unas luces avanzar
como un río de cirios.
Se ve, el incienso subir,
en la noche sutil
de azahares y lirios.
P.Romero, 1994.
La primera somos los adultos, los padres, los cofrades con cierto camino andado y no olvidado, que educamos y alimentamos a los muchachos en los dogmas del sacapasismo, arrojando toda la valía sobre el arte del cargar sin advertirles que hay que ser cocinero antes que fraile. 16 años, chaval. 16. Los más jóvenes no valoran la figura del penitente, porque nosotros mismos no la valoramos. No se les educa en el respeto a nuestra fiesta, sino con suerte a una parte de ella.
Y como los padres a fin de cuentas no dirigen cofradías, la otra parte de responsabilidad recae sobre las juntas directivas. Y de directivas no entiendo mucho, pero de paternidades todavía menos, así que me voy a permitir hablar más de lo otro que de lo uno. En mi corta experiencia intramuros de la Pasión, pude ver absolutamente de todo. Prefiero no imaginar lo que habrán podido ver –y callar- los que llevan toda la vida en esto. Si el hermano común, posiblemente sin quererlo, ya contribuye a engordar el desmesurado culto al paso, dentro de las cofradías esta tendencia acucia hasta la asfixia, y abraza cifras ilógicas. La cantidad de recursos (económicos, humanos, temporales) que se destinan o se relacionan de modo directo con las imágenes y los pasos, en relación a los dedicados al resto de la hermandad, me resulta francamente alarmante. Aunque no tanto como la constatación de que muy pocos reparan en ello.
Si falta gente para cargar nos rasgamos las sagradas vestiduras, sacamos el ataud y pintamos la Semana Santa con tintes de tragedia. Suenan tubas y clarines de muerte. Si faltan capuchones, ¿capuchones? ¿eso qué es? Nadie se da cuenta. Porque los capuchones no los vamos a sacar con ruedas, ni vamos a coger el turno sobrante, darles un cirio y ponerlos en fila de a uno, ¿se imaginan?
Nos embriagamos de orgullo con los buques de fasto versallesco que surcan nuestras calles, con los enormes misterios de órdago y califato, los faroles de finura repujada, los bordados faraónicos, el oro o la bisutería. La devoción hacia estos ídolos de bronce, meras comparsas al lado del que de verdad importa en estas lides, llega hasta extremos de idolatría pegajosa, por no decir ya irrespetuosa y molesta. Mientras tanto, el cuerpo de escolta, ése que no ocupa portadas, ni carteles ni asambleas, continúa siendo el hermano pobre de la fiesta. Y mira que sale barato: un cartón y un cacho cuerda. El problema, claro está, es que el capital humano ya no viene resultando barato, sino prohibitivo.
La Semana Santa, tras una época negra pisoteada lo mismo por unos que por otros, renace a mediados de los años 80, con la creación/refundación de hermandades y con la oportuna oxigenación del plantel cofrade. A finales de esta década y principios de la siguiente, el proceso culmina con la aparición de nuevas cofradías y de otras estructuras que, en un pausado proceso de maduración, van consolidando a esta celebración como un evento de profunda raigambre social, y no meramente religiosa, en Cáceres. A partir de ahí, y hasta el inicio de nuestro siglo, la Pasión protagoniza un preclaro crecimiento que, aunque lejos de extinguirse, sí parece haber amainado y entrado ya en una fase cautelosa de reposo y asentamiento. Bien.
Desde hace tiempo, tengo la impresión de que no hemos sabido aprovechar aquel boom de los 90 para alumbrar una cantera sólida que apuntalase la continuidad de estos festejos. Que nadie se engañe, todavía vivimos de las rentas, y las rentas en esta historia se prolongan por varias generaciones, pero terminan también caducando. No fue éste de los 90 un periodo baldío -los avances fueron muchos y los logros hoy en día los disfrutamos- pero sí echo en falta alguna conquista en el terreno humano. Algún mecanismo que, surtido de aquella ingente marea de personas arrastradas por la corriente semanasantera, propiciara que las hermandades tuvieran un vivero del que nutrirse en el futuro, cada vez menos lejano, cuando la Pasión dejara de ser moda, cuando las generaciones fueran conociendo canas, y cuando salir en Semana Santa comenzara a costarnos más trabajo del que nos cuesta hoy.
No es del todo tarde, pero convendría no dormirse en los laureles, ni en los varales, por lo que pudiera pasar. Siempre resulta agradable, y más en estos tiempos, ver a la chiquillería impetuosa agarrarse a la almohadilla y derrochar ilusión ante un reto que para ellos es mezcla de lo épico y de lo místico, y alberga briznas de hazaña y de rito iniciático. Puedo comprender al padre henchido de orgullo viendo seguir sus pasos al primero de su prole. Pero se me antoja que quizá, en aras del bien común, debiéramos dejar a un lado lo emocional, y centrarnos más en lo práctico. Lo práctico es que dentro de 30, 40, 50 años siga habiendo gente para sacar las procesiones. Y se supone (ya no sé si es mucho suponer) que las procesiones salen a la calle gracias a los hermanos de carga y también a los hermanos de escolta. Al paso que vamos, el primer grupo terminará fagocitando al segundo, y nosotros aplaudiendo. Y los chiquillos, en lugar de pasos, cargarán con la pesada losa de la derrota, del vacío y del no-lugar.
El oficio de la carga tendría que ser tabú para cualquier persona menor de 16 años, una edad excesivamente temprana, pero que tomaremos válida por aquello de cumplir los estatutos. 16 años. No es ya una barrera impuesta por las leyes físicas, sino por la necesidad. ¿De dónde acabará mamando el cuerpo de nazarenos, si dejamos a los chavales meterse bajo las andas con 15, con 14, con 13 años, y no sigo bajando pero seguro que todos estamos pensando lo mismo? ¡Cambio cirios por horquillas! Quizá nuestras directivas debieran no pensar tanto a cinco años vista, y sí tener la conciencia, el aplomo y la amplitud de miras suficiente como para trazar los objetivos más allá de los horizontes visibles, cuando muchos nos hayamos quitado del medio y seguramente estemos ya para otros trotes. No es fácil. A nadie le gusta sembrar para que los frutos los recojan otros, pero la teoría dicta que aquí remamos todos en la misma galera, ¿no? Que somos, o nos hacemos llamar, cristianos, que compartimos y que nos solidarizamos, que trabajamos en armonía y somos todos muy buenos y ese tipo de cosas. Que los penitentes son más importantes que una banda, que un manto o que un paso de plata, que dentro de los capirotes hay personas, no muebles, y que sin personas, sin capital humano, las cofradías se acabarán yendo al carajo, por mucho patrimonio del otro que atesoren.
Alguno dirá, no sin razón, que este es un problema más, que tenemos muchos otros (de mayor o menor importancia, que lo juzgue cada cual). Pues efectivamente: ¡es un problema más! Y como tal hay que meterle mano, cual cerveza tras traslado. Alternativas hay, si no para atajar el asunto, sí para atenuarlo. Muchas están ya expuestas donde se deben exponer, que no es precisamente en un espacio de Internet. Pero para acabar con un problema hay que reconocer su existencia, primero, y tener ganas de resolverlo, después. Y como en cualquier otra empresa, hace falta dedicación, hace falta invertir tiempo, y hace falta valentía a la hora de tomar algunas decisiones. Que pese a quien le pese, en Semana Santa queda mucho por inventar, y la tradición debe actuar siempre como trampolín, nunca como ancla.
Tampoco pensemos que todo es noche cerrada, ni vayamos a tropezarnos a estas alturas con el manido derrotismo: es un hecho objetivo que a algunas cofradías no les va tan mal con la cantera. A lo mejor habría que fijarse en ellas, preguntarse cómo lo hacen, y analizar motivos y consecuencias. A lo mejor para eso tendríamos que mirar al vecino con ganas de aprender, y no con ganas de criticar. Y a lo mejor así conseguiríamos una Semana más digna de llamarse Santa. A ver si nos dejamos de pamplinas y nos dedicamos a lo que nos tenemos que dedicar, que cualquier año de estos nos vamos a llevar un buen susto, y alguno quizás se lo haya llevado ya. Me gustaría ver alguna tarde a todos nuestros electos gobernantes reunidos para buscar soluciones conjuntas a cuestiones de esta índole, y no para otras menudeces de las que uno se entera. Pero me temo que eso es una utopía aún mayor que la de esperar que esto se resuelva con el paso del tiempo y la inercia de los acontecimientos. Mientras llega ese día, señores, a mí no me salen las cuentas, y nuestra Semana Santa continúa caminando a la buena de Dios.
Tienes toda la razón, la primera que se quedo sin hermanos de LUZ,fue la VERACRUZ.
No solo no hay hermanos por pasar a los pasos, tambien por la falta de interes de las juntas directivas que no le dan la importancia que realmente tienen.
El problema es que somos humanos y los humanos no queremos la parte de humanidad que DIos nos ha dado, queda mejor la pompa y el estoicismo, pero sin DIOS. Nos olvidamos de él pero el camina con nosotros.
Decimos que salimos para la gente y si no hay gente no salimos, pero en verdad, no somos conscientes que formamos parte de un pastel que sale y vive para dar, para transmitir y para sentir.
JESUS sufrió la PAsión para demostrar que todo está en el interior a los que le miraban pasar.. espero que desde nuestros pasos cofrades, seamos capaces de demostrar que estamos para dar y hacer sentir y no para presumir
I.