no nos damos cuenta de que esto duele? Me refiero al hombro, pero también y sobre todo a la vista.
Quizás estos deslices sean consecuencia de no poder observar, atónitos, el resultado de nuestro traqueteo desde la tribuna de espectadores, sufridos e inevitables espectadores… a pie de calle las cosas se ven distintas. Veamos, siempre con gran respeto, lo que sucede cuando permitimos que se desboquen a los caballos del entusiasmo:
En tal hostil entorno de horquillas descontroladas punteando sobre pies desnudos, digo yo que a más de uno le habrán hecho ya un seisdedos.
En este punto no puedo evitar acordarme de ese singular triángulo de las Bermudas compuesto por hermano de carga-horquilla-pies de los espectadores. Esto casi merece un capítulo propio, pero no he podido encontrar un vídeo lo suficientemente sangriento como para quedarme agusto. De verdad, ¿en qué piensa la gente cuando se coloca a ver una procesión en sitios muy estrechos? ¿Son novatos, no saben la anchura que calza un paso? ¿Piensan que uno puede estar pendiente de mirar hacia abajo abajo a ver si acierta o yerra el lanzamiento? Voy más allá: ¿de verdad creen que bajo un varal no tenemos mayor preocupación que velar por la integridad del pie de un imprudente? ¿no se hacen una idea del reducido túnel visual que tiene un hermano de carga en una calle estrecha, no digamos ya con verduguillo? Con gusto mandaría a estos hermanos cofrades avilesinos por delante de nuestras procesiones, para abrir camino y limpiar de insensatos las cacereñas aceras, sus umbrales y sus bordillos.
Corre, corre que llegamos tarde
A mí me pone de los nervios cada vez que nos entran las prisas. Cuando la carga es un remanso de paz, cuando túnica y almohadilla se funden en todo uno, las horquillas suenan precisas como metrónomo, y el varal te concede una tregua para disfrutarlo, de pronto el paso se acelera trocándose en un feucho y deslabazado trote cochinero. ¡Protéjanos el Señor contra el chabacano espectáculo, digno de contemplarse con lágrimas lamentables! ¿Cuál es el propósito de esta horrísona errata devocional? No sé si será culpa de la falta de fuerzas, de la carencia de motivación (vulgo «dejarse llevar»), de la descoordinación, o quizás de nuestras escasas y breves nociones de repertorio musical cofrade. Pero es un desastre cuando el tintineo de las horquillas pierde el compás y muere de rebeldía contra las piedras. No hay eco. No hay interés. No hay sentimiento. Los matamos para siempre, porque el horquillazo pierde su razón de ser cuando se abandona al libre albedrío. ¿Acaso pensáis que quienes van arriba no se dan cuenta del hurto estético que perpetramos impunemente?
En este vídeo vemos cómo el pacífico y paciente San Juanín opta por una solución drástica, pero natural, cuando los hermanos pisan el acelerador más de la cuenta: bajarse del tren en marcha.
Yo hubiera hecho lo mismo.
(Continuará próximamente…)
Tienes toda la razón, espero la segunda parte con impaciencia.
Cojonuda la entrada. Me sumo a lo que dice Ángel, esperamos más con avidez.