Tengo un corazón repartido en dos novias, la novia de adentro y la novia de afuera. Dos novias rugientes, que cuando presiente que alguna la llama se escapa corriendo hasta su ventana. Viviendo con su novia de fuera, mi corazón asistía con cariño, cada primavera desde que era niño, a las risas y encantamientos, a los sonidos y sentimientos, a los cantos y emociones. No entendía de preocupaciones. Viviendo pendiente de vivir, solamente. Cantando y contando sus verdades, sin pudores ni ataduras. Riendo las desgracias y peleándose con la premura. Libremente.
Mi corazón fue creciendo. Y vino asimilando lo que su vida era, y cosechando el conocimiento propio del paso del tiempo. Y en una madurez temprana, allí le llegaron un día cantos de sirena de su novia de adentro. La novia profunda, la mujer sabia que le prometía felicidad verdadera, le engatusaba con el misterio del poder y de lo incógnito, y le conducía hacia los rincones ocultos de su alma.
Y tanto que la quería no pudo resistirse, y adentro que se fue. Se metió de lleno en los brotes de la pasión. Dejó la superficie de la tranquila mar, y se hundió con ella de la mano a la conquista de la atlántida desconocida, de enclaves privilegiados, de abisales tientos vetados a la imaginación adolescente. Disfrutando tanto de tantos momentos que de pequeño siquiera imaginaba. Sumergiéndose en las mimbres que adoraba. Conociendo cosas que antes apenas adivinaba. Entendiendo porqués, y empapándose de la experiencia.
Su novia de adentro le mostró la cruda verdad de lo que en su mundo sucedía. Las miserias y las bondades que se cuecen en la sala de máquinas. Lo que siempre quiso vivir, y lo que nunca querría haber visto. Las piruetas y el pasilleo. La palmadita y la gloria. También el lado más feo. La entrega obstinada y los rencores subyacentes. Disfrutaba y sufría como nunca. Vivía con una intensidad creciente. Mi corazón no cumplía años, cumplía abriles. Y con el paso de los abriles comenzó a añorar la tranquilidad de los primeros años. Le faltaba el aire, y espacio para el solaz. De mi corazón pendía un dorado cordón que le abría puertas antes cerradas, pero también le cerraba otras que antes no existían. Tan dentro se sentíam, pero al mismo tiempo tan desterrado de ella…
Poquito a poco fue dándose cuenta de que vivía entre dos mares, y que se ahogaba nadando en círculos. Mi corazón se volvía loco al tener que callarse, al tener que aparentar, al tener que disfrazar sus sentimientos verdaderos, pues vivía marcado con el lápiz de la pose oficial, de la prudencia impuesta, obligada y no sincera. Un antifaz desde marzo hasta febrero. Nunca le gustaron los uniformes, mas por su novia de adentro tenía que ponerse uno todos los días. Aguantaba porque el amor podía más que la desazón, pero esto solamente ocurría en los primeros meses de unión. Después, inexorable, comenzaba a rebelarse la otra cara de su cruz.
Y a medida que el arrepentimiento crecía en él, sentía con espanto que estaba traicionando a su novia primera, la que le enseñó las pasiones y le fue siempre fiel. La que le acompañó y siempre estuvo a su vera. La que pese a los años aguantó estoica la espera. La estaba abandonando por un intramundo de puñales, de intereses y de mentiras. ¡Con lo felices y disueltos que vivían juntos los dos! ¡Ay, mi corazón!
Mucho antes de estallar, él ya lo sabía. Que tarde o temprano volvería, sí. Con su novia de afuera, su novia de siempre. Y siempre volverá, una y otra vez, por más que cambie de orilla, y por más que diga la gente. Queden para otros el respeto y la honrilla. Mi corazón huye de las prisiones, de la primera fila y de los collares relucientes.
¡Ay!