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Hace no muchos años, en una tertulia cualquiera, hablando sobre la presencia de la mujer bajo los pasos y todavía en ocasiones aceptada solución de los turnos separados (es decir, las niñas pa un lao y los niños pa otro; una forma de discriminación como otra cualquiera), escuché a algunos veteranos cofrades argumentar que es “antiestético” que una mujer cargue delante o detrás de un hombre. Porque si van muy pegados, porque si la diferencia de edad, porque si resultaría poco decoroso… Y yo, con todo el respeto que me merecen, algunos de ellos maestros míos, la verdad es que no estoy muy de acuerdo con el comentario de aquellos venerables.

De inmediato me asaltan a la memoria multitud de elementos que influyen de alguna manera en ese concepto tan subjetivo que es la estética en la Semana Santa. Si queremos estética por ejemplo podemos empezar por implantar el verduguillo como prenda obligatoria. Si queremos estética ya va siendo hora de prohibir sin medias tintas a los cofrades salir en procesión mascando chicle o con gafas de sol. Si queremos estética tendríamos que dedicar por ejemplo unos pocos minutos a revisar bien el calzado antes de salir, y unos muchos minutos a hacer ensayos. Si queremos estética, preocupémonos primero de que las túnicas no enseñen el bajo de los pantalones, o que sean todas del mismo color y no un muestrario de tonalidades. No podemos proclamar la estética si luego le plantamos un foco en toda la cara a la imagen, como sometida a un interrogatorio. ¡No podemos proclamar la estética si estamos permitiendo que los cofrades salgan a mear por la calle Pizarro y vuelvan por Santa Clara como si nada! Si queremos estética, pongamos más esmero en mimar los enseres y las andas, que también son patrimonio de la cofradía y algunos tienen más rayones que un R5. Si queremos estética en el desfile deberíamos vigilar muy seriamente el comportamiento de algunos miembros de bandas de música, y plantear por qué no se les exige el mismo orden que a los cofrades si están participando en la misma estación de penitencia. Si queremos estética ya estamos tardando en hablar con el ayuntamiento para que adecente las calles por las que transitan los desfiles. No sigo.

Resumiendo, si lo que nos preocupa en la Semana Santa es la estética, creo que muchas cosas habría que solucionar antes de señalar con el dedo al capital humano. Y llegados a este punto, cuando nos pongamos a alterar el orden de las cosas en aras de la estética, antes que a una mujer quítenme por favor al que viene a la carga con los aires subidos, al que racanea el esfuerzo y no mete el hombro cuando hay que levantar, al sabelotodo que se pasa el desfile corrigiendo, al hablador que me cuenta su vida, al quejica, o al enterao de todos los años. A esos sí que deberían mandarlos todos juntos al segundo turno, por no decir otro sitio con rima asonante.

Y doy por ahora dos argumentos. Primero, tenemos desde hace tiempo muchos pasos en Cáceres donde afortunadamente cargan hombres y mujeres juntos pero no revueltos y, oh sorpresa, el mundo ha seguido girando. No pasa nada. Y segundo, si Jesús bajara del paso y se metiera bajo el varal, aparte de ejemplarizar nuestro oficio (ser hermano de carga es mucho más que el título que dan al dolor de una llaga o a los sudores de una cuesta), pienso yo que lo último que haría sería mirar el sexo o de la condición del que trabaja junto a él. Eso solo se nos ocurre hacerlo a los cristianos, demostrando nuevamente lo bien que se nos da ser más papistas que el papa.