Clávate fiera y fuerte
contra la acera.
Acompaña prudente
a mis hombreras.
Ennegrece mis guantes
estrenaítos,
soniquete elegante
de tantos siglos.
Tírate a destrozar
las viejas piedras.
Sé por siempre el pilar
de tantas guerras.
Apuntala mis andas.
Representa a mi pueblo.
Marca tú estos compases
que llevo dentro.
Cuerpecito alargao,
piel de madera,
una cuna en lo alto
es tu cabeza.
Quédate, que tus primas
las almohadillas
se ponen si te arrimas
muy nerviosillas.
Quédate amontonada
en sucios suelos,
once meses de nada,
hasta el tercero.
Quédate, que mi gente
te guarda aplausos.
Sigue recta y valiente,
quédate para siempre
bajo mis pasos.
Cáceres,
ciudad en la que todo se respira
y vive con intensidad,
pero en la cual,
una vida latente no deja indiferente a sus gentes.
Cristo mueve al cacereño
que con devoción,
cada año
empuña el hachón
y con el repicar del tambor
su paso sigue
con el corazón
I.
«Cristo mueve al cacereño», gran verdad. Me parece especialmente acertada esa frase.